Capítulo 8

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-Pobrecilla…Tan joven, fueron tan imprudentes, se confiaron…

-Cierra la boca, insensata, no dejes que te escuchen.

Dos mujeres, parecían mayores por sus voces.

-La mordedura ya se ha cerrado, está claro que la han marcado.- sentí una quemazón horrible justo al lado de la nuca, seguida de una aliviadora sensación fría.

Dejé salir un suspiro, sentía tanta paz.

-Va a despertar, llama a su hermano. ¡Rápido! -noté una mano cálida y amable recorrer mi cabello, acariciando con cuidado.

Escuché el golpe de una puerta al cerrarse mientras la mujer se alejaba con pasos apresurados.

-Sé que puedes escucharme hija, sólo quiero darte un consejo. No digas nada, sea lo que sea que pasara, si quieres proteger a tu hermano, debes callar.- susurró junto a mi oído mientras me acariciaba.

¿Qué había pasado? No entendía nada. Traté de hacer memoria y encontrar en mi mente mi último recuerdo antes de despertar aquí pero todo estaba negro.

Escuché la puerta abrirse de golpe.

-Aguarda a que despierte poco a poco, no queremos que se asuste, suficiente ha pasado.

-Liara, dios mío…- abrí los ojos de golpe al escuchar la voz desesperada de mi hermano.

Arrodillado frente a mi, sucio y asustado, Dorian ya no era el hermano que antes conocía. Unas profundas ojeras enmarcaban su rostro, oscuras e inflamadas. La barba incipiente que había en su rostro la última vez que lo vi, ahora era larga y descuidada. ¿Qué le había pasa a mi hermano?

Dos hermanos, dos Dorian, había dos figuras borrosas frente a mí. Necesitaba vomitar.

Reuní todas mis fuerzas para sacar la cabeza hacia un lado de la cama y vaciar mi estómago, a penas pudiendo sostenerme, vomitando sobre mechones de mi pelo. La oscuridad volvió a mí cuando vi el suelo lleno de vómito y a cinco Dorian con el rostro desencajado frente a mí.

-La herida en la cadera dejará una marca considerable, necesitamos un ungüento o le será imposible casarse con esa cicatriz. Podrían llegar a pensar…

Desperté de nuevo, esta vez tomando um tiempo para abrir los ojos mientras escuchaba la conversación que transcurría a mi alrededor.

Sobre mí había dos mujeres, ambas vestidas con ropa de sirvienta, un beige desteñido y pañuelos sobre sus cabezas que apartaban el pelo ya blanco de su rostro. Ambas eran mayores y casi idénticas, con rostros arrugados y ojos verdes como los de un gato.

-Mi señora, buenos días.- la mujer a mi derecha posó su mano sobre mi frente con delicadeza.- No malgaste sus energías en hablar, está usted a salvo, junto con su hermano y su criada.

Adela. Mi corazón se hundió con el único pensamiento de su nombre, destapando los recuerdos de mi último momento en el bosque. La bestia, la cueva, Elena, Adela, Atlan…

-Trae el té, Irena.¿Acaso no ves como respira?- la otra mujer desapareció para entregarle a la ella una pequeña taza de cerámica.

La mujer la sostuvo sobre mis labios, inclinando la taza para dejar caer unas gotas sobre mis labios. Hice lo que pude por abrirlo, bebiendo dolorida, mi cuello parecía pesar lo mismo que una roca, a penas podía moverlo.

-Pronto cogerá fuerzas para levantarse de la cama, la ayudaremos en cada paso de su recuperación.- tras terminar de beber aquél té, dulce y espeso, comencé a recobrar fuerzas, notando de nuevo mis extremidades.

Flexioné las manos, moví mis pies, sintiendo una fuerza que antes carecía. Las ancianas se miraron entre ellas con una aliviada sonrisa. Aunque sentía un dolor terrible en la cadera, tenía el ánimo para incorporarme lo suficiente para sentarme.

