Capítulo 88. Phoebe Sawyer

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—Carajo, Phoebe. ¿Desde cuándo eres de las que corren directo al peligro?

Le lanzo un vistazo a mi hermano sin detener mis pasos.

—Desde que mi esposo está ahí dentro. Quiero ayudar y puedo hacerlo, solo déjame hacer mi trabajo.

Rayos. Mi voz parece firme pero por dentro estoy temblando de miedo por Jamie, por Reynolds y por las personas que están ahí atrapadas.

Teddy utiliza su cuerpo alto para cubrirme y deslizarme dentro del edificio, las puertas destrabadas se abren cuando papá y mi suegro las empujan.

Ambos van armados, con mamá y Corey detrás de ellos.

—Izquierda, despejado.

—Derecha, despejado.

Hombres y mujeres llorosos y pálidos se levantan del suelo y corren hacia nosotros mientras dos viejos guardias de seguridad sostienen a un par de hombres atados.

Hay uno más allá, pero permanece inmóvil bajo el peso de Reynolds.

—¡Señora Sawyer! —levanta los brazos—. ¡Llega justo a tiempo!

Por supuesto que su grito hace que todos me miren y frunzan las cejas.

—¡Cállate, Greg! —gruño—. ¿Dónde está Jamie?

Él señala más hacia el centro y alcanzo a ver una bota negra de combate por detrás de un escritorio.

Bendito Dios.

—¡Jamie!

Hago una oración con todas mis fuerzas; apenas nos casamos, no quiero perderlo. No estoy lista para ser viuda. Nadie me detiene cuando me acerco a él y me arrodillo a su lado.

—¿Nene?

Mi esposo abre sus preciosos ojos azules y me sonríe.

—Hola, nena. ¿Qué estás haciendo aquí?

Bajo la mochila y busco el material de curación que uso para mis prácticas, colocando primero los guantes.

—Estaba en la escuela cuando escuché lo que pasó. —su hombro está empapado de sangre—. Tomé un taxi y vine lo más rápido que pude. ¿Que pasó?

Si hago que él hable, vigilaré su estado de conciencia y podré concentrarme en la herida.

—Me dispararon, ¿Puedes creerlo? —se ríe y comienzo a preocuparme—. Tres malditos años en medio oriente y tuve que regresar a Seattle para recibir un tiro.

Suena más incrédulo que delirante, así que continuo.

—Por lo que escuché, a tu papá le han disparado tres veces, no hagas de eso una tradición, Jamie.

Se vuelve a reír pero deja de hacerlo cuando estiro la tela de su camisa para revisar el hombro y lo que parece una herida de entrada.

—Carajo, necesito pinzas y antibiótico.

Su mano libre sube y sostiene mi brazo.

—Phoebe nena, estoy bien. De verdad.

—Bueno, no lo sabes. Preferiría que usaras un chaleco antibalas, o mejor aún, que evites que te disparen. Cualquier opción que te mantenga a salvo.

Libera mi brazo y se ríe, pero su mirada está llena de amor y orgullo.

—Pero, ¿De que otra forma disfrutaría de mi enfermera personal? Carajo, tal vez te pida que lleves ese disfraz de enfermera zorra.

Sé que le parece gracioso y, ahora que sé que está vivo, también puedo sonreír. ¿Cómo hace mamá para lidiar con este miedo a que papá salga herido? ¿O Ted? Mi chico continúa hablando:

Nosotros (Mío #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora