" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 "
Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
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• Enero de 2023 •
La ciudad de San Sebastián era otra en los días de partido. Se podía ver en las calles, en los balcones decorados con las banderas del escudo, en los bares, abiertos hasta horas intempestivas en aquellos días especiales, cuyos propietarios aprovechaban la ocasión para decorar sus interiores con alguna camiseta o bandera de los colores del equipo y abrillantar las pantallas de sus televisores, poniéndolos a punto para la emisión. Por la noche, éstos se llenarían de hinchas, y gritos de alegría o de frustración recorrrerían la ciudad. Incluso en los días posteriores, el ambiente entre los donostiarras sería uno alegre y festivo, o lúgubre y de desanimo, dependiendo de cuál fuera el resultado.
Aquel día, lamentablemente, los locales no podrían ver a su querida Real Sociedad jugar en casa. Se disputaban los Cuartos de Final de la Copa del Rey, y en aquella ocasión, el partido iba a celebrarse en casa del equipo rival: el Camp Nou de Barcelona. Eso no iba a impedir que los vascos disfrutasen del partido: aquellos que no se fuesen a congregar en algún piso o bar en compañía de los amigos y la familia para celebrar en número la victoria o lamentar la derrota de la Real se habían desplazado a Barcelona, portando orgullosamente sus camisetas o bufandas blanquiazules, para poder presenciar el partido desde el mismísimo estadio.
El ambiente en días de partido era incluso más especial cuando se era familiar de uno de los jugadores. En la familia de Ainara, los días en los que jugaba el equipo de Martin, La Real Sociedad, se trataban como una fiesta nacional, con sus correspondientes ritos. Cuando jugaban en casa, obligatoriamente debían acudir al estadio de Anoeta, del que eran, naturalmente, socios, a animar al equipo desde los palcos reservados para familia y amigos de los jugadores. Normalmente, cuando La Real jugaba en alguna otra ciudad no solían desplazarse, sino que se congregaban en casa de los padres de Martin para ver el partido por televisión, y en cuanto este acababa, el chat familiar se atestaba de mensajes (muchos y muy eufóricos si habían ganado el partido, pocos y comparecientes si habían perdido) que Martin normalmente respondía al día siguiente, al despertarse en el hotel o ya en el autobús del equipo, de camino a casa.
Lo cierto era que Ainara nunca había sido la más enterada de fútbol. Desde luego que conocía los términos y jugadas más básicas, más que nada, para poder entender lo que vociferaban los comentaristas de los partidos, pero si no fuese porque su primo era jugador, probablemente no se interesaría por el deporte. Sólo veía los partidos de La Real, sin interesarse por los de ningún otro equipo. En ocasiones, escuchaba a Martin hablar de su trabajo como quien escucha a alguien hablar un idioma desconocido.
Todos los recuerdos que Ainara tenía de su primo, desde la infancia hasta la edad adulta, tenían que ver con el fútbol. Niño inquieto, hiperactivo, deportista, Martin siempre se presentaba en casa de la abuela o de sus tíos con el balón bajo el brazo y las rodillas magulladas de caerse en el campo de fútbol. Su madre continuamente le abroncaba por ir siempre con la ropa manchada o rasgada por la fricción. No tardó en unirse a un equipo, y no tardó en destacar por encima del resto de sus compañeros. Pronto debutó en Segunda División, y poco a poco ascendió, con mucho trabajo y mucho esfuerzo, hasta primera. El año 2022 había celebrado sus 100 partidos jugados en La Real. Se había convertido en el orgullo de la familia, y si bien por las exigencias de su agenda y de la temporada tendía a ausentarse muy a menudo de las reuniones familiares, comidas o celebraciones, siempre intentaba compensarlo con videollamadas o visitas en cuanto tenía algún día libre. Todos siempre se alegraban de poder verle, el niño inquieto de rodillas lastimadas se había convertido en un deportista exitoso, que si bien desprendía ese aura de persona importante cada vez que entraba por la puerta, no dejaba de ser el mismo chaval revoltoso y familiar, que podía volver a San Sebastián después de estar dos semanas jugando importantísimos partidos fuera de casa y alojándose en los mejores hoteles y lo único que quería era que su abuela le preparase una olla de alubias. En ocasiones se le hacía raro que la gente de su entorno mencionase a Martin Zubimendi como una estrella del fúbtol; para Ainara él era simplemente su primo Martin, y hasta que no se le acercaba algún fan por la calle a pedirle una firma o una foto, en ocasiones Ainara se olvidaba de que era conocido.