𝐂𝐮𝐚𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐧𝐮𝐞𝐯𝐞

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DICIEMBRE DE 1987, EN ALGÚN LUGAR AL NORTE DE ITALIA.

El anochecer y los campos llenos de luciérnagas los recibieron con los brazos bien abiertos, la brisa era fresca pero sutil y la vida lucía como un poema; uno muy bueno, uno muy lindo, uno muy bello. Y la belleza es terror, había dicho Riddle.

La estación los recibió con las campanas del tren crujiendo contra las suaves voces de los italianos recibiendo a los pasajeros mientras el sol se terminaba de ir a dormir, Tom cargó todos los maletines hasta un carrito y caminaron sobre la madera oscura y crispiante en silencio hasta que el automóvil apareció con Anchise dentro.

Había sido un largo viaje, uno agotador y melancólico, algo silencioso y sensorial.

La navidad y los últimos días en la mansión con los demás chicos corría por la cabeza de Adeline en forma de recuerdos fugaces e inesperados.

Para cuando entraron en los terrenos de la finca (a pesar de que faltaba bastante para llegar a la casa) el cielo se había cubierto de ojos brillantes a la distancia, y faroles de luz amarillenta iluminaban el camino, enredados entre las hojas de los sauces llorones y los árboles de duraznos.

Adeline mantuvo la boca cerrada, apoyando la frente contra el cristal, con una mano sobre su vientre y la otra entrelazada con la de su esposo. El camino de tierra soltaba un sonido tan cercano y crujiente como el sonido de un fuego salvaje, que Adeline se sintió tentada a cerrar los ojos y dejar de pensar un segundo.

Ella en realidad no estaba allí, ella ahora era un gato que dormía en la copa de un árbol y comía peces frescos que ella misma cazaba, era un canario que había volado muy lejos de casa y no necesitaba hacer un nido porque dormía entre flores y césped, podía estar tranquila allí ya que no habían serpientes ni cuervos queriendo comerle hasta las plumas.

O tal vez, Adeline era un ciervo que corría a toda velocidad en un bosque bajo la luz de la luna, estaba escapando de cazadores con rifles más potentes que sus patas delgadas, sus ojos expresivos y las manchas blancas de su pelaje. Había corrido tanto que ni siquiera se había dado cuenta de que hace varios minutos ya había muerto y lo único que corría era su alma.

—Mi amor—dijo una voz que ella conoce muy bien y que la envuelve y la despierta de su fantasía—estamos llegando, abrígate.

Tom le extiende una manta y la envuelve sobre sus hombros, le acomoda un rizo detrás de la oreja y deposita un beso en su frente, luego la mira fijamente a los ojos y la besa en los labios.

El automóvil se detiene, la vida comienza, Adeline abre la puerta y estira las piernas. Sus tacones por fin pisan el suelo italiano que la había abrazado y le había despertado un sentimiento terrible y bello hace cuatro años atrás.

Puede ver desde donde está a los escalones que la habían acompañado en su adolescencia mientras el contorno de su propio cuerpo se fundía con las sombras y su corazón estaba tan lleno de miedo y desesperación que escribió toda su agonía en una grulla de origami y la hizo volar con un suspiro hasta la ventana de un joven Tom Riddle.

El recuerdo es amargo, pero lo aprecia. Lo guarda en su memoria de la misma forma en que guarda su vestido de bodas en su armario.

—Nuestra habitación es la misma que se nos fue asignada en las épocas de Hogwarts—dice Tom, tomando un par de maletines entre sus manos con las mangas de la comisa arremangadas hasta los codos—deberías ir a comer algo, estoy seguro que mueres de hambre. Hay un regalo esperándote en la puerta.

Habla de Hogwarts como si hubiese sido hace años luz atrás. Pero era más reciente de lo que pensaban.

Adeline todavía no se ha atrevido a mirar de frente a la casa, sus ojos siguen pegados en el cielo y en las luciérnagas que danzan encima de su cabeza. Cree que si pone la suficiente atención, podría leer el mensaje que ellas querían entregarle.

Paris, Texas - Tom Riddle Donde viven las historias. Descúbrelo ahora