Libro 4: Capitulo 12

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La voz de la señora Hilda al otro lado de la puerta diciéndole que esperara un minuto; de cierta manera la sosegaba. Era lo único agradable que la unía a un pasado que continuamente la torturaba y aun así ella misma no quería romper esas dolorosas cadenas que la ataban.

-¿Ha venido alguien a visitarla?... -preguntó a uno de los oficiales de la policía que la custodiaban. Mientras esperaba que la señora Hilda apareciera.

-No señora, nadie ha venido a visitarla... -contestó imitando el tono de voz de Valentina.

-Sí alguien viene a visitarla, no le permitan la entrada, no hasta que yo dé la orden...

-Sí señora...

En ese momento la señora Hilda abrió la puerta y Valentina le sonrió, expresando todo el cariño que sentía por la anciana.

-Pase adelante señorita fiscal. Gracias por venir... -la invitó de manera cordial delante de los funcionarios policiales.

Valentina entró y cerró la puerta. Aunque la mujer se mostraba muy bien, su desconfianza muchas veces era realmente extremista y rápidamente recorrió con su mirada la sala de estar de la habitación.

-Gracias por venir Michelle... -compensó la mujer con una sonrisa y recibía el abrazo de la chica y el beso que le depositaba en sus cabellos canosos.

-¿Necesitaba verme? ¿Tiene algo que quiera contarme?... -preguntó colocándole las manos en los hombros y se alejó para mirarla a los ojos, ojos que los años se habían encargado de opacar.

-Sí... ¿me esperas unos segundos?... -solicitó con un tono de voz cargado de ternura.

-Sí claro... -concedió Valentina mientras le hacia una graciosa reverencia.

La mujer se dio media vuelta y la ojiazul ancló su mirada en el caminar cansado de la señora Hilda, ya no podía siquiera levantar los pies, arrastraba cada paso que daba. Ella se perdió tras la puerta que conducía a la habitación y Valentina aprovechó para mirar muy bien el lugar, por si había algo sospechoso. Pero todo parecía estar en orden, hasta el momento en que hasta sus oídos fueron inundados por el instrumental inicial de sus dibujos animados preferidos cuando era una niña. Y el yabadabadu rasgaba las notas.

El torrente de lágrimas que subió a su garganta amenazaba con ahogarla y dio largas zancadas hasta llegar a la habitación. La que se encontraba con las luces apagadas y las cortinas corridas. Había una mesa redonda y pequeña en el centro de la habitación y encima tenía una tarta con dos velas numéricas: un dos y un siete, pero se encontraban apagadas, sin duda solo era algo simbólico.

Frente a la mesa en el televisor estaba iniciando uno de los capítulos de los picapiedras y la señora Hilda estaba sentada al borde de la cama con el control en la mano.

-¡Feliz cumpleaños Michelle!... -la felicitó la señora con ese entusiasmo que embarga a las personas cuando realmente hacen lo que desean.

A Valentina empezaron a temblarle las manos y se llevó una al rostro y se lo cubrió para sofocar el inevitable sollozo que se le escapaba y después de eso, aunque se apretara la cara con la mano el torrente de lágrimas no dejaba de brotar. Eran de felicidad y de tristeza, de dolor y de alivio. De impotencia y de esperanza. Eran muchos sentimientos causando estragos en ella.

Era revivir la parte más bonita de su pasado, pero de igual manera la arrastraba a lo más cruel y doloroso que había vívido. Estaba segura que ningún dolor, ninguna impotencia, ningún pánico en la vida se le comparaba al que ella había experimentado con tan solo ocho años.

Estaba ensimismada en su conflicto personal, con el rostro cubierto sin atreverse a descubrirlo por vergüenza, por mostrarse tan trastocada, y no percibió en el momento en que la señora Hilda se puso de pie y se acercó hasta ella y le acarició la espalda.

Dulces Mentiras Amargas Verdades (Saga completa) Juliantina g!p adapt.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora