Minutos más tarde, Klara estaba en el patio de la casa, sentada en una banca de madera desgastada que había visto mejores días. Entre sus dedos, sujetaba un cigarrillo, mientras sus pensamientos daban vueltas, tratando de asimilar todas las emociones: desde el reencuentro con su madre, al golpe de la noticia sobre su padre, que se había ido del mundo sin que ella tuviera idea, sin una despedida, sin el más mínimo aviso.
Llevó el cigarrillo a sus labios y aspiró hondo, dejando que el humo se deslizara lentamente en su interior antes de soltarlo en una exhalación pesada. Sus ojos recorrieron cada rincón del patio, los mismos rincones donde había pasado momentos de su infancia, en los días antes de dedicarse al patinaje, antes de transformarse en una persona que, poco a poco, se había alejado de todo y de todos.
En ese silencio, la puerta que daba al patio se abrió con un leve chirrido, y de ella salió Irina. Había dado a Klara unos minutos para estar sola, entendiendo que en esos momentos quizás ella necesitaba la soledad. Pero ahora, se sentía en la necesidad de acercarse, de estar ahí para su amiga.
Irina caminó hasta la banca y se sentó en silencio a su lado, respetando la calma llena de emociones.
Klara fue la primera en romper el silencio, con la voz baja y amarga.
—La vida... a veces es una verdadera hija de perra.
Irina se giró hacia ella, observándola con atención.
—¿Por qué lo dices?
Klara dejó escapar una sonrisa sarcástica, ladeando la cabeza mientras observaba el cigarrillo que sostenía entre los dedos.
—Porque no te perdona cuando la cagas. Se encarga de recordarte los errores una y otra vez. —Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas, y continuó—. Dos personas importantes ya no están en este mundo... y las dos veces, ni siquiera tuve la oportunidad de disculparme. Primero mi entrenador... y luego... mi papá.
Irina la observó en silencio, sintiendo tristeza por ella. Ver a Klara tan vulnerable no era algo que ocurriera a menudo, y su voz parecía cargada de algo más que dolor.
—¿Tu entrenador? ¿Te refieres al padre de Ethan? —preguntó Irina.
Klara asintió, sus ojos perdidos en el pasado.
—Sí... él creyó en mí desde el primer día. Era el único que veía algo especial en mí cuando apenas empezaba. Pero yo... yo nunca lo valoré. Siempre creí que hacía las cosas por él, que quería moldearme a su manera y que sus reglas eran una carga. Al final, fui una arrogante, incapaz de ver que el solo quería ayudarme a cambiar para bien.
Klara miró el cigarrillo con una expresión de nostalgia amarga y continuó:
—Y luego, mi papá... Nunca te hablé mucho de él. Era un hombre simple, pero paciente y divertido. Trabajaba largas horas, hacía todo lo posible para darme lo que necesitaba para el patinaje. Recuerdo que una vez le pedí un par de patines nuevos... y él solo sonrió, diciendo que haría todo lo posible para conseguirlos. No tenía idea de cuánto sacrificio implicaba para él.
Irina bajó la vista, imaginando la escena en su cabeza. Notó que Klara apretaba el cigarrillo con fuerza, como si quisiera romperlo.
—¿Y qué pasó? —preguntó en voz baja.
Klara exhaló un suspiro que parecía contener años de arrepentimiento. Llevó el cigarrillo una vez más a su boca y luego lo apagó en un cenicero que tenía a un costado.
—Pasó que fui una desagradecida de mierda. Lo único que me importaba era ganar. Siempre pensaba que merecía lo mejor, que mis padres deberían darme todo. Incluso los traté mal porque no podían comprarme el equipo de patinaje que quería. No puedo dejar de pensar en todas las veces que los miré con desprecio, como si ellos no estuvieran haciendo lo suficiente. Y... mi papá siempre me miraba con esa paciencia, como si entendiera que yo no lo entendía.
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Orgullo de Invierno
General FictionEl hielo no perdona la debilidad, e Irina lo sabe mejor que nadie. Con una técnica impecable, ha conquistado el patinaje artístico en Rusia... pero su orgullo ha dejado un rastro de entrenadores que no han soportado su carácter. Ahora, con las compe...