Capítulo 11

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Pasé el día sosteniendo su mano. No podríamos salvar la tiempo. Debía atesorar los últimos momentos a su lado. Su respiración era tan ligera que apenas podía notarla.

El atardecer había teñido los árboles del bosque de dorado y podía ver la alta muralla de la fortaleza a través de la ventana de su habitación. Solté su mano durante unos segundos para acercarme a la ventana, aún temerosa por el susto de la noche anterior.

Observé el laberinto debajo de nosotras, perdiendo la mirada a lo largo de uno de sus caminos cercano a la muralla, un giro a la izquierda y otro a la derecha para seguir de frente y ahí estaba. La que parecía ser una de las salidas del laberinto de arbustos desembocaba en una pequeña puerta de madera.

-Liara, ¿qué miras?- la voz de mi hermano me hizo saltar sorprendida.

La herida en mi cadera se resintió por el repentino movimiento.

-Nada…No es nada, necesito despejarme.- mi hermano corrió a mi ayuda pasando mi brazo sobre su hombro.

-Pensé que estabas mejor, te has forzado demasiado, deberías volver a la cama.- nos dirigió hacia la salida de la habitación y giré la cabeza por última vez para mirarla.

Debía hacer algo.

-No, son tonterías. Quiero que me lleves a conocer al servicio, que me vean junto a tí. Padre siempre dice que una mujer solo puede hacerse respetar si tiene al señor de la casa a su lado, temo que si no nos ven unidos surjan problemas al marcharte.- era cierto.

Mientras mi hermano me acompañaba por los pasillos y las escaleras, recordé una lección de mi temprana infancia junto a mi padre. Me habló sobre mujeres independientes viviendo en la capital, sobre su miedo y lo perdidas que estaban sin marido.

Sin embargo sabía que debía reunir todas mis fuerzas, puesto que mi destino podría ser peor que el de todas aquellas mujeres.

La primera planta en la que se alojaban los sirvientes se encontraba bajo tierra. Ni siquiera me había fijado por la mañana durante mi primera visita a Adela. La cocina estaba al final de un largo pasillo iluminado por antorchas, húmedo y caluroso.

La entrada era de piedra en forma de arco y en el interior de la estancia había encendidos seis fuegos. Enormes mesas de madera dispuestas en el centro en las que cortaban verduras y animales. Estanterías de madera en las paredes de piedra con botes oscuros de cristal llenos de especias. En ella trabajan cocinando, cortando y asistiendo nueve personas. Hombres y mujeres jóvenes y de mediana edad, Irena e Irial estaban sentadas al final de la estancia con forma hexagonal en dos pequeñas sillas de mimbre mientras cuchicheaban.

En sus manos, sacos de tela marrón que aplastaban entre sus dedos arrugados.

-Hiedra gris, sí, en el mausoleo del cementerio.- pude escuchar como Irena contaba a su hermana.- Pero no nos podemos…

-Atención todo el mundo. Detened vuestras actividades si os es posible y escuchadme.- todos, incluídas las ancianas se detuvieron y levantaron para escucharle.

Asustados e incluso expectantes, el silencio parecía ensordecedor en comparación con el sonido de los cuchillos y las órdenes de los cocineros.

-Esta es mi hermana, Liara. En mi ausencia ella es la Señora de Adan Myurr. Sus órdenes son las mías, por lo que espero vuestra obediencia absoluta.- todos en la estancia asistieron con rostro temeroso.- Si en mi regreso ella me informa sobre vuestro buen servicio, cada uno de vosotros recibirá cinco monedas de oro de mi sueldo anual, pero de ser lo contrario, ninguno de vosotros recibirá una sola moneda. Valoro mi familia de la misma forma en la que vosotros valoráis a la vuestra, pensad en ellos.

Danza de LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora