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Finalmente llegaron a las máquinas expendedoras.
—¿De qué querías?— Preguntó Satoru sacando algunas monedas.
—Uva.— Pidió Yuuko a su espalda.
—Uva, como siempre.— Murmuró él con cariño disimulado, pulsando las teclas.
A Yuuko no solía asustarle ficción alguna, pues los humanos le inspiraban mayor recelo. Sin embargo, ver a Satoru tan serio la había perturbado más que cualquier fantasma.
—Parece que viste un fantasma.— Se burló él al notar su palidez, ofreciéndole la lata.
Ella la tomó, recobrando la compostura. Su cercanía lograba reconfortarla incluso más que la bebida fría entre sus dedos.
—Pues tú, idiota.— Masculló ella, dándole un suave golpe en el estómago para disimular su azoramiento.
—¿Yo qué hice?— Fingió inocencia él, poniendo ojos de cachorro.
—Insinúas que había alguien.— Se explicó Yuuko antes de beber de su lata.
—Eso es lo que vi.— Se encogió de hombros Satoru. —Pero tal vez fue por el sueño. Además, estamos en la escuela. Nadie podría entrar.
Tras encontrar calma, ambos amigos tomaron asiento en la banca junto a las máquinas, dispuestos a disfrutar de sus refrescos.
No obstante, pronto un sonido los sacó de su apacible momento: una voz se acercaba por el pasillo.
—¿Por quién me tomas, uh?— Inquisía una silueta a lo lejos.
Satoru vio el rostro de Yuuko tornarse pálido de nuevo. Reconoció sin duda la voz de Warui Akutami. Un estremecimiento le recorrió la espina dorsal.
Instintivamente, Satoru posó sus dedos sobre los labios de Yuuko, pidiéndole silencio.
—Ya hice lo que pediste. Ahora déjame en paz, ¿quieres?— Musitó la voz de Warui, distante aún. —Son las dos de la mañana. Esta claro que no hay ni una alma despierta.
La voz de Warui se volvía lejana. Sus palabras eran confusas, como si hablara solo.
Satoru miró discreto al suelo, pensativo. Tal vez el hechicero estaba demasiado somnoliento para percatarse de su presencia.
—Vámonos.— Susurró tomando la mano de Yuuko con delicadeza.
La guió sigilosamente hacia otra salida, esquivando cualquier encuentro. Pues ninguno de los tres debería estar ahí a estas horas.
Yuuko se percató de que Satoru la guiaba hacia su habitación, pero no terminaba de entender sus motivos.
—¿Qué hacemos aquí?— Quiso saber en un hilo de voz.
