• Intimidad •

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El sol de aquel primer día en la villa comenzó a esconderse en el horizonte, tiñiendo el cielo de naranja y el mar de blanco.

Pedro y Ainara habían pasado el resto de aquel día entrando y saliendo de la piscina, tomando el sol y hablando. Hablaban todo lo que no habían podido durante todos aquellos meses sin verse. Hablaban tanto que se habían olvidado de besarse, casi como si conocerse fuese más importante. Ella le había puesto al corriente de su carrera, su vida universitaria, lo mal que lo había pasado durante los últimos exámenes. Pedro parecía tener una particular fascinación por la vida de los estudiantes, casi como si fuese un antropólogo estudiando alguna tribu primitiva. Para alguien con una vida tan poco usual como la suya, el día a día cotidiano de la gente de su edad, saber cómo era vivir una vida normal, sin días de partido, sin entrenamientos y sin cámaras le resultaba de lo más interesante. Así, intercambiando vivencias, se les escapó el día.

Enrollada en una toalla, con el pelo húmedo y el cuerpo ya seco, Ainara contemplaba el atardecer. El agua de la piscina, en la que llevaban un buen rato sin meterse, estaba completamente lisa, reflejando las últimas luces del día. Se abrazaba las rodillas, con tan sólo el bikini puesto, embelesada en los colores del cielo. Tanto, que ni siquiera escuchó a Pedro sentarse junto a ella.

-Te salieron pequitas.- observó, mirándola fijamente. Llevó el nudillo de su dedo índice al pómulo de la chica, y trazó una suave línea por las marcas que el beso del sol había dejado en aquella zona, apenas haciendo contacto. Ella, que todavía no se había acostumbrado a tener sus ojos ni sus manos encima, apoyó su mejilla en sus rodillas, tratando de esconder su rostro.

-Y lunares.- añadió, bajando la vista hacia su escote, ahora salpicado de pequeñas motas y alguna que otra peca.- A ti se te ponen los ojos más claritos.

Era cierto; los ojos de Pedro, al sol, adquirían un color ambarino que sólo hacía que Ainara se derritiese más cada vez que la miraba. El verano le sentaba muy bien, el sol le daba un color y un aspecto muy saludable y vivaracho, como si Pedro se revitalizase cada vez que le daba el sol y respiraba la brisa del mar.

-¿Sí? Me lo suelen decir.

Tan sólo llevaba puesto el bañador; dejando a la vista su tonificado cuerpo, por el que todavía se deslizaban algunas gotas del agua de la piscina. Estaba francamente bueno, y Ainara no era nada buena disimulando su atracción por él. Lo cierto era que ella todavía estaba teniendo conflictos con su autoestima y con la percepción que tenía de sí misma: viendo a aquel chico tan guapo y atractivo, sólo podía preguntarse qué era lo que había visto en ella. Él; que probablemente pudiese estar con la chica que quisiera, con la más guapa, la más atractiva, la de mejor cuerpo, la mejor en la cama, había decidido alquilar una villa para estar una semana con una simple universitaria del norte; que vivía a kilómetros de él, a la que había visto en escasas ocasiones, y que tampoco tenía una cara o un cuerpo que fueran merecedores de tanto esfuerzo, o eso creía ella. Trataba de no pensar en ello, pero había ocasiones a lo largo del día en los que esos pensamientos negativos la asaltaban.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora