• Tarde a cubierto •

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Una inesperada tormenta de verano había azotado a la ciudad el cuarto día que pasaban en la villa, de modo que Pedro y Ainara habían pasado la tarde dentro, holgazaneando y sin nada que hacer. Pusieron alguna película en Netflix, por tener ruido ambiental más que nada, porque se dedicaron a hablar entre ellos en vez de prestarle atención.

El sexo estaba bien, estaba muy bien, pero Ainara disfrutaba tanto o más los momentos como aquel; ellos dos hablando, sin ninguna distracción más allá de la conversación entablada. Le gustaba hablar con él, bromear con él. Parecían entenderse: él le hacía reír, y ella a él, con sus sarcásticos remarques, sus intentos de bordería, siempre frustrados por lo rojas que se ponían sus mejillas y la sonrisa que inevitablemente se le asomaba cada vez que veía a Pedro reírse. Era una química, una conexión distinta a la que tenían cuando se besaban o cuando follaban. Conectaban en otro sentido, y aunque no se conocieran de mucho tiempo, Ainara se sentía muy cómoda con él, cosa que no solía pasarle con la mayoría de las personas.

En la isla de la cocina seguían los platos de la comida sin fregar, pese a que ya estuviese bien adentrada la tarde. Pedro y Ainara estaban sentados en el suelo del salón, al pie del sofá. En la mesita de centro reposaban dos vasos con café con leche y hielos, ahora aguado por todo el tiempo que llevaban sin beber de ellos. Ni siquiera se habían dado cuenta de que la película que habían puesto ya había finalizado, y ahora en la pantalla transcurría la próxima que Netflix había reproducido de manera aleatoria. La puerta corredera de cristal que daba a la piscina estaba salpicada de gotas, y a través de ella se podía ver cómo el viento sacudía con violencia las palmeras. El viento, le había dicho Pedro, no era atípico en Las Islas. Una tormenta así en esa época del año, sin embargo, sí lo era. Por fastidiosa que fuera, aquella inclemencia climatológica le había hecho recordar su hogar, su San Sebastián, donde días como aquel eran el pan de cada día, sin importar la estación que fuese.

Las risas retumbaron por las paredes de la villa.

-¡Va! Di, que no te de vergüenza.

Pedro, azorado, se cubría los ojos con el lateral de la mano.

-Es que tendría que contar.

-¿Me lo estás diciendo en serio?

-Es coña. Tan fucker no soy. A ver...¿Cinco? Creo que cinco.

Los saltos de un tema a otro les había llevado a hablar de sus vidas privadas, y sus vidas privadas habían derivado en sus vidas sexuales. Ainara le daba un poco de reparo, no porque tuviera ningún inconveniente, sino porque sabía que se encontraba en inferioridad con respecto a Pedro, probablemente muchísimo más experimentado que ella, y eso le hacía sentir vulnerable e insegura.

-Me esperaba más.

-Pero, ¿por quién me tomas?

-Pues por alguien joven, rico, famoso, y guapo.

-Gracias.- le guiñó un ojo con falsa chulería.- Pero no te creas. No soy de acostarme con alguien a quien haya conocido esa misma noche, no sé, prefiero que haya un poco de confianza.

Ainara se sintió tentada a hacer algún comentario al respecto, sobre su situación; ellos no tenían precisamente mucha relación cuando se acostaron por primera vez. Le gustaba saber esas cosas de Pedro, saber cómo era el chico con el que estaba pasando aquellos días.

-Va, ¿Y tú?¿Con cuántos?

-Dos.- murmuró, avergonzada de lo bajo que era su número.

El sonrojo en el rostro de Pedro se intensificó.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora