• La palabra con Q •

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"Aunque casi me equivoco
Y te digo poco a poco
No me mientas
No me digas la verdad"

- Andrés Calamaro

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Le podría haber pasado a cualquiera.

¡Que sí, hombre! Que ese tipo de cosas pasaban, que era normal, que seguro que a muchas otras personas les había pasado con sus parejas, y seguro que no tenía por qué significar nada.

Pero bueno, él no pudo evitar que para él significase algo.

Quizá la culpa había sido suya. Quizá había elegido mal el momento. Bueno, en realidad no lo había "elegido"; había salido solo, pero, de igual forma, no había sido en el momento adecuado.

Acababa de celebrarse el partido de Champions contra el PSG en Anoeta. Durante todo el día el ambiente en San Sebastián había sido de expectación y jolgorio; un equipo tan reconocido y vistoso como era el Paris Saint-Germain, visitando el humilde estadio de Anoeta para enfrentarse a La Real, un club que no era el más laureado ni el que más destacase, pero que a base de esfuerzo y trabajo se había labrado un puesto en Champions junto a equipos como el Barça y el Real Madrid; y había logrado un pase a octavos de final. No estaba nada mal para ser un club pequeño.

Lo que había sido un día alegre y ceremonioso terminó en una noche triste para el club y la afición: derrota aplastante en casa. Adiós a la Champions; adiós al sueño. Y todo ello escasos días después de haber sufrido otra dolorosa derrota; la que había dejado a La Real fuera de la Copa del Rey. El Mallorca los había eliminado en semifinales; en una dolorosísima tanda de penaltis que sería difícil de olvidar en los años venideros. Adiós al sueño de volver a vivir una final como la del 2021, que acabó en victoria.

Con todo aquello, aquella derrota contra el PSG había sido especialmente amarga. Los jugadores ni siquiera tuvieron ganas de intercambiar camisetas con los jugadores del equipo rival. La mayoría fueron, cabizbajos, derechos al vestuario.

Robin, hombros encogidos y unas incontenible lágrimas de frustración corriendo por sus mejillas, se adentró en el túnel. Compañeros y trabajadores del club le daban cariñosas palmadas en los hombros y la espalda y le decían frases de ánimo; pero él no estaba muy por la labor de animarse. Se sentía hundido y mal; repasaba mentalmente todo lo que podría haber hecho de forma distinta para evitar aquel resultado. Coño, es que, ¡él era defensa! Se suponía que su trabajo consistía, precisamente, en impedir que los rivales encajasen goles, y aquella noche desde luego que no había estado a la altura.

-Ey...- una voz suave le habló. Robin alzó la vista y se encontró a Ainara. Tenía las mejillas y los párpados enrojecidos, señal de que ella también había llorado por el resultado. Sus ojos oscuros brillaban, fijos sobre él. Llevaba al cuello la acreditación que le permitía estar allí por su condición de familiar.

Y aunque él estuviese tan decaído que prácticamente nada podría hacer una diferencia, con verla sintió que respirar se le hacía menos difícil.

-Hola.- correspondió él, con un hilo de voz.

Ella torció la boca y su mano, tímida, buscó la de Robin para darle un cariñoso apretón. Su mano era pequeña y huesuda; tenía serias dificultades para cubrir la de Robin, pero su tacto en una noche tan triste era como una roca a la que aferrarse en medio de un mar embravecido. Visto desde fuera, no parecía un gesto romántico; más bien, el consuelo de una amiga. Los demás no se extrañaban al verles hablar; todo el mundo sabía que se llevaban bien. Hasta se podían permitir algún pequeño roce como aquel. Lo que no podían hacer delante de los demás era darse un beso, un abrazo demasiado pegado, o ninguna muestra de afecto que pudiese levantar sospechas. Aunque Robin estaba muy seguro de que, en realidad, bastaría con prestarle un poco de atención para comprender lo que pasaba entre ellos, porque los ojos con los que él la miraba no eran de amigo.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora