• Encerrona •

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-Esto es una encerrona, que lo sepas.

Frente a él, Gavi frunció sus tupidas cejas en un gesto confuso. Tenía la pierna derecha apoyada en una postura que daba a entender que así, quieto y sin moverse, le molestaba.

-Anda ya, no exageres.

Comenzaba una semana nueva en Ciutat Esportiva. Pedro había seguido su rutina habitual; entrenamiento, revisión con el fisio, pasar un poco de tiempo libre con los compañeros, e ir a visitar a Pablo. Poco a poco, había comenzado a realizar actividades físicas de muy bajo impacto en el centro; pequeños estiramientos con el fisio, ejercicios en la piscina, y durante aquellos días habían empezado a introducir unos veinte minutos de trote ligero por el campo, que al pobre le costaba horrores, porque a los pocos minutos de ejercicio la pierna lesionada comenzaba a martillearle del dolor.

No estaba del mejor de los humores, sobre todo por aquella pésima respuesta de su cuerpo a aquello que tanto amaba: el deporte. Sin embargo, parecía tolerar la compañía de Pedro por encima de la de cualquier otro. Charlaban, a veces daban una vuelta por los campos de entrenamiento o comían juntos, y el mayor tenía una especial habilidad para enfocar la atención de la conversación en Pablo, bajo el pretexto de que él estaba lesionado y merecía más caso. Lo cierto era que no quería hablar de su vida, y cuando alguien le preguntaba, daba rodeos. Aquellos dos meses le habían convertido en todo un profesional de dar largas.

El problema era que Pablo no era tonto, ni mucho menos. Era el único que sabía lo de Ainara, o por lo menos parte de ello, y había atado cabos fácilmente, sabiendo que su amigo probablemente estuviese así por temas del corazón. Y aquel día, cuando terminaron de comer, su amigo le dijo que le acompañase a un sitio. El "sitio" había terminado siendo la consulta de Ángel, psicólogo deportivo del Club. Pedro ya había mantenido sesiones con él, sobre todo a lo largo de las numerosas lesiones que había sufrido en las últimas dos temporadas, pero sabía que Pablo le había llevado a la consulta para hablar de temas extradeportivos.

-Gavi, hermano, que estoy bien, de verdad.

-Y una mierda. Mira, a los demás se la podrás colar, pero a mí no. Te dio el jari ese en Año Nuevo y borraste todas tus fotos, y desde entonces te paseas por aquí como un alma en pena. Me he dado cuenta, y no te pregunto porque sé que no querrás hablar del tema, pero, mínimo intenta hablarlo con Ángel. A mí me ayudó mucho la primera vez que lo dejé con Ana, y...

-Yo no lo he dejado con nadie.- se defendió.

-Mira, no te lo voy a tener en cuenta porque estás bajo de defensas. Va, tío, con los consejos que das tu siempre; mínimo, por una vez, déjate aconsejar.

Pedro bajó la vista y la dirigió a la puerta de la consulta. En una placa estaban inscritos el nombre y apellidos de Ángel, y justo debajo, "Psicòleg esportiu" (psicólogo deportivo). Uf, la palabra pesaba. No es que Pedro fuese de esos idiotas que pensasen que la salud mental no valía nada y que ir a terapia era una bobada, pero admitir que uno está mal es complicado. Y contarle a alguien lo que le estaba pasando, más aún.

Enero había sido un mes extraño. Él lo había vivido, sí, y recordaba los partidos que había jugado contra el Betis, el Osasuna, la U.D. Las Palmas...pero era como si sólo hubiese estado presente su cuerpo. Mentalmente, estaba en una especie de limbo extraño. No se sentía presente, su cabeza estaba en otro sitio. Con lo que no contaba era con que sus compañeros se percatarsen de ello.

Amorosamente, nada. Cero. Estaba como una monda; vacío, sin líbido, sin morbo. Es que no le apetecía ni masturbarse. Se lo había comentado a Lorena en una ocasión que ella le había llamado por teléfono, y ella se carcajeó, incrédula. Si no te conociera, diría que te han cambiado por otro. Aquello era grave. Estaba roto. No lo entendía.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora