" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 "
Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
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• Julio de 2023 •
La noche anterior a su vuelo a Tenerife Ainara fue incapaz de pegar ojo. Los nervios se debían, por un lado, a que era la primera vez que viajaba sola en un avión, e iba a tener que fiarse de sus capacidades de orientarse en el aeropuerto y encontrar su puerta de embarque, y por otro lado, porque volaba a Canarias para verse con Pedro. Durante los últimos días, Pedro le había descrito por mensaje los sitios a los que la llevaría, las playas que visitarían, y los paseos que darían en coche por la Isla. El chico hablaba con tal devoción de su hogar, que Ainara se moría de ganas de poder verlo con sus propios ojos.
Naturalmente, Ainara no le había dicho a sus padres que se iba a ir por su cuenta a Canarias, en su lugar, les había dicho que se iba con un par de amigas de la universidad. Para ella, una mentira piadosa para ahorrarle sufrimiento a sus queridos progenitores. Total, no era tan tonta como para subir a su Instagram fotos en Canarias para que Martin o cualquiera de sus compañeros pudiese verlas y preguntar, y en el caso de hacerlo, sus padres no tenían redes.
La mañana del día 1 cogió un autobús que la llevó directa al Aeropuerto de Bilbao. Tras un par de horas muertas esperando a la hora de embarcar, dando sorbos a un café malísimo y carísimo, en las pantallas, por fin, apareció el número de la puerta de embarque.
Una vez en el avión, se acurrucó en su asiento, junto a la ventanilla, y se puso los cascos con cancelación de sonido. Tenía por delante casi tres horas de vuelo, y le había parecido oportuno descargarse para el disco de Quevedo, canario por excelencia; además de otras canciones que le recordase al verano, a la playa, para ponerse a tono para los diez días en las Islas que tenía por delante. No sirvió de mucho, porque a los pocos minutos de despegar cayó rendida, agotada por no haber dormido nada la noche anterior, y se despertó cuando quedaban pocos minutos para el aterrizaje. A través de la ventanilla podía ver, cada vez más cerca, el mar azul y la isla de Tenerife. Nada más tocar tierra, Ainara desactivó el modo avión de su teléfono y escribió un mensaje a Pedro.
Aterrizada :))
Tras desembarcar y recuperar su equipaje, Ainara se desplazó por el aeropuerto, hasta el exterior. Uno de los taxis aparcados fuera la llevó en un corto trayecto hasta La Laguna, a escasos kilómetros del aeropuerto. Durante el viaje, se quedó ensimismada viendo a través de la ventanilla el paisaje: montañas rocosas, cielo azul, y muy a lo lejos, trazando la línea del horizonte, el inmenso mar.
Había reservado un Airbnb en la zona más céntrica de Tegueste. Pedro, en una extraña petición, le había indicado que tan sólo reservase el apartamento para tres días, "que ya se encargaría él del resto". Teniendo en cuenta que Ainara planeaba quedarse allí durante diez días, tan sólo esperaba que Pedro le diese un lugar donde hospedarse y no la dejase con el culo al aire en la semana restante. Se reunión con la dueña, una chica joven con el musical acento canario que tanto le gustaba a Ainara. Le hizo entrega de las llaves y le comentó algunas peculiaridades acerca del piso antes de dejarla sola.
Lo primero que hizo fue darse una ducha para quitarse el olor a avión. Con el pelo mojado y una toalla enrollada al cuerpo, salió al modesto balcón del apartamento, y se fumó un cigarrillo que le supo a gloria mientras contemplaba las colinas que rodeaban la localidad. La isla de Tenerife la esperaba, inexplorada. Se moría de ganas por ver qué partes le enseñaba Pedro.
Recibió un mensaje del canario a los pocos minutos.
Perfecto Pasame ubi y a las 21 estoy allá Preparada para el tour?
