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Un cuervo había llegado a King's Landing, llevando noticias que se esparcieron rápidamente por la Fortaleza Roja, la princesa Rhaenyra esperaba un hijo. La noticia no tardó en llegar a oídos de Rhaelle que com una sonrisa, comentó que parecía una fiebre del bebé, ya que ya tres de ellas estaban embarazadas. La coincidencia resultaba graciosa, y no dejaba de ser un tema de conversación en cada rincón del castillo.
Sin embargo, no todos compartían la misma alegría. La reina Alicent recibió las noticias con frialdad. Para ella y sus hijos, el anuncio no era motivo de celebración. Aunque el niño por nacer sería otro Targaryen, no dejaba de ser hijo de Rhaenyra y Daemon, personas a quienes consideraban arrogantes y despreciables. A pesar de todo, Rhaelle mantenía una actitud optimista. Estaba en su quinta luna de embarazo, mientras que Rhaenyra apenas comenzaba su primer mes. A menudo, Rhaelle pensaba en un futuro en el que sus hijos y los de Rhaenyra fueran buenos amigos. Rhaelle pensaba en la posibilidad de tener una niña. Si así fuera, le gustaría casarla con uno de los hijos menores de su hermana. Esa unión podría fortalecer los lazos entre sus familias, creando una alianza más sólida en un tiempo donde las lealtades eran frágiles y los enemigos acechaban en cada sombra.
La realidad pronto la llamó de vuelta, cuando una de sus doncellas entró con noticias del consejo. Rhaelle suspiró, guardando sus sueños para más tarde. Mientras caminaba hacia el salón del consejo, sabia que se acercaban nuevos problemas.
Al llegar a las puertas de la sala del consejo, tomó un respiro profundo antes de entrar.
"Madre, abuelo." saludó Rhaelle con una reverencia antes de tomar asiento.
"Rhaelle". respondió Alicent con una voz fría. "Hay mucho de qué hablar." Otto inclinó la cabeza, reconociendo su presencia.
"Tu padre a estado delirando sobre una profecía y en ella a hablado de Aegon, creo que él lo quiere en el trono después de todo." Empezó hablando Alicent.
"La salud de tu padre, sigue empeorando. La cuestión de la sucesión se vuelve más urgente cada día. Creemos que es necesario discutir la posibilidad de subir a Aegon al trono cuando llegue el momento."
Rhaelle asintió. Amaba a su hermano, pero sabía que Rhaenyra había sido nombrada heredera años atrás y que debería respetase la decisión de su padre. No podían tomar en serio lo que un cuerpo moribundo decía sobre su hermano, era una locura.
"La guerra puede estallar si esto sucede, Rhaenyra tiene apoyo." dijo Rhaelle con calma. Alicent intercambió una mirada con Otto antes de responder.
"Por eso estas tú hija, eres amada y respetada por muchos, tu voz puede influir." Otto asintió en acuerdo con la reina.
"Mi padre aún no a muerto y no deseo discutir estos temas hasta que él no se haya ido, si me disculpan debo retirarme." Sin decir nada más la princesa salió de la sala algo enojada por lo que se había hablado.
Esa fue la última vez que Rhaelle atendió una conversación sobre la sucesión al trono. Hasta que la muerte tocó sus vidas.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Finalmente, el fatídico día llegó. El rey Viserys, debilitado y enfermo, sucumbió a su enfermedad. Rhaelle se encontraba en sus aposentos cuando su madre contó la noticia. Una noticia que fue un misterio para el resto pues nadie había dicho nada.
En la privacidad de la habitación de su padre Otto anunciaba a los hijos que se encontraban allí. "El rey ha muerto, Aegon será proclamado rey."
El cuerpo sin vida de Viserys permaneció oculto en su habitación durante siete días, los mismos siete días que la familia real utilizó para trazar los planes para la sucesión del trono. Los sirvientes, ignorantes del destino que había caído sobre su rey, continuaban con sus rutinas diarias, mientras que, detrás de puertas cerradas, los planes tomaban forma definitiva.
Rhaelle trataba de mantenerse alejada del estrés que la rodeaba, faltaba muy poco tiempo para el nacimiento de su bebé y no quería que nada le pasase. Los días pasaron lentamente, del otro lado de Westeros la princesa Rhaenyra pasaba sus días con normalidad sin saber que estaban a punto de robarle lo que alguna vez le había pertenecido.
Alicent, se encargó de asegurar que los sirvientes más cercanos al rey no sospecharan nada. Se les ordenó que mantuvieran silencio, bajo amenaza de terribles consecuencias. Mientras tanto, los consejeros leales comenzaron a reunirse en secreto, discutiendo cada detalle del plan. Las cartas comenzaron a ser enviadas. Mensajeros discretos partieron hacia los aliados más cercanos, aquellos que se habían mantenido leales en las sombras, prometiendo recompensas y poder a cambio de su apoyo. Se dieron instrucciones específicas a los guardias para evitar cualquier rumor sobre la muerte del rey, mientras que los mensajeros partían con las primeras cartas.
Se convocó a una reunión secreta de los miembros más leales del Consejo Privado para discutir los detalles del plan. Se debatieron estrategias para enfrentar posibles oposiciones y se trazaron rutas seguras para los mensajeros. Se ordenó a los herreros que prepararan las insignias reales y las vestiduras de coronación.
A todo esto Aegon esperaba por el día de la coronación, hubo un tiempo en el que no quería ser rey, pero fue convencido por Otto y Alicent. Le recordaron las promesas de poder y control, y lo alentaron a prepararse mentalmente para la coronación.
Cuando el séptimo día llegó. Era el momento de actuar.
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