-¿Dónde estoy?- la pregunta salió de mis labios como un agotado susurro.

-A salvo, en la fortaleza de Adan Myurr, vuestro hermano os trajo a caballo, montando un día entero hasta llegar a nuestras puertas, con usted desfallecida y llena de sangre.- relató la mujer con lágrimas en los ojos.

Mi pobre hermano, luchando por mantenerme con vida, debió rescatarme él mismo de las profundidades.

-Adela…

-Aquí, llegó un día más tarde, ella aún está dormida, podrá visitarla en su recámara cuando se encuentre mejor.-la mujer colocó una enorme y mullida almohada de terciopelo azul detrás de mi espalda.- Poco a poco, tenga paciencia.

-¿Puedo tomar otra taza de té?- la mujer se sorprendió al escucharme hablar claramente.

-Por supuesto, todo el que desee.- asintió entonces con una gran sonrisa, enseñando unos pequeños dientes, parecían afilados.-Permítame presentarme, mi nombre es Irial.

Pasé un día tranquilo, bebiendo todo el té que me traían y comiendo lo que mi estómago podía tolerar. La habitación en la que me alojaba me recordaba el despacho de mi padre. Sobrias paredes de roca oscura y vigas de madera, un ventanal al lado de mi cama protegido por vigas de hierro verticales que evitaban la entrada de cualquier intruso. Mis pertenencias estaban amontonadas frente a mí, sobre un par de tronos frente a la chimenea de piedra que Irena había encendido. Bolsos, vestidos que habían sido sacados de mi equipaje para ser colocados, mis mudas y algunos objetos que había traído para mi entretenimiento.

-Mañana traeremos un armario para que pueda guardar sus ropas, son vestidos realmente exquisitos.- asentí antes las palabras de Irial, quien examinaba un vestido de otoño de color azul pálido.

-Únicamente me gustaría hablar con mi hermano.- ambas me habían informado aquella mañana de que se encontraba indispuesto.- Háganle llamar en cuanto se encuentre mejor, por favor.

Las ancianas abandonaron mi habitación cuando la noche ya era profunda y oscura. Con la chimenea aún encendida, logré levantarme de la cama apoyándome el colchón.

Tiré al suelo los vestidos para sentarme y tomé una pequeña bolsa a los pies del trono. Bajo la luz del fuego, observé el destello del espejo que había heredado de mi madre. Llevaba un vestido íntimo, casi transparente que no llegaba más allá de mis rodillas, bajo este, unas vendas con unas pocas gotas de sangre rodeaban mi cadera y la parte superior de mi muslo derecho.

Ni siquiera recordaba el momento en el que la bestia me hirió así. No podía recordar siquiera lo que ocurrió antes de despertar en la fortaleza.

Miré mi rostro sosteniendo el pequeño espejo, no más grande que la palma de mi mano. Para mi sorpresa, mi rostro no reflejaba lo que me había sucedido, parecía tener un brillo del que carecían mis ánimos.

Mikail y Alister se volverían locos. Culparían a Dorian, lo torturarían. La anciana tenía razón, no debía hablar.

Pretendía guardar el espejo en el momento en el que una marca perlada sobre mi piel brilló en el reflejo del cristal, posicione el espejo sobre mi hombro a la suficiente altura para poder verla con claridad.

Dos marcas de lo que parecía una barbárica dentellada se encontraban ocultas entre mi clavícula y mi espalda, cerca de la nuca. Comencé a hiperventilar. ¿Cómo era posible?

Hola 💖💖💖

Tengo muchísimas ganas de terminar los estudios para centrarme en escribir este verano ❤️ me gustaría publicar casi un capítulo diario pero seguramente publicaré unos tres o cuatro por semana 🤞🏻🤞🏻

Por eso para mí significan muchísimo vuestros votos y comentarios, aprecio todos y cada uno de ellos.

Un abrazo, Lucía 💖

Danza de LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora