El sol descendía lentamente en el horizonte, arrojando largas sombras sobre la entrada del hospital. Richard Savre, de pie en silencio, observaba desde su automóvil cómo su hija salía del edificio. Había seguido cada uno de sus movimientos durante días, observando cómo Danielle pasaba cada vez más tiempo en el hospital. La preocupación crecía en su pecho, no por su bienestar, sino por lo que consideraba una distracción inadmisible. No podía permitir que nada, ni nadie, la alejara de su verdadero propósito.
Danielle, ajena a la presencia de su padre, acomodó su chaqueta mientras su mente se encontraba en otra parte. Todo lo que hacía la llevaba de regreso a Stefania, a esa habitación donde ella permanecía inconsciente. La preocupación y el miedo se apoderaban de su corazón. Pero cuando se giró para regresar al hospital, se encontró cara a cara con Richard, que la observaba con una intensidad escalofriante.
—Papá, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, sorprendida y tensa.
Richard la miró con dureza, sin molestarse en disimular su desdén.
—Estoy aquí para ver cómo te estás desperdiciando —respondió, con una frialdad que caló en lo más profundo de Danielle—. Mientras tú estás perdiendo el tiempo con esa extranjera, el equipo se queda sin una líder. No es lo que te enseñé.
Danielle sintió cómo su pulso se aceleraba, y la ira comenzó a hervir dentro de ella. Trató de alejarse de su padre, pero Richard la detuvo, tomándola del brazo con una fuerza inesperada.
—¡Déjame en paz! —gritó ella, intentando liberarse—. ¡No tienes derecho a controlarme así!
La cara de Richard se endureció aún más. Acercándose a ella, murmuró con voz baja y amenazante:
—No tienes ni idea de lo que es tener derecho. Soy yo quien decidió tu destino, quien te hizo quien eres hoy. Y no voy a dejar que todo eso se eche a perder por una debilidad tuya.
Danielle intentó resistir, pero el dolor emocional que esas palabras le causaban la debilitaba más que el físico. Estaba cansada, agotada de luchar contra él toda su vida.
—No soy débil, papá —dijo entre dientes, conteniendo las lágrimas—. ¡No soy débil por preocuparme por alguien más!
Richard soltó una risa amarga, con los ojos brillando de rabia.
—¿Amar? ¿Amar dices? —espetó, con desprecio en cada sílaba—. Eso es de débiles, Danielle. ¿Desde cuándo tú, Danielle Savre, hablas de amor? Deberías estar entrenando, no perdiendo el tiempo con esos pensamientos inútiles. ¿Acaso olvidaste que tienes una carrera importante en Vancouver? No quiero que te desvíes de tu objetivo. ¡No te lo permito!
Danielle sintió que cada palabra de su padre era como un golpe. Sabía que Richard jamás había sido capaz de entender lo que ella sentía, pero escuchar cómo desestimaba el amor, como si fuera algo insignificante, encendió una llama dentro de ella que no podía ignorar más.
—No soy débil por amar a otra mujer —repitió con una voz firme, llena de determinación—. No soy débil, Richard.
Las palabras resonaron en el aire frío, y por primera vez en mucho tiempo, Danielle sintió que estaba enfrentando a su padre como nunca antes lo había hecho. Pero Richard no se inmutó. Se inclinó hacia ella, su rostro frío y lleno de control.
—¿Amar? ¿En serio? —repitió, con un tono lleno de sarcasmo—. Lo que deberías estar haciendo es entrenar. No quiero una desgracia en mi equipo, y mucho menos una debilidad como esa.
Danielle lo miró a los ojos, el dolor de sus palabras palpitando dentro de ella, pero también algo más: una certeza. Sabía lo que significaba amar, sabía lo que era preocuparse por otra persona más allá de ella misma, y eso la hacía más fuerte, no más débil.
—Amar no me hace débil —dijo, con la voz firme—. Me hace más fuerte de lo que tú jamás serás.
Richard se dio la vuelta para marcharse, pero Danielle, con la sangre aún hirviendo por la rabia, supo que no podía dejarlo así. Las palabras que había contenido por tanto tiempo estaban listas para salir. Tomó aire y, antes de que él pudiera dar un paso más, lo llamó con firmeza.
