035 - Rhaelle y Alicent

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La sala del trono se alzaba ante ella, un lugar que conocía bien pero que ahora parecía envuelto en una neblina inquietante

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La sala del trono se alzaba ante ella, un lugar que conocía bien pero que ahora parecía envuelto en una neblina inquietante. En el trono de hierro, Jacaerys Velaryon, con la corona sobre su cabeza, observaba con gravedad la sala vacía. Rhaelle intentó acercarse a él, sus labios se movían para pronunciar su nombre, pero sus palabras parecían perderse en el aire. Por más que intentaba gritar, su voz no llegaba a él, como si una barrera invisible la separara de su primo. Jacaerys, inmóvil en su asiento, no parecía notar su presencia

El escenario cambió abruptamente. Ahora, La princesa se encontraba en un vasto descampado, donde el viento soplaba con fuerza. Frente a ella, una figura femenina de espaldas, con cabello blanco que ondeaba al compás del viento, permanecía junto a un dragón de escamas plateadas, Vytharion. La mujer se mantenía inmóvil, como si esperara algo o a alguien, pero cuando Rhaelle intentó acercarse, la visión se desvaneció.

Estaba vez sintió en el sueño como caía, llevándola a un lago oscuro bajo el cielo estrellado. La luna se reflejaba en el agua serena, mientras ella salía y todo parecía tan oscuro. De las sombras emergió su hermana Helaena, con su mirada penetrante y voz suave. — Eres importante para lo que viene —,  dijo Helaena, con una urgencia que Rhaelle sintió más que escuchó. — Debes prevalecer hermana —,  Rhaelle intentó comprender el alcance de sus palabras, pero antes de que pudiera preguntar, la visión se disolvió.

Despertó de golpe, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. El sol de la mañana ya se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en una cálida luz dorada. Jacaerys estaba dormido a su lado, su respiración tranquila. Rhaelle, aún agitada por el sueño, supo que debía moverse antes de que alguien los descubriera. Con cuidado, se levantó del lecho, asegurándose de no despertar a Jacaerys, y se escabulló fuera de la habitación.

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Lejos de allí, Ser Criston no tenía discreción a la hora de extrañar a su reina, mientras olía el pañuelo que ella le había obsequiado. Ser Gwayne era un hombre astuto y desde el primer momento notó este comportamiento de Criston.

— ¿Acaso no le importa tener una esposa? —, preguntó Gwayne a Criston apuntándole con su espada. — Lord Comandante.

— No pienso en nada más, milord —, respondió Ser Criston volteando su cabeza para verlo.

— El hijo de un mayordomo de Dorne, casado con la princesa y cogiendose a la reina de los Siete Reinos —, dijo Gwayne con desagrado.

— Antigua reina, ella no ha roto su juramento por mis actos.

— ¿Y antigua princesa, o como? —, Gwayne dijo acercando la espada al cuello de Criston. — Deshonraste a mi sobrina.

— Ella me deshonró teniendo bastardos —, se atajó Criston.

— No la culpó, te cogias a su madre, a mi hermana.

— Ella salvo mi vida, dos veces. Una del verdugo y la otra de mi mismo —, empezó diciendo Criston. — Le debo la vida.

DEBER Y SACRIFICIO | house of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora