Capítulo 33. Phoebe Grey

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Tengo comezón. Una comezón de esas en las que quiero rascarme y no es suficiente aunque utilice la parte dura de mis uñas. Y me causa un escalofrío.

Supongo que esto es a lo que se refería mamá cuando dijo que querría que Jamie me tocara, porque cada vez que siento esa comezón, quiero apretarme más contra mi novio.

Como ahora.

Jamie está apoyando sobre mi, con sus antebrazos tensos a cada lado de mi torso y la cabeza metida en la curva de mi cuello.

—Phoebe... —jadea—. No puedo más.

Mis piernas le rodean la cadera y lo empujan más abajo, para que la costura de sus jeans alcance ese lugar donde siento la comezón. Su cara está roja cuando me mira.

—Nena, no quiero lastimarte.

—No lo haces. —gruño, empujandolo contra la delgada tela de mi chandal—. Hazlo más fuerte.

Se aparta y vuelve a empujar, la fricción alivia el dolor solo un segundo antes de que regrese, y mis piernas lo empujan más cerca.

—No aguanto más, ¡Carajo!

La respiración agitada de Jamie me hace cosquillas en el cuello y provoca que la comezón sea tan intensa que quiero apartarlo y rascarme yo misma. O mejor aún, que él lo haga.

Antes de que pueda sugerir una postura más abierta, gracias a mis semanas de entrenamiento de gimnasia, la cerradura de la puerta principal de la casa se escucha y suelto un chillido.

—¡Mi papá! —empujo a Jamie para que se aparte, pero lo lanzo del sofá en el proceso y cae al piso.

—¡Mierda!

—Lo siento, nene. —me siento y acomodo la ropa para que papá no sospeche.

Jamie se sienta en el piso con la cara roja y el cabello alborotado de todas las veces que pasé mis manos por él, y se queda quieto cuando la cabeza de papá se asoma por el pasillo de la entrada.

—¿Ana? ¿Niños? —sus ojos se mueven de mi a Jamie—. ¿Por qué carajos están ustedes solos?

Encojo los hombros con indiferencia, lanzando mi cabello a un lado porque el calor de la comezón me hizo sudar.

—Mamá llevó a Harry a su clase de Karate, y Ted está arriba. —hablando por teléfono con una chica.

Es la única razón por la cual me dejaría sin vigilancia cerca de Jamie cuando mamá claramente le dijo que se quedara con nosotros.

Papá hace una mueca de fastidio, su mirada quedándose sobre mi chico por más tiempo del que me gustaría antes de resoplar.

—Esto es mucho para mí, necesito un puto trago. —se aleja por el pasillo y luego escucho el sonido del cristal y hielos.

Espero un par de segundos a que sea seguro hablar.

—Perdón, entré en pánico.

Jamie se peina el cabello negro rebelde con los dedos, sus mejillas rojas resaltan el azul de sus ojos y yo quiero besarlo de nuevo.

—Necesitamos parar, Phoebe. No quiero meterme en problemas con tu padre. O el mío.

—Si.

Sé que tiene razón, que sería mejor si dejamos de tocarnos pero no quiero parar. Prometí que esperaría para el sexo y pienso cumplirlo aunque cada vez me resulta más difícil dejar de tocarlo.

Tal vez si lo dejo tocarme hasta que me alivie el dolor, dejaría de pensar en ello. Me inclino sobre el sofá para alcanzar su oído.

—Nene, necesitamos un lugar más privado para que me toques.

—Bueno, mierda. —se sacude un escalofrío—. Voy a morir de bolas azules.

¿Qué? ¿Sus testículos pueden contraer una enfermedad grave? Voy a tener que investigar sobre eso esta noche. Y ahora que mamá está ocupada con Harry, se me ocurre una idea.

—Jamie, mañana iremos al cine.

Mi novio arquea sus cejas.

—Esta bien. ¿Puedo comprar palomitas?

—Si. —Mamá me dará permiso de ir si le demuestro que hay una película interesante para ver—. Te mandaré un mensaje con la hora.

Convencer más tarde a mamá de darme permiso es realmente fácil. Solo me mira por largos segundos antes de asentir y decir que me llevará.

—Compraré sus boletos y no me iré hasta que entren a la sala. Y nada de ir a otros lados sin decirme.

—Por supuesto. —mamá murmura en voz baja algo sobre que los cines no son lugares seguros antes de ir a terminar la cena.

Espero ansiosa a que llegue el día siguiente, apenas puedo concentrarme en las clases escolares y en gimnasia porque mi mente trata de decidir sobre la ropa que debería llevar.

Por primera vez, me importa lo que llevaré puesto y si a Jamie le gustará como me veo.

Tal como lo dijo, mamá y Harry me acompañan hasta la taquilla del cine y compro dos boletos para una película de terror que me interesa muy poco. Jamie llega corriendo unos minutos después.

—¡Lo siento! —su mochila se balancea mientras se mueve—. Tuve qué venir directo de la escuela.

Mis cejas se arrugan cuando los pensamientos sobre las chicas universitarias inundan mi mente. ¿Qué mantenía tan ocupado a mi chico que llega tarde a una cita?

Mamá sonríe y señala la dulcería.

—Entren ahora, iremos a la clase de Harry y estaremos de vuelta en poco más de una hora. —me lanza una mirada seria—. Diviértanse, pero no mucho.

Tomo la mano de Jamie y lo llevo a la dulcería por un refresco y palomitas, luego entramos a la sala. Lo arrastro conmigo hasta la última fila y nos llevo al rincón.

—Pero nena —frunce sus bonitas cejas—. Desde aquí no puedo ver nada.

Lo sé.

—Y tampoco pueden vernos, ¿No te parece perfecto?

La confusión es clara en su rostro antes de que esas cejas expresivas vuelven en su frente.

—Bueno, rayos. Creo que sé en lo que estás pensando.

Sonrío porque me alegro que lo sepa, así se sienta en la butaca de al lado y gira su cuerpo hacia mi, cubriéndome de otras miradas.

—Nene, te alegrará saber que investigué sobre el caso de bolas azules. —la comezón aparece de nuevo entre mis piernas—. Y aprendí de algunas formas para solucionarlo.

Carajo.

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Nosotros (Mío #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora