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Pasado un tiempo, Yuuko no regresó a la escuela. Se encontraba afuera de la feria, aquel lugar donde estuvo por última vez con su querido hermano Toji.
Una y otra vez su mente volvía a ese recuerdo, torturándola: la sonrisa de Toji antes de partir, sus propias manos temblorosas y cubiertas de sangre, llorando desconsolada con su cuerpo frío entre sus brazos.
Un amargo sabor invadía su boca cada vez que revivía ese fatídico día. El dolor parecía no querer darle tregua, atormentándola con el único peso que no podía sacudirse de encima por más que lo intentara.
Sola con su aflicción, agradecía que al menos la oscuridad de la noche ocultara las lágrimas que empapaban su rostro, desahogando un dolor que con el tiempo, solo se volvía más profundo.
—¡Comienza a llover!— Gritó un niño rubio de pronto, sacando a Yuuko de su tortura mental.
—¡Vamos, vamos! Mamá se enojará si nos mojamos.— Apuró su hermano mayor, tomándolo de la mano.
Yuuko no apartaba su mirada grisácea de aquellos dos hermanos, sintiendo mayúscula envidia y autodesplacer.
Abrazaba sus rodillas sobre el banco, recargando la cabeza mientras la lluvia comenzaba a empaparla. Algunos mechones azules se le pegaban en el rostro.
El remordimiento la carcomía. ¿Habría podido hacer algo diferente? Aunque sabía que solo fue una trágica casualidad.
Sola con su pena, dejó que la lluvia enmascarara sus lágrimas, deseando hallar algún día la paz consigo misma y el perdón de quienes tanto daño le hicieron.
Se levantó lentamente del banco y echó a andar sin rumbo fijo, dejando que la lluvia la empapara completamente.
La reunión con los Zenin había removido todos sus malos recuerdos de una forma avasalladora.
"Un error más", se repetía una y otra vez. Su vida estaba plagada de errores, o al menos eso querían hacerle creer.
Cansada y dolida, deambuló bajo la tormenta sintiendo que el mundo entero estava en su contra. Solo deseaba hallar un poco de paz y redención para su atormentada alma, aunque pareciera una meta inalcanzable.
Los malos recuerdos parecían apagar por completo a los buenos, como los vividos junto a sus queridos amigos. Especialmente junto a su querido hermano Toji.
Cansada y empapada, Yuuko se sentó en las escaleras que llevaban al río, abrazándose a sí misma para combatir el frío.
A lo lejos escuchó el repicar de la campana que marcaba una nueva hora, mas el tiempo parecía haberse detenido solo para atormentarla. Extrañaba la calidez de las sonrisas y sabía palabras que solían reconfortarla.