—¡Espera! —exclamó, su voz resonando con una mezcla de valentía y desafío.
Richard se detuvo en seco, girando su cabeza con una expresión de impaciencia y desdén. Danielle lo miró fijamente, sin apartar la vista ni un segundo, sosteniendo la mirada que tantos años la había intimidado.
—¿Qué más tienes para decir? —respondió él, con un tono gélido, cansado de la confrontación.
Danielle tragó saliva y, por primera vez, dejó que su verdad saliera a la luz.
—Te guste o no, estoy enamorada. Por primera vez en mi vida, papá, estoy realmente enamorada.
Los ojos de Richard se estrecharon en una expresión de sorpresa y disgusto.
—¿Qué? —respondió con incredulidad y un dejo de burla—. ¿Enamorada? ¿De quién? No tienes tiempo para esas distracciones, y menos para un sentimiento tan absurdo.
Danielle no vaciló, mantuvo la mirada fija en su padre mientras dejaba escapar las palabras que él nunca esperaría escuchar.
—Estoy enamorada de una mujer italiana. De Stefania Spampinato.
El silencio que siguió a su declaración fue ensordecedor. Por un instante, Richard pareció quedarse sin palabras, su rostro se congeló mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Su incredulidad se transformó rápidamente en ira.
—¿De esa extranjera? —gruñó, con los ojos llenos de furia—. ¿Eso es lo que has elegido? ¿A ella? ¡Estás perdiendo la cabeza, Danielle! Esto es lo más ridículo que he escuchado en mi vida. ¡Amar a una rival! ¡Amar a una mujer! ¡Qué debilidad! ¡que asco! .Me decepcionas
Danielle, con la voz temblando pero firme, mantuvo su posición. Sabía que estas palabras no cambiarían la forma de pensar de su padre, pero ya no le importaba. Por primera vez, estaba eligiendo su propio camino.
—Llámalo como quieras, papá —respondió con valentía—. Llámalo debilidad, ridículo, lo que sea. Pero no voy a negar lo que siento. Porque eso, eso es lo que me hace realmente fuerte.
Richard, sin poder ocultar su rabia, la miró con una mezcla de desprecio y decepción. Dio un paso hacia ella, levantando la mano como si estuviera a punto de golpearla de nuevo, pero se detuvo a medio camino.
—Ahí tienes motivos para estar en el hospital con esa extranjera —dijo, con la voz cargada de veneno—. Eres débil, Danielle. Siempre lo has sido.
Y con esas últimas palabras llenas de desprecio, Richard se dio la vuelta y se alejó, dejándola ahí, en medio del estacionamiento del hospital, con la certeza de que su lucha acababa de empezar.
Esa escena es poderosa y desgarradora, mostrando el abuso físico y psicológico que Richard ejerce sobre Danielle. Refuerza la presión extrema y las expectativas imposibles que él le impone, dejando en evidencia lo desolador de su relación.
La descripción de Richard levantando la mano y luego llevándose a cabo la agresión física es impactante y subraya la magnitud de su furia. Sin embargo, también plantea un profundo conflicto interno para Danielle: superar el daño físico y emocional para encontrar la fuerza que necesita, especialmente pensando en su conexión con Stefania.
El cierre es fuerte, con Danielle decidida a no fallarle a Stefania, lo cual deja entrever el vínculo creciente entre ellas, un motor de esperanza y resiliencia. Si quieres, podemos ajustar o añadir elementos para profundizar más en los sentimientos de Danielle tras el ataque o en cómo se motiva a sí misma para mantenerse firme a pesar de todo.
Stefania necesitaba que ella fuera fuerte, y Danielle no iba a fallarle.
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Rivalidad -
FanfictionEn el mundo de las carreras, dos mujeres se enfrentan en una batalla que va más allá de la pista. Stefania Spampinato, una prometedora corredora italiana, llega a Los Ángeles con la misión de vencer a Danielle Savre, la campeona local. Mientras sus...