• Los recuerdos del baúl •

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" Hay que ver que pronto se puede olvidar
Hay que ser muy tonto para recordar
Pero yo, yo no puedo evitar pensar en ti "

-Duncan Dhu

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El amor es extraño, y casi nunca es igual para todo el mundo.

Pero en la experiencia de todas las personas siempre parece haber un momento clave común: el momento en el que te das cuenta de que estás enamorado. Quizá ya lleves un tiempo estándolo; pero en ocasiones la mente necesita más tiempo para comprender lo que el corazón ya sabe.

Robin tenía muy claro cuál fue el momento en el que se dio cuenta. Ojo; enamorado llevaba muchísimo tiempo, simplemente todavía no había tenido la epifanía.

Robin veía el cerebro como un baúl de los recuerdos; en el que se iban almacenando los diversos fragmentos de la memoria de cada uno. Y en su baúl, tenía recuerdos de Ainara a raudales, con todo lujo de detalles; como si su mente hiciese un mayor esfuerzo en capturar los recuerdos cuando se trataba de ella. Y entre todos aquellos recuerdos apilados, estaba aquel, el del día que lo supo.

Era finales de febrero; y aunque el cielo fuese gris y el frío apretase, Robin y Ainara habían decidido salir a dar una vuelta por el barrio de éste. A los dos les gustaba la tranquilidad del municipio, y la certeza de que no fuesen a toparse con ningún conocido de San Sebastián que pudiese descubrirlos; así que aprovechaban su libertad: lo mismo se cogían la mano y caminaban así varios minutos, que se soltaban, que se paraban para darse un beso. Hacían lo que les naciese en cada momento. A Robin le gustaba eso.

-Joder, qué frío.- dijo ella, frotándose con fuerza las manos para entrar en calor. Le goteaba la nariz y tenía las mejillas y los alrededores de los ojos teñidos de rosado.- No siento las manos.

Robin las tomó entre las suyas; estaban verdaderamente frías, casi no parecían las de alguien vivo, con sangre fluyendo por las venas. Se las llevó a los labios y las besó repetidamente.

-¿Mejor?

-Un poquito.- admitió, poniendo ojos tiernos.

Él sonrió y le rodeó los hombros con el brazo, atrayéndola hacia su cuerpo. Ella rápidamente le pasó un brazo por la cintura, pegándose a él.

Así, caminando acaramelados, se encontraron con los vecinos de Robin. Ismael y Mar, un matrimonio mayor, que se encontraba paseando al perro.

-¡Hombre, Robin!- saludó Ismael, abrigado hasta arriba, tendiéndole la mano para estrechársela de manera afectuosa.

Él correspondió, sonriente, al saludo, y saludó también a Mar. Eran muy buenas personas; humildes, de pueblo de toda la vida. A Robin le recordaban mucho a sus abuelos, y ellos le habían dicho en alguna ocasión que él les recordaba al único hijo que tenían; que vivía en San Sebastián e iba a visitar a sus padres, como mínimo, una par de veces a la semana. Le ayudaban en todo lo que podían; cuando Robin se encontraba en otro país disputando algún partido, ellos se pasaban por su casa a regarle el jardín y a ventilarle las habitaciones; y de vez en cuando le llevaban a casa comida que habían preparado; sobre todo, cuando volvía de parones de Selección y tenía la nevera vacía; cocinaban de escándalo. Se sentía inmensamente afortunado de tener personas que se preocupasen por él de una forma tan desinteresada. En especial, cuando estaba tan lejos de su familia.

-Bueno; ¿y esta chica?- el hombre puso los brazos en jarras.- ¿No nos la vas a presentar?

-Ah, esta es Ainara.- dijo Robin, ruborizado.

𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐏𝐞𝐝𝐫𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora