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Ainara se fumó el cigarrillo más rápido del mundo en el breve trayecto que había del espacio en el que había aparcado el coche a la puerta de la cerca de casa de Martín, manteniendo un firme agarre con su mano libre sobre el pequeño molde redondo que llevaba, cubierto con una capa de papel de aluminio. La casa en la que tantas veces había estado, que se sabía de memoria y en la que se sentía tan cómoda como en la suya propia de repente le generaba un rechazo inmenso, una ansiedad tremenda, como si fuese su primera vez en la casa de un desconocido, en lugar de su enésima vez en casa de su primo.
¿El motivo? Que Ainara y Robin habían convenido que en la comida que Martín había organizado para sus compañeros aquel día iban a contarles lo suyo. Lo suyo, porque lo cierto era que todavía, pareja oficial no eran. Por lo menos, no lo habían hablado, pero lo de que estaban juntos era un hecho. ¿En qué términos? A saber.
Buscó entre su manojo de llaves la de la casa de Martín, que tenía casi como si fuese su propia casa, y entró. Desde el patio trasero se podían escuchar voces masculinas. La puerta corredera estaba abierta. Caminó hasta la cocina. En ella, tan sólo estaba Robin, con una botella de vino blanco en mano, removiendo el contenido del cajón abierto de los cubiertos, probablemente buscando el sacacorchos. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, deleitándose con la imagen, de lo guapo que estaba su chico incluso de la forma más casual. No se acostumbraba a su atractivo.
-Hola.-dijo ella por fin, anunciando su presencia. Él alzó la vista y le sonrió.
-Hola.
Era extraño encontrarse con él así; como si aquella mañana no se hubiese despertado en su cama y en sus brazos.
Él se acercó y la recibió con un cariñoso beso en la mejilla.
-¿Los demás?- inquirió, mirando hacia atrás con inseguridad; por si alguno de ellos se encontraba por allí y veía a Robin besándola.
-Fuera. Sólo faltabas tú por llegar.- repuso, dejando la botella sobre la encimera y cerrando el cajón. Ella se había ido de su casa temprano por la mañana para poder arreglarse en la suya, antes de que él pudiera hacer lo mismo. Ahora iba con una camisa azul cielo remangada hasta los codos, que contrastaba con el bronceado que ya estaba comenzando a adquirir con la llegada de la primavera, y unos simples pantalones color arena. Como siempre, estaba para comérselo.
Se acercó a ella.
-¿Es lo que yo creo?- inquirió, visiblemente emocionado, señalando el molde que Ainara llevaba entre las manos. Alzó ligeramente la cobertura de papel aluminio para comprobar que, efectivamente, era el bizcocho que hacía la madre de Ainara, y que a él le encantaba.- Dile a tu madre que la quiero.
-Ya lo sabe. Te quiere más que a mí.
Dejó el molde en la encimera, retirando el papel que lo recurría. Tras ella, Robin trató de coger un trozo, o aunque fuera una miga, pero ella se lo impidió, dándole una suave palmadita en la mano.
-,¡Oye! Aguántate al postre.- protestó con fingida molestia. Se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la encimera, con el gesto torcido.
Robin no necesitaba preguntar; sabía de sobra por qué estaba así de tensa. Él le había dicho que también estaba nervioso, aunque él disimulase los nervios mejor.
-Oye.- Alzando la vista hacia la puerta para asegurarse de que ninguno de sus compañeros rondaba por allí, la cogió de las manos y apoyó su frente en la de Ainara.- ¿Estás bien?
Ella asintió.
-Sí, es sólo que estoy nerviosa.
-Es normal, pero yo voy a estar a tu lado en todo momento, y va a ir todo bien. ¿De acuerdo?
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𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢
أدب الهواة" 𝑺𝒆 𝒔𝒖𝒑𝒐𝒏𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒆 𝒆𝒏𝒂𝒎𝒐𝒓𝒂𝒔, 𝒏𝒐 𝒍𝒐 𝒆𝒍𝒊𝒈𝒆𝒔 " Pedro tiene una filosofía de vida muy clara: centrarse en su trabajo y disfrutar de su juventud sin ataduras. Sin embargo, cuando una noche de fiesta conoce a Ai...
