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Yuuko despertó sobresaltada, sudorosa y agitada. Otra noche en que las sombras de su pasado inundaban sus sueños en forma de recuerdos imborrables.
Más que nunca deseaba poder cambiar el curso de los acontecimientos. Daría cualquier cosa por haber sido ella quien encuentre el fatídico destino en lugar de su querido hermano Toji.
Se removió intranquila en la cama, pasando temblorosas manos por sus ojos en un intento por apartar las penas.
Ansiaba terminar de una vez con aquel sufrimiento que la atormentaba cada maldita noche sin descanso. Pero las heridas del alma son las que más tardan en cicatrizar.
Yuuko se sentó en la cama con gesto adusto. Sabía que volver a dormir era inútil, el sueño había huido de sus ojos.
Levantándose con movimientos pausados, se dirigió a la ventana corriendo las cortinas. La luna llena brillaba espléndida en el oscuro cielo, recordándole que no había descanso para su alma atormentada.
Apoyó la frente sobre el frío cristal, reteniendo apenas un suspiro. Cuántas veces no habría deseado hallar las respuestas que buscaba mirando al manto estrellado.
Pero la soledad era su única compañera aquella noche, como tantas otras. Solo el viento silbante entre los árboles rompía la quietud, confundiéndose con los ecos de un pasado del que no podía escapar.
Resignada a no hallar consuelo, se dispuso a esperar el alba enfrentando su carga de recuerdos.
Yuuko se tensó al escuchar pasos acercarse en el pasillo. Reconocería aquella energía maldita en cualquier parte, pues para ella era inconfundible.
Creyó que Satoru llamaría como de costumbre, mas solo escuchó un golpe sordo en el suelo y luego la silueta se alejó diluyéndose en la oscuridad. Seguramente regresaba de otra misión.
Se dejó caer contra el frío suelo, abrazándose las rodillas. Se sentía egoísta al anhelar su compañía. Sabía el daño que causaba a Satoru permanecer cerca de ella, considerándose apenas una carga para sus seres queridos.
—Soy una inútil.— Masculló entre lágrimas amargas, consciente de que huía de si misma mientras sus amigos enfrentaban día a día pesares mayores sin quejarse.
Deseó con todas sus fuerzas tener la fortaleza de Satoru, poder enderezar el rumbo errante de su vida y dejar de hundir a quienes amaba en su miserable autocompasión.
