Estaba sonriendo y llorando a la vez. Por un lado, se sentía inmensamente feliz de que Diana haya actuado con clemencia y por el otro, se sentía muy vulnerable. Nunca se había desnudado así con alguien, nunca había sido tan transparente con sus sentimientos. Se sentía muy frágil, muy desprotegida. Se había convertido en una niña pequeña y asustadiza que se abrazaba los hombros para darse un poco de tranquilidad.
Habría sido bastante oportuno que empezara a llover, pero no estaban en esa época del año. Sin embargo, un frío inusual la tenía tiritando. O probablemente fuera ella misma.
Diana le puso una mano sobre el muslo y la apretó con cariño. Su toque fue tranquilizador. Como estaba oscuro, nadie en el taxi colectivo se percató de eso.
—¿Tienes hambre? —preguntó Diana muy despacio. La había visto muy poco en las últimas semanas, pero había bastado para que se hiciera a la idea de que Úrsula no estaba comiendo apropiadamente.
—No, gracias.
¿Por qué le mentía? ¿Es qué pensaba matarse de hambre?
—Pues yo si tengo hambre —respondió Diana—. Vamos a comer y luego te acompaño a tu casa.
Úrsula no pudo decir que no y Diana le dio un último apretón en el muslo antes de soltarla. «Voy a avisarle a mi mamá que voy a comer en la calle», murmuró Diana mientras sacaba el celular de la mochila. Úrsula no pudo evitar no mirar por encima de su hombro.
Tenía curiosidad y tenía celos. Y era más fácil reconocerlo después de haberlo dicho en voz alta. Era celosa cuando quería algo de verdad, cuando lo quería con todo su corazón. Era por eso que nada de lo que Álvaro hiciera la había preocupado en el pasado. Él nunca le había interesado tanto, pero Diana...
Le bastaba verla acompañada de otra persona para que sus celos —convertidos en una bestia feroz que habitaba dentro de su pecho— la volvieran loca.
Tomó aire. Se tranquilizó. Si seguía con eso, volvería a arruinarlo todo.
Ya había dejado de llorar cuando bajaron del taxi colectivo. Fue el turno de Diana de liderar la marcha. Entraron a una conocida pollería y se sentaron la una frente a la otra. Úrsula usó las servilletas para limpiar el rastro de sus lágrimas. Diana tuvo la modestia de mirar hacia otro lado.
No lo aparentaba, pero todavía estaba enfadada con Úrsula. Sin embargo, no importaba cuan molesta estuviera Diana, nunca la trataría mal y mucho menos la ridiculizaría por haber llorado. La transparencia con la que había demostrado sus sentimientos bastó para que comprendiera que todo eso iba muy en serio.
Le recordó esa tarde en la que Úrsula le contó su historia familiar y su relación con Álvaro. Había sido muy sincera en aquella ocasión, pero no había llorado.
Diana pidió por ambas a la cansada mesera que se acercó a atenderlas. Cuando la muchacha se fue, las dos se miraron y se quedaron en silencio. Úrsula se limpiaba la nariz con la servilleta. No estaba en su mejor momento, pero aún así era muy hermosa. Diana nunca se cansaría de verla.
—Ve al baño —sugirió Diana.
Úrsula lo descartó de inmediato.
—No quiero.
—Está bien.
Esperaron. Y mientras lo hacían, Úrsula pensaba a toda velocidad. Todavía no había nada resuelto, pero había dado un buen paso. Tenía que mantener el ritmo.
—¿Tienes agua?
—Ah, sí. —Diana sacó su tomatodo y se lo entregó. Se sintió estúpida por haber esperado que se lo pidiera y no ofrecérselo en primer lugar—. Toma.
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La estrella y la luna | GL
Teen FictionDespués de terminar una intensa relación de tres años, Diana Beltrán elige integrarse al equipo femenino de vóley de su universidad. Todo va de maravilla hasta que la convivencia con Úrsula Cano, una de sus compañeras de equipo, se hace insoportable...