—Nos dividiremos. Satoru y Shoko irán por la izquierda, Yuuko y yo por la derecha.— Ordenó Suguru buscando la aprobación de las chicas.
Yuuko miró a Shoko para confirmar y esta asintió. —Bien.— Aceptó ella.
—Que aburrido Suguru..— Se quejó Gojo. —¿Qué pasa si encuentro a esas dos maldiciones solito?
—Es muy improbable.— Respondió Yuuko tranquilamente. —Además, no estarás solo. Tienes a Shoko.
—Bueno, te dejaré aunque si te mata te recogeré del suelo y tiraré tu cuerpo sucio directo a la basura.— La pinchó Gojo guiñándole un ojo juguetonamente.
—Tú crees..— Bufó ella sin inmutarse.
Trazó unos sellos invocando su arma: una naginata de tonos claros con empuñadura de bronce y mango blanco. Terminaba en dorado, con una tela negra ondeando.
Gojo silbó admirando la espada modificada por su abuelo y por ella misma.
—Aja, sí ¿Y eso qué?— Se cruzó de brazos fingiendo indiferencia.
—Ya veremos quién termina en la basura.— Bromeó Yuuko macabramente.
—¿Me estás retando?— Sonrió Gojo con picardía.
—Tómalo como quieras.— Aceptó ella el duelo de miradas. Ambos sabían que ninguna amenaza era tan real entre ellos.
—Basta de hablar y comencemos de una vez.— Interrumpió Suguru discremente, indicándoles guardar sus provocaciones para después.
Yuuko decidió ignorar los comentarios de Gojo y centrarse en la misión. La energía maldita estaba por doquier, seguramente habría numerosas presencias acechando.
—Manos a la obra.— Dijo ella sonriendo a Suguru para emprender el camino. Antes de irse gritó. —¡Cuida bien de Shoko o te las verás conmigo, Gojo!
Éste se alejó dando saltitos fingiendo no escuchar, irritándola más. Yuuko le dedicó una última mirada de advertencia a su amiga antes de perderse con Suguru dentro del recinto. La misión había comenzado.
