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Yuuko observaba distraídamente por la ventanilla del avión, perdida en sus pensamientos. Dos años habían transcurrido desde aquellos dolorosos sucesos que marcaron su vida.
Ahora regresaba a Japón con dieciséis años recién cumplidos, después de cursar el primer año de intercambio en una prestigiosa escuela de hechicería en África. Había sido una experiencia que le permitió sanar sus heridas emocionales y fortalecer grandemente sus habilidades.
Escuchaba música con sus auriculares, aislada del bullicio del resto de pasajeros. Esperaba ansiosa algún mensaje de Asahi, su querido amigo que siempre estuvo a su lado en los momentos más difíciles.
También guardaba un grato recuerdo de su amistad con un poderoso hechicero, con quien había coincidido en África. Entablaron una promesa de reencontrarse en algún futuro.
Aunque en lo íntimo aún perduraban las cicatrices del pasado, ya no eran una herida abierta. Ahora su espíritu estaba más templado y su control mágico había florecido. Sentía que al llegar a Tokio, estaba lista para encarar con nuevas fuerzas el siguiente paso en su camino.
Yuuko sintió que alguien se sentaba a su lado. Al voltear, se topó con la tímida mirada de un niño pelinegro que parecía apenado.
—Lamento molestarla, señorita.— Se disculpó sonrojado.
Ella esbozó una pequeña sonrisa.
—Descuida.— Dijo fijando sus ojos grises en la maleta que el niño sujetaba con fuerza. —¿Necesitas ayuda?
Él asintió agradecido. Yuuko abrió gentilmente el compartimento para guardar la maleta.
—¡Oh, muchas gracias por ayudarlo!— Exclamó una mujer que imaginó sería la madre.
—No fue nada.— Respondió tomando asiento nuevamente.
La mujer y el niño imitaron su gesto, aunque este último se veía más tranquilo. Yuuko retomó su lectura, pensando que a veces los pequeños actos de amabilidad podían cambiar el día de alguien.
...
La hora de la comida había llegado. Las azafatas recorrían el avión repartiendo los pedidos.
—Aquí tienen su comida.— Dijo una de ellas colocando los platos frente a Yuuko y al niño.
En el plato de Yuuko había apetitosa tempura de mariscos, mientras que el del niño contenía un suculento pastel de carne con queso.
