• Mechero •

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Pedro estaba borracho.

Era un hecho. Se había dejado llevar por la euforia de haber ganado La Liga, y quizá se había excedido con la bebida durante la celebración.

Aunque a lo largo de la noche hubiera logrado mantener el tipo, no se dio cuenta de lo mal que estaba hasta que, junto con Ainara llegaron a su Porsche, aparcado en un parking privado, a unos pocos metros de la discoteca de la que se habían escabullido, y Pedro se dio cuenta de que no iba a ser capaz de conducir.

-¿Pasa algo?- preguntó ella, viendo que el canario se había quedado parado, de pie junto a su coche, mirándolo con pesar.

-Me estoy dando cuenta de que así, como estoy, no puedo conducir. A menos que quieras morir joven.

-No entra en mis planes, no. Dame las llaves, ya conduzco yo.

Él dudó, rascándose la nuca. No era muy fan de que otros condujesen su coche. Para él, era como su hijo, y cada vez que otra persona se ponía al volante, aunque no lo exteriorizase, sufría mucha ansiedad.

-¿Eres buena conductora?

-No me han quitado ningún punto del carnet, si te hace sentir mejor.

Torció la boca antes de, finalmente, cederle las llaves.

El trayecto desde Mataró hasta su casa de Barcelona era de una media hora. Condujeron mayoritariamente en silencio. Pedro, cuyo teléfono ya estaba conectado al Bluetooth del coche, reprodujo en modo aleatorio el nuevo disco de Quevedo. Escuchar su música le hacía recordar su Canarias natal, su casa, sus padres, sus amigos de allí.

Bajó la ventanilla del copiloto y asomó un poco la cabeza, dejando que la fresca brisa nocturna le despejase un poco la borrachera. Ella conducía despacio, muy rígida en el asiento del conductor, sin desviar los ojos de la carretera ni un segundo.

-Si te soy sincero, no pensaba que fueras a venir hasta Barcelona.- comentó él, dejando caer su cabeza en el respaldo.

-Bueno. Así me despejaba un poco, porque ahora estoy de exámenes.

A Pedro le parecía un fenómeno muy extraño conocer a otras personas de su misma edad. Ver que eran personas normales, que iban a la universidad, trabajaban, y tenían un día a día cotidiano. En ocasiones, él sentía un poco de nostalgia por esa vida que él nunca iba a experimentar, la de ser un chico de veinte años normal.

-¿Te gustó el partido?- inquirió.

-Por supuesto. Hemos ganado.- desvió la vista de la carretera un instante para sonreírle con actitud chulesca.

-Lo que no habéis ganado es La Liga.- la picó de vuelta.

-Los del Barça siempre tenéis que ser los protagonistas de todo, ¿no?

El comentario le hizo reír.

-¿Qué culpa tenemos de ser tan buenos?

Llegaron al edificio en el que residía Pedro. Bajo sus instrucciones, Ainara aparcó en el garaje. Tomaron el ascensor y subieron hasta su piso.

Cuando ya estaba girando la llave para abrir la puerta, Pedro recordó que había dejado la cama sin hacer. Ese tipo de cosas no le importaban tanto cuando iba Lorena a visitarlo, porque ella ya se había acostumbrado a lo desordenado que era.

-Bueno, ponte cómoda. Voy a buscar tu cosa.

Ainara se había quedado de pie en el recibidor, mirando a su alrededor con las manos cruzadas detrás de la espalda. Pedro corrió a su dormitorio y estiró rápidamente las sábanas sobre el colchón.

-Menuda casita, ¿no?- escuchó decir a Ainara desde el salón, con un tinte de guasa.

-Sí, bueno, para uno está bien.

El mechero rosa se encontraba al fondo del primer cajón de su mesita de noche. Tuvo que rebuscar, entre el cargador de su teléfono, condones, y diversa parafernalia que almacenaba allí hasta encontrarlo.

-Todo tuyo.- volvió al salón y se lo devolvió a su dueña.

-Gracias. ¿Tienes algo de alcohol? No he bebido absolutamente nada en lo que vamos de noche.

-Eh...sí, claro. Creo que algo tengo.

En uno de los armarios de arriba, sobre el mueble de la encimera, tenía una botella de Vodka blanco casi entero. Rebuscando en su nevera; encontró un par de latas de Fanta de naranja que ni siquiera recordaba haber comprado. Lo mezcló como buenamente pudo en un vaso que en su día fue un bote de Nocilla, y se lo dio, sentándose junto a ella en el sofá.

-Mira que haber ido al reservado y no aprovechar la barra libre.

-No me apetecía que media liga me viese borracha.

Se mordió el labio inferior.

-¿Entonces lo de perrear con Ferrán ha sido sobria?

Por poco escupe la mezcla que tenía a medio tragar.

-¿Lo has visto?

-Ha sido difícil no verlo.

Pedro juraría que en ese momento vio cómo se disipaba el color de sus mejillas.

-Oye, que yo no...

-Bah, tranquila. Conozco a Ferrán, es un ligón, y cuando bebe se pone más caliente que el palo de un churrero. Encima está un poco despechado, que hace poco que lo ha dejado con la novia.

No es que a Pedro le hubiese molestado porque fuera un tío posesivo con sus ligues, sino porque era más bien inseguro. Sobre todo cuando se trataba de Ferrán. Su compañero representaba todo lo que a Pedro le gustaría ser: más abierto, más despreocupado. Cualidades que sabía que las chicas valoraban, en lugar de la timidez que caracterizaba a Pedro. No era la primera vez que una chica interesaba a ambos y acababa quedándosela Ferrán.

-Ah.- bebió de su vaso, sin decir mucho más.- Bueno, yo creo que va siendo hora de estrenarlo, ¿no?

Alzó el mechero rosa.

-No te importa si fumo en el balcón, ¿no?

Ambos salieron al pequeño balcón del salón. Soplaba una brisa fresca, y a aquellas horas retumbaba en la noche sonidos de coches, de ambulancias, de alguna conversación lejana: la banda sonora de Barcelona. Pedro se había acostumbrado a dormir con ella de fondo.

Ainara sacó un paquete de tabaco de su bolso, y al tratar de entender un cigarro, el famoso mechero rosa no hizo más que soltar unos pocos chispazos demasiado débiles para poder prenderlo.

-No me lo puedo creer. Es de coña.- señaló el mechero.- Debe haberse quedado sin gas. Tanto pitote para nada.

No pudieron evitar reír juntos. Pues nada, sin fumar. Guardó el paquete y apuró lo que le quedaba de bebida. Contemplaban el cielo nocturno. Tras los edificios se podía atisbar el mar.

-Pedro.

-Dígame.

-¿Tú te has dado ya el primer baño del año?

-No, todavía no. ¿Por?

Se miraron.

-¿Cómo de lejos está la playa?

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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora