Capítulo 47. Jamie Sawyer

293 77 9
                                    

Es media noche. Todos estamos cansados y emocionalmente exhaustos.

Hace una hora que papá decidió tomar una siesta y se subió a su auto, reclinó el asiento y bajó la ventana lo suficiente para que entrara aire fresco. Sus ronquidos se escuchan desde el estacionamiento.

—¿Nena? —palmeo las piernas de Phoebe en mi regazo—. Estas dormida aquí sentada, ¿Por qué no te acomodas en el auto para que puedas dormir mejor?

Estoy seguro de que si puede ignorar los ronquidos de mi papá, puede dormir en el asiento trasero.

—No, estoy bien. —abre los ojos y sacude la cabeza—. Quiero estar contigo.

Linda. Me inclino para besarla pero me detengo cuando mi mirada se desplaza a su padre, sentado del otro lado de ella. Carajo, ¿Es que ni siquiera duerme?

—Te dije que fueras con tu madre, Phoebe. —la regaña.

—Esta bien, papá. Quiero estar aquí. —baja las piernas y se sienta lo más derecha que puede—. Solo necesito un café.

El señor Grey la mira con los ojos entrecerrados, luego se recuesta de nuevo en su silla y gira la cabeza hacia donde está el auto de papá. Ya que la señora Grey y Ted llevaron a mi madre, nuestros vehículos están aquí.

—Yo necesito cigarros. —Marcie se detiene frente a nosotros—. Jimmy Boy, pequeña Phoebe, acompáñenme.

Phoebe se levanta al instante y yo la sigo, solo el señor Grey mira con confusión de uno al otro y estoy seguro de que va a protestar porque lo vamos a dejar solo.

—Pero...

—¡Agh! ¡Mierda! —papá entra estirando los brazos por encima de su cabeza—. Creo que me disloqué algo con ese asiento tan duro, necesito algo para relajarme.

—¡Lo traeremos! —grita Phoebe—. Marcie tiene algunas compras qué hacer.

La mirada de sospecha en mi suegro me hace quedarme inmóvil, pero papá le golpea el brazo para que lo mire en un intento de aliviar la tensión.

—Christian, relájate. Es el funeral de su abuela, y Jamie tiene qué volver en la tarde, déjalos tranquilos.

El señor Grey hace una mueca que le tuerce la boca.

—No me fío de tu hijo, es probable que heredara tu gen puto o algo, y va a romper el corazón de mi niña.

Papá se endereza con las cejas arqueadas.

—¿Mi gen puto? ¡El chico es un santo! —Marcie me jala del brazo mientras papá sigue discutiendo—. ¡Preocúpate de los genes acosadores de tu hija!

—¿Qué mierda dices? —su voz ya amortiguada por la distancia—. ¿Y a dónde carajos fueron ahora?

Marcie se ríe cuando llegamos al estacionamiento, gira para detenerme con su mano apoyada en mi pecho.

—Bien, cambio de planes. —rebusca en su bolsillo por las llaves—. Tomen la suv de mamá, iré a traer los cafés y cigarrillos a la tienda más lejana que encuentre. Intenten dormir. —las pone en mi mano y gira, pero se detiene—. Y dije dormir. No hagan que el auto de mamá huela a sexo.

¿Qué?

Antes de que pueda decir cualquier cosa, Phoebe me empuja y agradece a mi hermana al mismo tiempo, destraba los seguros de la mini van para que entremos en el asiento trasero.

—Espera un poco, nena... Yo no quiero dormir.

—Genial. —me arrincona contra la ventana—. Yo tampoco.

—Pero oíste lo que dijo Marcie, y es el auto de mi mamá.

Mi chica apoya sus manos en mi cabeza y me atrae para tocar mis labios.

—Solo besame, Jamie.

Quiero decir que no, resistirme lo más que pueda y salir de la camioneta, pero en realidad no quiero hacer eso. Ha pasado tanto maldito tiempo que se siente bien tener a mi chica de cuenta en mis brazos.

Ella intenta saltar a mi regazo pero la detengo, soy fuerte pero no tanto. Si Phoebe hace algo que provoque que la sangre abandone mi cerebro, estaré frito.

—Phoebe, quédate quieta. —digo sin despegar los labios—. Carajo, no quiero arruinar las cosas tan pronto.

Se aparta y hace un puchero. Pero hey, no es ella la que irá a prisión y será baja por deshonra del ejército. Necesito mantener mis pantalones arriba.

—Bien, solo quiero tocarte. Y que me toques.

—Te estoy tocando. —señalo mis labios.

—No así. Hazlo ahí, donde tengo cosquillas.

¿Qué? Ella levanta la falda de su vestido y veo sus bragas de algodón blanco, inocente y virginal.

Carajo.

—Nena, no. No tengo fuerza de voluntad. Si la tuviera, no me habría ido al otro lado del mundo. —suspiro—. Si te toco, querré más y más y terminaré en los problemas que no quería tener cuando me fuí.

Esperaba que ella comprendiera mi situación, pero en lugar de eso, sus obstinadas cejas se fruncen y levanta la barbilla. Mierda, su papá tiene razón, le causará un infarto.

—¿No quieres tocarme? Bien. Me haré cargo. —se levanta la falda del vestido y se sienta a horcajadas sobre mi, sus pequeñas manos van a mi cinturón—. Manos arriba, soldado.

—¡Si, señora!

Cuando escucho el sonido del cierre, cuestiono sus órdenes.

—Phoebe...

—No me estás tocando, yo te estoy tocando a ti, tonto. Y necesito quitar ese horrible pantalón de en medio para conseguir la fricción que necesito.

Mis manos tiemblan mientras ella me baja los pantalones lo suficiente para que mi pene empuje el boxer en su intento por salir de ahí. Phoebe se acomoda hábilmente sobre mi eje duro.

—Oh, rayos. Me encanta.

Siento su calor a través de la tela de algodón, luego se aferra a mis hombros y comienza a montarme como hacia antes. Solo que esta vez, se inclina para susurrar en mi oreja.

—Oh, Jamie. Si, por favor. —gime—. Me gustaría mucho que pudieras meterlo dentro de mi.

—Mierda. —estiro los brazos a los lados y me agarro con fuerza al respaldo.

—¿O tal vez en mi boca? Ni siquiera tienes que tocarme, solo ver y decirme cómo te gusta.

—Doble mierda. —estoy luchando con todas mis fuerzas para no ayudarla a montarme más fuerte—. ¿De dónde carajos sacaste toda esa charla sucia?

—Oh. —se ríe y pestañea como una muñeca—. ¿Te gusta? He visto mucho porno con finalidades educativas.

—Oh, carajo. —mi cabeza cae contra el respaldo mientras ella sigue escalando nuestros orgasmos—. Definitivamente vas a ser nuestra muerte, la de tu padre y la mía.

Phoebe suelta una risita que se convierte en gemido cuando se acerca a su liberación, su cuerpo presionado contra mi regazo y mi pobre pene duro y adolorido.

Por fortuna mi chica se asegura de que ambos terminamos, nuestros cuerpos sudorosos y agitados mientras tratamos de recobrar la tranquilidad.

—Carajo, ahora necesito conseguir un aromatizante.

.
.
.

Nosotros (Mío #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora