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Los días transcurrían, mas para Yuuko era como estar en el fondo de un abismo, dominada por el dolor y la culpa.
Cuando estaba sola lloraba desconsolada, extrañando cada detalle de su amado hermano. Frente a los demás se mostraba fuerte, aunque por dentro se estaba cayendo a pedazos.
Su amistad con Satoru yacía rota también. Ambos evitaban encontrarse, cruzar miradas o compartir el mismo espacio si podían. Era como si el otro hubiera dejado de existir.
Les dolía profundamente pero, atados por las circunstancias, no hallaban otra salida más que alejarse. Dos almas solitarias heridas de muerte.
Yuuko no dejaba de pensar en Toji. Deseaba que volviera y le dijera qué hacer, cómo actuar en cada momento.
Un recuerdo se coló en su mente esa noche.
•••
Ella era aún una niña de corta edad cuando Toji regresó al amanecer después de una misión. Lo esperó en la entrada, tapando sus ojos con las pequeñas manos como si quisiera impedir que algún espíritu maligno se colara.
—¿Qué haces aquí, babosa?— Preguntó Toji con severidad.
—¿Estás ciego? ¿No ves la hora que es?— Replicó ella bajando las manos.
—¿Y ahora eres mi madre?— Bufó él apartándola de un empujón al pasar.
—No, pero esas cosas no dejan de molestarme.— Musitó la pequeña Yuuko siguiéndolo con la vista.
—¿Qué cosas?— Preguntó Toji volviéndose hacia ella.
—Esas criaturas raras.— Explicó la pequeña Yuuko con un involuntario gesto de temor. —Desde que te fuiste han empezado a seguirme. Al principio era divertido, pero una intentó atraparme. Eso ya no lo fue.
—Te he dicho que no salgas.— La reprendió él con firmeza. —Y si lo haces, debes hundir tu mano en su pecho para arrancarles el corazón. Así se irán.
—Pero yo no puedo hacer eso.— Murmuró ella algo acongojada.
—Algún día tendrás que.— Rió Toji, aunque denotaba cansancio. Sabía que la niña aún no estaba preparada para aquellos encuentros.
