• ¡Uf! •

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Lo primero que sintió al despertar fue un atronador martillazo en el cráneo. Una potente ráfaga de dolor se expandió por cada centímetro de su cabeza, que, cuando intentó levantarla, sintió que le pesaba un quintal.

¡Uf!

Abrió los ojos. Tenía la boca seca, la saliva pastosa, la garganta le ardía, la piel estaba sudada y pegajosa.

Estaba hecho una absoluta mierda.

La persiana estaba bajada hasta el tope. No sabía qué hora era, si por la mañana, por la tarde...la puerta también estaba cerrada, sumiendo la habitación en la penumbra total. Gruñó al incorporarse. Tenía el cuerpo vuelto del revés. Y cuando apoyó los pies en el suelo, una potente ráfaga de dolor en su pierna izquierda le recordaron que; ¡es verdad! En el partido del día anterior se había lesionado, como si las alegrías fuesen escasas, oye.

Caminando a tientas en la oscuridad, buscando la puerta del baño, se tropezó numerosas veces con diversos objetos que estaban tirados por el suelo: primero, las zapatillas que habría llevado la noche anterior, seguidamente, una sudadera, unos vaqueros...así, fue tropezando con los elementos de un conjunto completo hasta que su mano encontró la manija de la puerta.

La cegadora luz blanca del baño le mareó aún más. Una vez sus ojos se hubieron acostumbrado, se observó en el espejo.

Menuda cara, hijo.

Tenía los alrededores de los ojos completamente oscurecidos. Las mejillas enrojecidas, el pelo hecho un nido de pájaros. Tenía un pequeño corte en el labio cuyo origen desconocía. Tan sólo había dormido con la ropa interior puesta. Las náuseas le apretaban en el estómago; y se sentía pringoso y sucio.

A problemas, soluciones.

Con decisión, se inclinó frente a la taza del váter, se metió el dedo índice y corazón en la garganta hasta que sintió arcadas y vomitó los contenidos revueltos de su estómago que, por supuesto, eran completamente líquidos y de colorines diversos. Al terminar, se sintió mucho mejor, más liviano y menos mareado. Se dio una ducha hasta que se quitó el pringue de la piel. Bajo el agua, observó con una mueca su pierna dolorida. Trató de pasar la mano por encima, y el mero tacto envió un agudo pinchazo de dolor por todo el sistema nervioso. Estaba jodido.

Se lavó los dientes y se puso ropa limpia. Mucho mejor, pero seguía doliéndole la cabeza una barbaridad. Eso sólo lo podía solucionar una buena aspirina.

Antes de abandonar la habitacion (que olía a cerrado que no veas); buscó su teléfono en la mesita de noche, donde solía dejarlo siempre, pero no lo encontró. Removió las sábanas de la cama, por si por accidente hubiese caído allí; pero tampoco. En el baño, nada. Entre el revoltijo de ropa, tampoco.

A ver si es que se lo habían robado la noche anterior...uf, horror.

Salió al pasillo. Desde la cocina se escuchaban sonidos de utensilios chocar, la puerta de la nevera abrirse y cerrarse, y una canción de Eladio Carrión sonando a un volumen moderado; y por encima, la voz de Gavi canturreándola sin mucho afine:

-Hola, ¿cómo vas?
Hace tiempo no sé de ti
Y sé que no somos na'
Pero me hacía' feliz

Pedro se asomó por el marco de la puerta. Gavi, vestido con ropa que él identificó como suya, estaba frente a la vitrocerámica, removiendo unos huevos en la sartén. Sobre un plato; dos rebanadas de pan tostado, y la cafetera humeando.

-Oye, tú, zumbado. ¿Qué haces aquí?- inquirió, alertando a su amigo de su presencia.

No era raro que Pablo se quedase a dormir de vez en cuando; sobre todo cuando pasaban allí la tarde, se alargaba mucho y a él le daba pereza volver conduciendo hasta su casa, o estaba demasiado bebido para poder hacerlo. El dormitorio extra de su apartamento, aunque en teoría era para invitados, era más bien la habitación de Gavi; en el armario tenía ropa suya, y en el pequeño baño de invitados, sus productos, gominas y cremas de afeitar. Gavi ya iba por la casa de Pedro a sus anchas como si fuese la suya propia, y si tenía hambre, le hurgaba la nevera. Y si se aburría, se ponía Netflix en la tele del salón. A ratos, parecían compañeros de piso. O, con la de riñas que tenían, más bien un matrimonio.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora