Capitulo 43

1.3K 131 23
                                    

Diana intentó mantener su decisión en secreto mientras pensaba en la mejor manera de contarles a sus amigos lo que había sucedido, pero Lucia le descubrió mensajes con Úrsula al tercer día de hacer las paces con ella. No tuvo la necesidad de insistir demasiado para enterarse de la verdad y, aunque aseguró que respetaba su decisión y confiaba en su buen juicio, no supo ocultar su disgusto.

Tanto su mejor amiga como Úrsula —todavía no sabía que eran con exactitud, no podía proporcionarle ningún título— se portaron a la altura de las circunstancias: actuando muy cordial y educadas la una con la otra. No compartieron más que un par de palabras en las pocas ocasiones en las que tuvieron que verse las caras: cuando Úrsula pasaba a ver a Diana cada vez que tenía la oportunidad.

Entonces, Úrsula solo llegaba y saludaba a Lucia con un educado: «Hola» y Lucia le respondía un desinteresado: «¿Qué tal?» y no volvían a decir nada más porque la tregua no daba para tanto.

Diana estaba segura de que la había cobrado barata, pero era demasiado pronto para sentirse aliviada. Lucía solo era una, todavía faltaban Marcos y toda su familia, y no estaba segura de que su madre fuera tan contemplativa ante el hecho de que su hija hubiera vuelto a verse con la chica que le había roto el corazón.

Trató de no pensar en eso.

Por otro lado, a excepción de Regina, los amigos de Úrsula recibieron con mucha menos emoción la noticia de que Diana había aceptado sus disculpas. Dalila llegó al punto de acusarla por provocarle los dolores de cabeza.

—De verdad que ella debe estar enamoradísima de ti, yo no te volvería a hablar si me hubieras hecho lo que le hiciste —le dijo. Úrsula tuvo la decencia de mostrarse avergonzada—. Loca de mierda.

—Se me fue la mano. Me disculpé por eso. Olvídalo, ¿quieres?

—No, te lo voy a recordar todos los días de tu vida, hasta que te mueras —respondió al instante—. Deberías hacerte revisar la cabecita, pero, en fin... —Dalila suspiró con cansancio. Estaba harta. Rogó a Dios y a todos sus santos que le dieran la paz anhelada y esa vez fuera la última vez que tuviera que involucrarse en los problemas de faldas de Úrsula—. ¿Y no le pediste que le diga a Gianella que ya eres una persona normal? ¿O qué están esperando, que salga tu evaluación psicológica de la posta para más credibilidad?

—No, imbécil —respondió Úrsula, pateándola por debajo de la mesa. Estaban comiendo en el mismo restaurante de la vez pasada. Úrsula había recuperado buena parte de su apetito—. Pero no le voy a pedir eso.

—Tú dijiste que lo harías.

—Me di cuenta que ya no me importa tanto.

—¿Puede ser que de verdad la quieras a ella?

Se le escapó una sonrisa y Dalila se rio.

—Mierda, esto es serio. Entonces, ¿ya no quieres viajar?

—No. No lo sé. Ya rogué mucho este mes. Les toca a ustedes rogarme para que vuelva al equipo —respondió Úrsula sin convicción. Ya sabía que nadie más iba a darle una segunda (o tercera o cuarta) oportunidad.

—Sabes que nadie va a hacer eso —le recordó Dalila.

—Y es por eso que van a ser los "Levanta muertos" del nacional. Voy a decirle a Diana que se ahorre la humillación y se quede aquí, conmigo.

...

Al final, resultó que se había resignado a volver al equipo, pero eso no evitó que sintiera una inusual desazón en el pecho cuando fue a las canchas a ver los entrenamientos, por ninguna otra razón en particular que ver un ratito a Diana. La nostalgia le alborotó el corazón: había pertenecido al equipo desde su primer ciclo de universidad, era raro que ahora tuviera que ser una espectadora más.

La estrella y la luna | GLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora