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Los días pasaban apresuradamente en la oscuridad del cuarto. Yuuko no salía de entre sus paredes, como si el mundo exterior hubiera dejado de existir para ella.
Cualquiera podía entrar, sus amigos entraban y salían preocupados, pero ella se limitaba a estar allí tendida en un letargo continuo, sin apenas moverse ni hablar. Era como si su espíritu se hubiera apartado de su cuerpo, dejándolo vacío y marchito.
El peso del duelo la había golpeado de forma avasalladora y repentina. Shoko era prácticamente la única con la que se dignaba a intercambiar algunas palabras cortas, además de dejarse alimentar por ella en las esporádicas visitas que podía realizar entre misiones.
Suguru y los demás miraban con honda inquietud cómo la luz parecía ir apagándose en los ojos de su amiga, sin ser capaces de llegar a ella en su laberinto de penas. Solo la dulce Shoko lograba arrancarle algún atisbo de respuesta, aunque fuera leve.
—Volveré pronto, Yuuko.— Dijo Shoko con tristeza al salir de la habitación. —Por favor, intenta tomar un poco de agua, ¿sí?
Cerró la puerta con un hondo suspiro de resignación. Sacó automáticamente un cigarrillo de su cajetilla, pero antes de llevárselo a los labios, una mano se lo impidió.
Era Satoru, quien la miraba preocupado tras volver de una larga misión en solitario.
—¿Te ha dicho algo?— Inquirió él con un atisbo de esperanza.
—No.— Respondió Shoko encendiendo por fin su cigarrillo. —Solo que dejara de entrar, como cada vez. Ni siquiera se mueve.
Sus ojos revelaban la pena que sentía al ver así a su querida amiga, hundida en las tinieblas de su dolor. Ambos temían que aquello pudiera tragarla para siempre.
—¿Cómo es que puede..?— Satoru dejó la frase a medio formular, mordiéndose el labio con impotencia. Su infinita paciencia comenzaba a agotarse, aunque se reservaría cada gota de ella por el bien de su querida amiga.
—No lo sé.— Suspiró Shoko, exhalando una bocanada de humo. —Pero los peces gordos llevan tiempo planeando alguna medida. Reconocen el talento de Yuuko, pero no pueden permitir que siga así para siempre.
Sabían que los altos mandos empezaban a perder la paciencia ante aquella situación. La técnica de Yuuko la convertía en un activo invaluable, aunque su estado actual amenazara con convertir todo su potencial en algo inaccesible.
Una chispa de furia encendió el usualmente apacible color celeste de los ojos de Satoru. Sabía lo que sería capaz de hacer los altos mandos si intentaran forzar a Yuuko antes de que estuviera debidamente recuperada, sólo para aprovechar su don como un arma.