Tan pronto como su piel estuvo seca, corrió a abrir la maleta para decidir qué ponerse. No tenía muy claro cuál iba a ser el plan, y Pedro no parecía estar por la labor de darle detalles. Teniendo en cuenta el calor que hacía, y que, de acuerdo con la previsión metereológica, iba a seguir haciendo incluso de noche, se puso unos sencillos pantalones cortos con un corsé azul cielo. Sacó la plancha de la maleta y se alisó el pelo en el baño. Se maquilló, se puso sus pendientes, sus pulseras, sus anillos y sus colgantes, y esperó, sentada en el salón del apartamento mientras enviaba mensajes a sus familiares y amigos informando de que ya había llegado, a que se hiciese de noche.
Cinco minutos más tarde de las nueve (vaya, se podía deducir que Pedro no era una persona puntual), sonó el timbre del apartamento. Ainara abrió la puerta, encontrándose con Pedro. Llevaba una camiseta ancha de color blanco, que contrastaba con su piel, un poco más bronceada que de costumbre, unos pantalones negros y deportivas. Tan guapo como lo recordaba, si no más, con las mejillas ligeramente besadas por el sol, los labios brillantes y sus ojos castaños aclarados por el sol.
-Hola.- saludó ella, insegura de cómo recibirlo.
-Hola.- correspondió él con una media sonrisa.- Bienvenida a Canarias. Ven, acompáñame.
Ainara podría jurar que el acento canario del chico estaba más marcado que de costumbre, probablemente por estar de vuelta en su Isla y hablar con su gente. Cogió su bolso y las llaves del apartamento y siguió a Pedro fuera del edificio, hacia un espectacular Porsche Cayenne con los cristales tintados aparcado en la calle.
-Señorita.- dijo Pedro, haciendo un falso gesto de galantería, abriéndole la puerta del copiloto. Ainara, entre risas, se metió, sintiendo el cuero del asiento bajo sus muslos desnudos. Pedro tomó asiento al volante.- Venga, vamos a ello.
Comenzó a conducir con suavidad por las calles de la localidad donde había nacido.
-Este de aquí fue mi colegio.- indicó, señalando hacia la derecha del vehículo.- Comencé a jugar en ese campo de fútbol que ves ahí.
-Y mira ahora.- dijo Ainara.- Hasta dónde has llegado.
-Ya, hay veces que me cuesta creerlo.- afirmó él, maniobrando el volante para tomar una curva.
El tour consistió en un pequeño paseo por Tegueste, mientras Pedro le indicaba zonas que habían sido significativas para él de niño y de adolescente; el colegio e instituto en el que estudió, el parque donde se dio su primer beso, la casa en la que vivían sus abuelos...Ainara, encantada de saber más sobre él, admiraba las pequeñas casas y calles mientras escuchaba. Sonaba en la radio un reggaeton suave, que daba ambiente, a medida que el sol abandonaba el cielo y daba paso a la noche.
Pedro aparcó el espectacular coche en un mirador desde el que se podía ver el mar.
-Ven conmigo.- indicó, saliendo del vehículo. Ainara lo siguió hasta un pequeño acantilado. El mar rompía contra sus rocas en fuertes olas, y unas pequeñas ráfagas de espuma caían de vez en cuando sobre la hierba. Era tan bonito que cortaba la respiración. La brisa marina inundaba las fosas nasales, y el monzón removía el pelo.
Una vez estuvo junto a él, Pedro abrió los brazos.
-Bajamar.- indicó.
Ya había caído la noche, y con ella, habían salido la luna y las estrellas. En aquella zona en la que apenas había contaminación lumínica, se podían ver con total claridad. Era un sitio perfecto, en el que no había gente y tan sólo se escuchaba el rumor de las olas, y una noche perfecta, su primera en Canarias.
Ainara estaba tan centrada en contemplar el mar que no se dio cuenta que Pedro se había acercado más a su cuerpo.
-Oye.- susurró, labios carnosos rozando el oído de Ainara.- Creo que podemos saludarnos como es debido, ¿no?
Ainara, que sabía perfectamente a qué se refería, tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo besó, sin prisa, mientras a pocos metros de ellos rompían las olas del mar.
En cuanto se separaron, vio que Pedro tenía un ligero tinte rojizo en las mejillas y en los labios, y sus ojos brillaban a la luz de la luna.
-Gracias por haber venido.- murmuró, antes de besarla de nuevo.