055 - Contando los dias

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La oscuridad en Harrenhal era densa, como una niebla que parecía envolver cada rincón de la ruina maldita

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La oscuridad en Harrenhal era densa, como una niebla que parecía envolver cada rincón de la ruina maldita. El eco del viento atravesaba las grietas de las enormes paredes de piedra, creando susurros extraños, que se enredaban en los pensamientos de Aemond, privándole del descanso. Estaba acostado en su cama, con el único ojo abierto, el otro sellado bajo el parche que nunca se quitaba. A pesar del frío, su cuerpo estaba empapado en sudor. No podía dormir. Las imágenes lo atormentaban cada vez que cerraba el ojo.

Veía sangre. Rostros desfigurados por la guerra y el odio que él mismo había desatado. Los gritos de los moribundos llenaban sus oídos, cada vez más agudos, más insoportables. Intentaba ahogar esos sonidos, pero cuanto más luchaba, más profundos se clavaban en su mente.

De repente, el aire en la habitación cambió. Una presencia que Aemond conocía bien se hizo palpable. En medio de la penumbra, la figura de Rhaelle apareció. Era etérea, pero clara como el día, con su postura altiva y su mirada de desdén. Su cabello blanco y sus ojos fríos le helaban hasta los huesos. Se acercó lentamente, como una sombra ineludible.

Aemond se tensó, tratando de convencerse de que no era real. Pero cuando Rhaelle habló, su voz parecía resonar desde todos los rincones de la habitación, llenándola de un peso abrumador.

—Me entristece, Aemond —susurró, su tono cargado de desprecio y pena—. Que no voy a ser la última que veas cuando cierres tu ojo. Nuestro tío disfrutará ser ese.

Intentó responder, pero las palabras no salían de su boca. De pronto, el suelo bajo sus pies comenzó a desmoronarse, como si las piedras mismas de Harrenhal se hundieran en un abismo. La imagen de Rhaelle seguía ahí, mirándolo sin emoción, mientras él se veía a sí mismo hundiéndose, sin poder controlar su caída.

Las llamas de Vhagar, lo envolvían, pero esta vez no lo protegían. Quemaban su piel, lo abrasaban desde dentro. Gritó, extendiendo su mano hacia Rhaelle, pero ella solo lo observaba con sus fríos ojos, que ahora brillaban como el acero. Y al fondo, una risa resonó, profunda y oscura, la risa de su tío Daemon, acercándose con cada segundo, reclamando la promesa que siempre había temido.

Aemond despertó bruscamente, jadeando. Sus manos temblaban y su ojo, buscaba con desesperación alguna señal de que aquello había sido solo un sueño.

Harrenhal estaba más vivo que nunca en sus pesadillas.

Mientras todos dormían en la sala de banquetes, donde las antorchas titilaban perezosamente, dos figuras se tambaleaban, envueltas en el inconfundible hedor del vino.

Hugh y Ulf, estaban sentados en una mesa abarrotada de jarras vacías, hablando en murmullos y soltando carcajadas de vez en cuando. Afuera, las patrullas de la guarnición de Rhaenyra vigilaban la costa, confiadas en que nada perturbaría la paz de la noche.

En ese momento, la pesada puerta de la sala se abrió lentamente, sin hacer ruido. Un hombre envuelto en una capa oscura entró, su silueta apenas visible bajo la tenue luz de las antorchas. Era alto y delgado, el emblema de los Verdes no era visible, cerró la puerta detrás de él y se acercó con pasos calculados.

DEBER Y SACRIFICIO | house of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora