Capítulo 24

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Apenas dormí durante la noche, Jana bajó para descansar en la planta de los criados y aún con el incesante ruido de la lluvia golpeando contra el cristal, no podía quitármelo de la cabeza. 

Él. Tocándome, besando mi piel, recorriendo mis muslos…Di varias vueltas en la cama, cambiando al lado fresco de la almohada hasta que el calor de las noches anteriores volvió a apoderarse de mí. Las sábanas estaban empapadas de sudor. Me incorporé mirando hacia el cielo, la lluvia había cesado y el cielo oscuro se había teñido de gris. 

Irena había sido clara. Él era una bestia, mitad hombre, mitad lobo. Si quería deshacerme de él, las instrucciones a seguir eran únicamente dos. No salir al bosque y huir si lo veía. Si con el tiempo llegase a perder su interés en mí, la marca podría desaparecer pero si yo reciprocase el vínculo, sería eternamente suya. 

Lamentablemente, era demasiado tarde para seguir la primera y segunda norma, pues la figura negra de un hombre musculoso me acechaba desde la terraza. 

Tiré de las sábanas, inmovilizada por el susto y casi mareada por el calor que se avivó sobre la piel marcada en mi cuello. 

Dió un paso hacia la habitación, imponente, parecía como si estuviese a punto de romper el cristal para tomarme. Descalzo y con tan solo unos pantalones empapados que permitían ver un enorme bulto en su entrepierna. Mechones de su pelo negro y mojado caían alrededor de sus ojos y llegaban hasta sus pómulos. Sus ojos, que casi parecían refulgir en la oscuridad, me miraban deseos, analizando mi cuerpo indefenso. Su torso mojado tenía músculos que no había visto en toda mi vida y brazos gruesos que parecían capaces de matar a cualquier bestia que se cruzase en su camino. 

Se mantuvo inmóvil, tal vez divertido por mi terror, tal vez analizando mis movimientos. Como si me hubiese poseído el demonio de la lujuria, supe en aquel momento que debía dejarlo entrar. Retiré las sábanas de mi cuerpo, sabiendo perfectamente cómo lo devoraba con los ojos.

Posé los pies en el frío suelo y comencé a caminar hacia la palanca, tirando de ella. El hombre se echó hacia un lado, parecía maravillado por mi reacción. 

-Espero no tener que arrepentirme de esto.- dije colocando el pie derecho en el escalón cuando tendió su mano hacia mí. 

Lo miré, por primera vez en todo este tiempo fue cuando lo vi de verdad. Sus ojos almendrados eran del dorado más puro. Su nariz, grande y recta, era absolutamente perfecta. Me devolvió una sonrisa sincera, tal vez engañosa cuando posé mi mano sobre la suya, su mandíbula pareció tensarse cuando nos tocamos. Pero no era placer lo que sentía, sino dolor. Un trueno iluminó el oscuro amanecer grisáceo y apagado con una luz blanca y certera. Tanto como la herida en el interior de su costado izquierdo, que derramaba una lluvia de sangre.

Atrapó mi mano con la suya ardiente, justo antes de dejarse caer de rodillas y apoyando su cabeza en mi vientre. Envolví mis brazos alrededor de su cuerpo, intentando levantarlo pero tan solo era un peso muerto. Abrazó mis piernas como un niño, impidiendo que pudiese moverme por la fuerza y el tamaño de sus brazos.

-¿Qué eres?- Tomé su rostro entre mis manos empapadas, alzando su pesada cabeza y me devolvió una mirada moribunda.

-Solo quería verte, cervatilla.- intentó fingir una sonrisa rota, pero tenía la mandíbula desencajada por el dolor.

Tan solo quería una respuesta. 

-¿Qué eres?- podía notar el escozor de las lágrimas asomando alrededor de mis ojos.- Me has salvado la vida, me has vigilado y me has tocado…Sé que has sido tú. ¿Qué eres?

-Un monstruo. 

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⏰ Última actualización: Sep 26 ⏰

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