" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 "
Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
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Como casi todos los días después de un partido, en cuanto sonó la alarma sintió todo el cuerpo pesado, nada descansado. Había llegado a su apartamento alrededor de las cuatro de la mañana; tan agotado por la combinación de cansancio por el partido, la fiesta posterior y el alcohol, que al entrar en su habitación tan sólo tuvo fuerzas para quitarse la ropa y lanzarse sobre la cama.
De modo que aquella mañana lo primero que sintió al despertarse fue el suave tacto de las sábanas contra su piel desnuda y el mordisco del frío sobre las partes de su cuerpo que no estaban tapadas. Se removió un poco y estiró el brazo, a ciegas, tanteando la mesita de noche junto a la cama hasta que sintió el teléfono bajo su mano. Toqueteó la pantalla hasta que se apagó la alarma. La luz blanquecina de una mañana nublada bañaba la habitación, haciendo que abriese los ojos. Tampoco había bajado la persiana.
Notaba la boca pastosa y los músculos entumecidos por el esfuerzo físico del día anterior, además de una jaqueca que le oprimía la cabeza con fuertes ráfagas de dolor. Los días de partido siempre eran tan intensos, y tan drenantes, que los días siguientes siempre acababa con el cuerpo del revés. Ello no significaba que pudiera tomarse un descanso; seguía teniendo que entrenar aquella mañana, de una forma algo más suave, y más importante aún, tener una sesión con el fisio para asegurarse de que el partido no hubiese hecho mella en su musculatura, que andaba delicada después de tantas rachas de lesiones y recaídas.
Se incorporó de la cama y el frío lo envolvió por completo. Lamentó en aquel momento haberse ido a dormir en ropa interior. Sin siquiera mirar el teléfono corrió al baño, se quitó la ropa interior, abrió la llave de la ducha y, una vez comprobó que la temperatura estaba a su gusto se metió bajo la cascada de agua. Xavi solía recomendar a sus jugadores que se duchasen siempre con agua muy fría, alegaba que era bueno para los músculos sobrecargados y para la circulación, pero Pedro, puestos a elegir, prefería el agua lo más caliente posible, a escasos grados del punto de ebullición, por lo que cuando se duchaba en casa aprovechaba y se daba el gusto.
Se quedó quieto bajo la alcachofa de la ducha, dejando que el agua caliente se deslizase por su piel y llenase el baño de vapor, sin siquiera enjabonarse, tan sólo dejando que el fluir del agua poco a poco terminase de despertarlo.
Serían cerca de las nueve de la mañana. Solía ponerse la alarma temprano para no tener que ir con prisas. Lo bueno de los días post partido era que retrasaban un poco las horas de los entrenamientos para que los jugadores pudiesen descansar un poco, aunque de poco servía, porque los jugadores siempre acudían a esos entrenos medio dormidos y más torpes a la hora de realizar los ejercicios, lo cual les ganaba gritos y broncas del entrenador. Le daba una pereza increíble tener que moverse aquel día, no quería imaginarse cómo estarían los compañeros que hubiesen bebido más de la cuenta.
Tras enjabonarse escuetamente y aclararse, se enrolló una toalla a la cintura y salió del baño. Tenía ronchas rojas en la piel de lo caliente que había puesto el agua, y tanto el espejo del baño como la mampara de la ducha se habían empañado.