¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Lucerys había pasado el resto de la madrugada en vela, con la mente todavía revoloteando entre recuerdos recién recuperados y las emociones que estos traían consigo. No podía esperar más. Necesitaba ver a Rhaelle, contarle lo que había ocurrido, lo que ahora sabía con certeza.
Se levantó con rapidez, se vistió en silencio y salió de su habitación. Los pasillos de Dragonstone estaban casi desiertos a esa hora, solo algunos sirvientes madrugadores se movían por el castillo, preparando todo para el día que empezaba. Lucerys apenas se detuvo para dar explicaciones a quienes lo miraban con curiosidad, su mente fija en un único objetivo.
Mientras cruzaba el umbral hacia el patio, una ráfaga de aire fresco lo golpeó, despejando su mente. Alzó la vista y la vio, Rhaelle estaba en el centro del patio, al lado de Mistral. Ella acariciaba las escamas de la bestia, que permanecía quieta. La escena le recordó a Lucerys cuánto había cambiado desde la última vez que realmente había sido consciente de su entorno, y ahora, todo eso lo estaba inundando de nuevo.
—Rhaelle —llamó su nombre, ella lo escuchó y se giró rápidamente hacia él, su expresión relajada al principio, pero luego se tensó al ver la seriedad en su rostro.
—¿Luke? ¿Qué ocurre? —preguntó ella, avanzando un paso hacia él, con la preocupación evidente en su voz.
Lucerys se acercó con pasos rápidos, y cuando estuvo frente a ella, por un momento, no supo cómo empezar.
—Recuerdo... recuerdo todo —,dijo finalmente, su voz temblando ligeramente al pronunciar las palabras—. Sé quién soy. Soy Lucerys Velaryon, el hijo de Rhaenyra Targaryen, y lo recuerdo todo. Todo.
El silencio que siguió fue pesado, casi palpable. Rhaelle lo miró fijamente, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Un brillo de emoción apareció en sus ojos, y lentamente, una sonrisa se dibujó en su rostro, una sonrisa llena de alivio y alegría.
—¡Lucerys, lo has recordado! —exclamó, con su voz llena de una mezcla de felicidad y asombro. Sin pensarlo, dio un paso más hacia él y lo envolvió en un fuerte abrazo. La presión de sus brazos alrededor de su cuello fue reconfortante, casi abrumadora en su intensidad. Lucerys sintió cómo las emociones se desbordaban en su interior, como si toda la confusión y el miedo de los últimos días se disiparan con ese simple gesto—. Sabía que en algún momento recordarías —continuó Rhaelle, soltándolo suavemente y mirándolo—. No sabes cuánto me alegra escuchar esto.
Lucerys asintió, devolviéndole la sonrisa, aunque todavía sentía un nudo en la garganta. —Debemos decírselo a todos —dijo con firmeza.
Rhaelle asintió, su expresión volviéndose más seria. —Tienes razón. Tu madre, Jacaerys... todos deben saberlo.
Ambos avanzaron rápidamente por los pasillos del castillo, cuando llegaron a la puerta de la sala, Rhaelle se detuvo por un instante y miró a Lucerys, asintió hacia el, dándole una última muestra de apoyo antes de empujar la pesada puerta y entrar en la sala.