Capítulo 33: Verdades Escondidas

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Irina y su madre salieron de la comisaría en silencio, caminando juntas hasta el coche sin mirarse. Irina se sentía agotada y desanimada por todo lo que había sucedido. Subió al asiento del copiloto, se abrochó el cinturón, y apoyó la cabeza contra la ventanilla, perdiendo la vista en el paisaje exterior.

Su madre se acomodó al volante y arrancó, dejando escapar un suspiro lleno de enojo.

—No puedo creer que esa tipa haya tenido el descaro de meterse en mi casa —espetó con un tono amenazante—. Esto no va a quedar así; me aseguraré de que se arrepienta.

Irina guardó silencio, mirando hacia afuera mientras su madre continuaba con su sermón.

—No entiendo cómo pudiste involucrarte con una delincuente, Irina. Sabía que era un error que te fueras a vivir sola a esa ciudad. Te lo advertí, pero no me escuchaste. ¿Ya ves lo que pasa cuando decides desobedecer?

Irina cerró los ojos un momento antes de responder.

—No... no es una delincuente.

Su madre soltó una risa incrédula, sin apartar la vista de la carretera.

—¿Qué? ¡Irina, por el amor de Dios! ¡Se metió en la casa! —replicó, con su voz temblando de rabia.

Irina exhaló un largo suspiro, manteniendo la mirada perdida en la ventana, como si el paisaje de la ciudad pudieran calmar la confusión que la envolvía.

—La policía dijo que no se llevó nada...

Su madre apretó el volante con fuerza, provocando que sus nudillos se tornaron blancos mientras su rostro se endurecía.

—¿Y para qué crees que entró? ¿Solo para mirar? Esa chica es peligrosa, Irina. Con solo verle la cara, una se da cuenta de que es delincuente. No quiero que vuelvas a acercarte a ella. Nunca.

—Da igual —murmuró con voz apagada—. No volveré a verla.

El auto quedó en silencio, pero el ambiente era tenso. Irina se quedó allí, con la cabeza aún apoyada en el cristal, intentando no pensar en lo que acababa de suceder. Parte de ella estaba molesta con Klara, pero otra parte se sentía decepcionada consigo misma por cómo todo se había complicado. 

El viaje de regreso a casa transcurrió en silencio. Irina sentía cómo la tensión la iba envolviendo, junto con las emociones que le habían dejado los eventos del día. Cuando finalmente llegaron, su madre bajó del auto y entró directamente, lanzando un último suspiro frustrado mientras se desabrochaba el abrigo.

Al llegar la noche, Irina y su madre se sentaron en la mesa para cenar. Irina movía la comida con el tenedor, apenas mirándola, y finalmente, después de unos minutos en silencio, se decidió a preguntar.

—Mamá, ¿mañana tienes que ir al hospital? —preguntó, tratando de mantener su tono casual.

Su madre asintió, bebiendo un poco de agua antes de responder.

—Sí, tengo que hacerme unos análisis importantes —dijo, con un tono serio y una breve mirada a su plato.

Irina asintió, fijando la vista en su comida. Se mordió el labio, dudando un momento, y luego levantó la mirada.

—¿Puedo ir contigo esta vez?

La pregunta pareció sorprender a su madre, quien frunció el ceño levemente y negó con la cabeza de inmediato.

—No, Irina. No quiero que me veas en el hospital —dijo, casi con un tono leve de incomodidad—. No es agradable, y... tampoco quiero que te preocupes más de lo necesario.

Orgullo de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora