Capítulo 6: Desgaste

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Al amanecer del día siguiente, Klara estacionó su camioneta en el mismo lugar de siempre, frente al Aurora Ice Arena. Antes de apagar el motor, permaneció en silencio dentro del vehículo, permitiéndose un momento de tranquilidad mientras las gotas formadas por la llovizna se deslizaban por el parabrisas. 

Finalmente, salió del vehículo, ajustando su chaqueta para protegerse del frío húmedo. La brisa matutina le acarició el rostro y caminó hacia la puerta principal del edificio, escuchándose el sonido de sus botas resonando suavemente en el pavimento mojado.

Al llegar, sus ojos se detuvieron en un pequeño montón de cartas, dispersas en el suelo frente a la entrada. Klara se agachó, recogiendo cada carta con cuidado, notando cómo la tinta de algunas direcciones se había corrido un poco.

—No se para que tenemos el buzón si el cartero tira las cartas donde quiere.

Les dio un vistazo rápido a cada una de las cartas antes de abrir la puerta. La oscuridad fría del interior la recibió, el lugar parecía aún dormido, como si esperara su llegada para cobrar vida. Cerró la puerta tras de ella y dejó las cartas sobre el mostrador, desinteresada en revisarlas más a fondo.

Encendió las luces, y una cálida luminosidad se extendió por todo el recinto, revelando la pista de hielo. Klara recorrió el lugar con la mirada, asegurándose de que todo estuviera en su sitio. 

Con pasos lentos y mientras silbaba una canción que recordó justo en ese momento, se dirigió al cuarto donde la vieja zamboni reposaba, una máquina que había visto mejores días pero que seguía cumpliendo con su función. 

Klara encendió un cigarrillo, permitiendo que el humo se mezclara con el frío aire a su alrededor mientras se acercaba a la maquina y la preparaba. Como era habitual, esta le dio algo de pelea. Tras girar la llave, el motor resopló y se sacudió antes de apagarse. Klara soltó un resoplido de impaciencia, dándole una patada a la estructura metálica antes de intentarlo de nuevo. Esta vez, el motor tosió un par de veces antes de arrancar.

—No era tan complicado —le murmuró a la maquina. 

Con el cigarrillo aún entre sus labios, subió a la zamboni y la puso en marcha. Mientras manejaba la máquina sobre el hielo, sus ojos se concentraban en cada grieta y desperfecto en la superficie. Después de tanto tiempo trabajando allí, conocía esa pista mejor que nadie, y sabía exactamente dónde debía pasar una vez más para dejar todo en perfecto estado.

Cada vez que pasaba sobre una sección de hielo, su mirada se aseguraba de que la superficie quedara impecable, lista para las sesiones de patinaje que llegarían más tarde. 

Minutos después, notó que el hielo estaba finalmente en condiciones. Maniobró la zamboni de regreso a su rincón habitual y la estacionó. Bajó de la maquina, y tras apagar el motor, descargó con cuidado el hielo acumulado en su interior. El sonido del hielo cayendo resonó en el ambiente vacío, una especie de cierre para su labor matutina en el hielo. 

Cerró el pequeño cuarto de la máquina con un ligero chirrido de la puerta y se dirigió de vuelta al mostrador. Al llegar, encendió una pequeña estufa eléctrica que mantenía para las frías mañanas, permitiendo que el calor comenzara a disipar el aire frío de esa zona. Luego, se dejó caer en la silla tras el mostrador.

Con la pista lista y sin mucho más por hacer en esa tranquila mañana, Klara se inclinó sobre el mostrador para tomar las cartas que recogió al llegar.

—Veamos, que tenemos aquí.

Al comenzar a pasar una por una las cartas, Klara notó que se trataban de los típicos impuestos de cada mes. Ninguna le llamaba particularmente la atención, hasta que una en especial la hizo detenerse. Al abrirla y leer su contenido, una mueca de disgusto se formó en su rostro, acompañada por un suspiro.

Orgullo de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora