35. Adiós

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He notado que había estado avanzando con la cuerda atada a mis zapatos.
Una cuerda que me mantenía unida a pecados generacionales.
Hasta aquí pude caminar así, es el momento de decir adiós.

Adiós a la posibilidad de hacer las cosas a mi manera, a mis sueños basados en ideas obtenidas de mi propio entendimiento.

Hablando con claridad...

Un error común del cristiano es olvidar de donde nos sacó Dios. Es necesario el desierto para ser transformados, para abandonar hábitos de este mundo.

El que vive bajo el sistema de este mundo se somete al sistema y no a Dios.

Un verdadero hijo de Dios, no solamente conoce su palabra, sino que la cumple. La pone en práctica, en todas las áreas de su vida.

Como pude perder el enfoque, perder de vista a Cristo.

Ya soy elegida, ya soy amada, ya me miran con suma atención.

Porque entonces decido ignorar su amor. Porque siento que necesito algo más.

He estado reflexionando en Mateo 7:24 en adelante. Los dos cimientos, el hombre prudente y el insensato.

Yo he sido muy imprudente, he querido construir mi vida sobre la arena, un fundamento superficial, a simple vista parece seguro. Pero una vez que llegan las adversidad es probada la resistencia de la construcción.

Reconozco que mi relación con él Señor, no es tan profunda como había pensado.
De otra manera, la convicción en Cristo no sería ni siquiera cuestionada.

Ya hemos pasado años en el desierto, ya hemos aprendido mucho, Ha tratado en soledad con mi duro corazón.

No quiero perjudicar a mis generaciones con mis malas decisiones.

Estamos cada vez más cerca, sin importar lo que me des. Quiero vivir en plenitud.

No se trata de que tenga permitido o no hacer lo malo.
Es que no quiero hacerlo. No quiero siquiera hallar deleite alguno en el pecado.

Quiero un corazón que te elija todos los días, que prefiera vivir agradándote.

Ya conocemos que el enemigo es campeón en tratar de imitar tus planes, parecen buenos a simple vista. Pero nos conducen a muerte.

Pero me has dado el poder de decidir. Y decido vivir por ti y para ti.

Al fin y al cabo. A ti te plació darme vida. Te pertenezco a ti y solo a ti.

Con todo este discurso lo que quiero decir es que renuncio a la idea de comprometer mi futuro, mi vida, mi familia, y relación con Dios.

Grande es Dios que te llama una vez más, grande es su misericordia. Así como a mi, no te ha abandonado, sigue guardándote con paciencia, sigue probando tu fe y fidelidad. A fin de ser transformados a la plenitud de Cristo.

Tu decides...

Tu decides

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ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora