003 - La belleza de la princesa

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El suave vaivén del barco se sentía como un arrullo constante mientras navegaban de regreso a King's Landing

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El suave vaivén del barco se sentía como un arrullo constante mientras navegaban de regreso a King's Landing. El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y naranjas, reflejándose en las aguas tranquilas del mar. Rhaelle, envuelta en una capa ligera para protegerse de la brisa marina, estaba apoyada en la barandilla, mirando hacia el oeste.

A su lado, Criston, observaba el mismo horizonte.

"Cada vez falta menos para la boda" murmuró Rhaelle, rompiendo el silencio, sin apartar la vista del mar. "A veces siento que el tiempo pasa demasiado rápido."

Criston asintió, girando la cabeza para mirarla.

"El tiempo tiene su propio ritmo, mi princesa." respondió con voz baja.

Rhaelle lo miró, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

"Sé que esto es lo que se espera de mí. Mi deber."

Los días siguiente no fueron más tranquilos, cuando volvieron a Westeros para buscar la comodidad de su castillo encontraron todo menos eso, una nueva muerte los había azotado, esta vez la de el esposo de Rhaenyra, Laenor. Una muerte en extrañas circunstancias y fue aún peor cuando la noticia del matrimonio de Rhaenyra y Daemon se había consumado en un antiguo ritual valyrio junto a sus hijos los cuales aún lamentaban la muerte de sus padres.

Cuando esta noticia llego a los oídos del rey prácticamente desterró a Rhaenyra y Daemon por tal acto, a el rey lo enfurecía la rebeldía que ambos tenían en cómo osaban casarse tan rápido y sin permiso y lo peor de todo como al final lograron quedarse juntos.

Rhaelle no se sorprendió pero se molestó, siempre supo del amor incondicional de Rhaenyra a Daemon y solo era cuestión de tiempo que esto pasara. Lo que la molestaba era que su madre tuviese razón, al final del día Rhaenyra estaba con la persona que amaba y a ella le bastaba con conformarse con un matrimonio el cuál no le hacía nada de gracia, pero por lo menos agradecía que Criston era bueno con ella y quizás iba a ser un esposo decente.

Con el tiempo la princesa crecía, los juegos de espada y las aventuras con sus hermanos comenzaron a desvanecerse en el horizonte de sus intereses. Los entrenamientos en secreto, que antes la llenaban de emoción y compañerismo, se convirtieron en un recuerdo lejano, reemplazado por nuevas inquietudes y deseos que emergieron con la adolescencia.

Sus preferencias habían comenzado a girar hacia el esplendor de las joyas, el lujo de los vestidos y el arte de los peinados elaborados. Las horas que antes dedicaba a perfeccionar su habilidad con la espada ahora se empleaban en ajustar delicados collares de perlas, en elegir sedas y brocados de las más finas telas, y en experimentar con peinados intrincados que acentuaran su belleza.

El vestidor de la princesa se convirtió en un santuario de moda, donde cada día se presentaba una nueva gama de verdes y lilas en general y algunos colores otras veces y estilos, la princesa era la única de sus hermanos que no usaba únicamente el color verde, casi siempre optaba por colores claros que hacían destacar sus piel y realzar su gracia y sofisticación. Los vestidos, ajustados a la perfección y adornados con bordados de hilos de oro y piedras preciosas, pasaban a ser su nuevo campo de juego. Los espejos, ahora reflejaban su imagen adornada, su rostro enmarcado por coquetas trenzas y delicadas ondas.

DEBER Y SACRIFICIO | house of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora