Capitulo 23

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-Creo que fue tu tatarabuela o algo así, no estoy segura. El Señor de Adan Myurr la mató, copulaba con un chico del establo en las cocinas cuando él los descubrió. Ella escapó por la alacena pero no llegó al bosque. El mozo intentó matarlo a él cuando los alcanzó en el laberinto pero el Señor retorció su pescuezo. Es la estatua cerca de la entrada, los enterró ahí.

Mi piel se había erizado completamente. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel? Una asquerosa sensación de repulsión recorrió mi cuerpo, no tenía palabras para responder. Dejé caer la cuchara para mirar hacia la ardiente chimenea que iluminaba mi habitación.

-Por favor, perdóname si mis palabras han sido desagradables. Lo siento mucho, de veras.- negué vigorosamente ante mi amiga.

-Para nada, tan solo me cuesta imaginar que alguien tan cruel sea parte de mi familia. De todas formas, quiero que me cuentes.- un sonido similar al de una vasija rompiéndose en mil pedazos interrumpió nuestra conversación.

El ruido provenía del interior del castillo. De nuevo, ambas nos levantamos abandonando la cena.

-Toma el candelabro, yo te seguiré.- ordené a Jana mientras ella corría hacia la puerta con él en la mano.

Aún no conocía bien el castillo y temía caerme por las escaleras. Avancé por el oscuro y tétrico pasillo con la escasa luz que proyectaba el candelabro, apenas suficiente para ver los pasos que daba tras mi amiga pero lo suficiente para bajar los escalones.

-¡Te he dicho que te marches! No vuelvas a pronunciar ni una sola palabra.- Lynette amenazó a alguien a voces.

Con el corazón acelerado y el cuerpo temblando por el posible terror que tuviese que enfrentar, corrí por el pasillo hasta la habitación contigua a la de Adela. La puerta de roble y hierro forjado estaba entreabierta dejando salir la luz de la chimenea que brotaba desde el interior.

Abrí la puerta con fuerza, asustando a Lynette, quien desde los pies de la cama me miraba con ojos abiertos e inyectados en sangre, su antes perfecto rostro ahora manchado de lágrimas y enrojecido por la furia, llevaba un camisón azul de seda que llegaba hasta sus rodillas, este estaba salpicado por manchas oscuras. A sus pies, un orinal de porcelana había caído al suelo, cientos de trozos afilados rodeaban sus pies descalzos.

Me dí la vuelta para darme cuenta de que la persona a la que amenazaba era su hermana pequeña.

-Está en cinta, acabamos de verlo en la ortiga...- murmuró entre llantos.

Tan solo era una niña asustada que se abrazaba a sí misma mientras lloraba. Me acerqué a ella, abrazando a la pequeña contra mi cuerpo para que no viese a su hermana en aquel estado.

-Jana, haz llamar a las ancianas lo...

-¡No, nadie puede saberlo!- Lynette tiró de su preciosa cabellera, a penas era capaz de hablar entre lágrimas.

-De acuerdo, entonces tenemos que limpiar esto cuanto antes.- Jana asintió desde el marco de la puerta, con el rostro palidecido y serio para desaparecer en la oscuridad del pasillo.-Lynette, no te muevas, necesito que te mantengas en tu sitio.

Mirándome con desesperación, asintió entre las lágrimas abundantes que aún brotaban de sus ojos. Los problemas no habían hecho más que empezar.

Después de calmarlas a ambas con un té para dormir y una conversación pendiente para el próximo día, Jana volvió a mi habitación y yo entré sigilosamente en la habitación de Adela. El fuego aún ardía pero sus llamas apenas iluminaban la estancia. Me detuve a los pies de su cama, observando como aun dormía.

Fue entonces cuando lo noté. Un tirón en el pecho que me guiaba hacia la ventana, obligándome a caminar hacia el cristal. El paisaje estaba sumido en la oscuridad, apenas podía distinguir las copas de los árboles con la lluvia pero cuando bajé la mirada hacia el laberinto, mi corazón se detuvo. Entre la oscuridad, una figura encapuchada alzó la cabeza para devolverme un saludo silencioso.

Era él.

Danza de LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora