CAPITULO 13

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—Sencillo —ordenó unos documentos—En tu manada no permiten vampiros, sin olvidar que tú eres su mate y sin mencionar que me debes un favor.

—Me estás chantajeando entonces.

—Se podría decir que sí.

—Entonces no.

Algo estresado por mi necedad, suspiró y me miró serio.

—Mira, sé que si ella no hubiera usado su brazalete ese día tú nunca la hubieras tocado.

—Ella me rechazó, no pu…

—Pero aún es tu luna. Ese lazo todavía los une, Dominick.

—Lo siento, Jonathan, pero no puedo aceptar.

—Piénsalo, por favor —pidió algo preocupado.

—No prometo nada.

—Sé muy bien que a pesar de lo que ha pasado en este tiempo aún sientes algo por ella, Dominick, porque yo sé cuánto esperaste por ella.

Jonathan fue mi compañero de clases hacía muchos años en mi juventud.

Cuando tuvimos nuestras transformaciones, yo busqué a mi mate con desesperación y anhelo.

Me maldije por dentro, ya que, aunque no lo admitiera, Jonathan tenía toda la razón. Aún la amaba. En alguna parte dentro de mí deseaba tenerla a mi lado como debía ser pero las cosas no salieron como debía ser.                                               

Después de la conversación, me pidió que almorzara con ellos. Me negué de inmediato, pero insistió hasta convencerme. Cuando me dispuse a retirarme de la mesa, la vi. Como si fuera una luz para mi vida, la sentí como si fuese un rayo de sol a mi vista. Ella aún usaba su brazalete. Charlotte no se había percatado de que estaba detrás de ella. Vi cómo su imagen cambiaba al quitarse ese brazalete que siempre llevaba cuando iba a clases. Mis ojos presenciaron cómo su cabello se volvió blanco y su piel se tornó más blanca. Me sentí un poco mal, pues ella no se dio cuenta de mi presencia.

“Así de insignificante soy para ti”

Tal vez era porque el lazo que nos unía se iba debilitando poco a poco. Todavía tenía relaciones con Amber, pero ya no me satisfacía como antes, y sabía que eso cambió desde que la encontré.

“Ni siquiera te diste cuenta de mi presencia”

Miré mi reloj de nuevo; ya faltaba poco para las seis. Pensé que sus padres no la dejaron salir y que ya no tenía caso quedarme más tiempo. Me puse de pie y empecé a caminar en dirección a mi casa, pero un olor a sangre que provenía del bosque llamó mi atención. Detuve mis pasos, oculté las cosas de la pequeña y me guie por el aroma a sangre. Cada vez que entraba más al bosque, se hacía más fuerte. El aroma me llevó hasta una pequeña cueva. Entré en ella con precaución porque no sabía si aún estaba el atacante dentro y me acerqué a la entrada. Lo primero que mis ojos vieron fue a la pequeña Sofí; se encontraba herida tendida en el suelo.

—¡Pequeña! —Corrí a ella y sujeté su cabeza con temor al ver la sangre. —Sofi… ¿qué pasó?

—Do-Domi. —Abrió sus ojos enrojecidos.

—No te preocupes, pequeña, te pondrás bien. —La cargué para sacarla de ahí.

—L-L siento. —Colocó su mano ensangrentada en mi rostro mientras cerraba sus ojos.

Pensé que no tenía sentimientos, que los perdí con la muerte de Samanta, pero al ver a la pequeña Sofí al borde de la muerte sentí tanto miedo con solo pensar que podría perderla.

Me sentía desesperado.

Todavía no tenía noticias de Sofía y mis nervios me carcomían por dentro. La culpa aún más. Edgar tuvo razón, ella era huérfana y yo no le tomé importancia a sus palabras.

—Dominick Collins—llamó el médico apareciendo luego de unas horas desde que se llevaron a Sofí.

—¿Cómo esta? —cuestioné angustiado.

—Está en coma. No sabemos por cuánto tiempo estará así —respondió sincero.

Eso no fue nada alentador para mí. ¿Por qué? Porque siempre que tenía a alguien que me daba un poco de felicidad intentaban arrebatármelo para darme a entender que me deseaban ver infeliz el resto de mi vida.

—¿Tiene algún familiar?

—Es huérfana —contesté.

—Me sorprende que usted haga tanto por una huérfana, a menos que…

—Deje de hacer preguntas estúpidas y haga su trabajo —ordené molesto por su insinuación.

—Lo lamento, no quise…

—¡Vete! —ladré.

—Sí,. Cualquier cosa, se la haré saber enseguida.

No soportaba que alguien intentara escudriñar mi vida privada. Perdía la paciencia muy rápido.

Me fui del hospital sin poder ver a la pequeña. No tenía caso quedarme, ya que tomaría mucho tiempo que ella despertara.

Al llegar a casa, le pedí a Edgar que averiguara quién le había hecho eso a Sofía y le ordené que preparara todo el papeleo para hacer una adopción. Asimismo, le solicité que decorara una habitación para ella.

—¿En serio lo harás? —indagó sorprendido.

—Sí.

—El Dominick que conozco no haría eso.

—Déjate de estupideces, Edgar, y haz lo que te ordené.

—Claro, amigo, con un gusto lo haré tan rápido como me sea posible, ya que al fin habrá algo de ruido en esta casa. —Se retiró muy feliz por la noticia.

En esta casa solo había silencio, sus paredes eran frías como mi corazón

Pasaron los días y Sofía aún no tenía ninguna mejoría. Todas las tardes iba a verla al hospital como cuando la veía en el parque, pero siempre recibía la misma noticia.

Como siempre, estaba con ella en su habitación asignada, hasta que escuché un escándalo afuera. Molesto, salí para decirles que guardaran silencio, pero me asombré al ver a Jonathan y a su esposa nerviosos mientras esperaban dando vueltas de un lado a otro. Me acerqué. Al hacerlo, Jonathan me miró para luego agarrarme del cuello furioso.

—¡Todo es tu culpa! —bramó fuera de sí.

—¿De qué hablas? —Me solté de su agarre confundido.

—Te juro por mi vida, Dominick, que cuando encuentre a tu zorra la decapitaré con mis propias manos —sentenció colérico.

—¿Qué? ¿Qué tiene que ver Amber en esto?

—Mis hijos están lastimados, pero ella… ella está más grave —susurró Jazmín entre lágrimas. —Mi niña…

Cuando un problema venía, otro más lo acompañaba.

Ese sentimiento de culpabilidad invadió nuevamente mi cuerpo, pero esta vez con más fuerza al haber olvidado la petición que Jonathan me pidió que pensara.

Sangre de LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora