Capítulo 61: Confesiones y Miedos

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**Capítulo 61: Confesiones y Miedos**

La mano de Stefania, aún débil, seguía entrelazada con la de Danielle. El silencio entre ellas se alargó por unos momentos que parecieron eternos. Ninguna sabía por dónde empezar, pero ambas sentían que algo debía decirse, algo que podría cambiarlo todo. La habitación del hospital, tan fría y distante, parecía el lugar menos indicado para esta conversación, pero no había marcha atrás.

Stefania fue la primera en romper el silencio, con su voz apenas un susurro, pero cargada de emoción.

—Danielle, mientras estaba en coma... —su mirada se fijó en los ojos azules de la rubia—. Te escuché. No todo, pero lo suficiente para saber lo que estás sintiendo. Y, lo que sea que estés pensando, te prometo que no estás sola en esto.

Danielle se quedó helada, su respiración se entrecortó mientras sus ojos parpadeaban con incredulidad. No estaba preparada para escuchar eso. Se alejó ligeramente, soltando la mano de Stefania y llevándose las suyas al rostro, como si intentara bloquear el torrente de emociones que estaba a punto de desbordarse.

—No... no puede ser —murmuró, su voz temblando. Se levantó de la silla, dando un par de pasos hacia la ventana. Su mirada se perdió en el exterior mientras luchaba por contener las lágrimas—. Esto no puede estar pasando. Tú no deberías... no deberías estar escuchando eso.

Stefania, a pesar de su fragilidad, no iba a dejar que Danielle se escapara de nuevo, ni de lo que sentían ni de la verdad. Se incorporó un poco en la cama, respirando profundamente para mantener la compostura.

—Danielle, mírame —pidió suavemente, pero con firmeza.

Danielle se dio la vuelta lentamente, su rostro lleno de miedo y confusión.

—No puedo, Stefania —confesó, con la voz quebrada—. No puedo hacer esto. Mi padre... todo... es demasiado. Tengo miedo. Miedo de él, miedo de lo que pasaría si supiera... si supiera lo que siento por ti. —Danielle bajó la mirada, avergonzada—. Tú no te mereces esto, no te mereces estar en medio de todo este caos.

Stefania la miró con intensidad, sintiendo una mezcla de compasión y determinación. Sabía lo que significaba crecer bajo la sombra de alguien exigente, pero lo que Danielle vivía bajo la mano de Richard Savre era mucho más oscuro de lo que había imaginado.

—Tú no eres como él, Danielle —respondió Stefania—. Y no tienes que serlo. Lo que siento por ti... no va a desaparecer solo porque te sientas asustada. Lo que hay entre nosotras es real, y no tienes que enfrentarlo sola. —Las palabras salieron con fuerza, a pesar del dolor en su cuerpo—. No voy a dejar que te alejes de mí.

Danielle soltó un suspiro ahogado, las lágrimas finalmente empezaron a deslizarse por sus mejillas. Sus manos temblaban mientras intentaba procesar lo que Stefania le estaba diciendo. Parte de ella quería creerle, quería dejarse caer en esos sentimientos que había reprimido por tanto tiempo. Pero el miedo, el constante miedo de las consecuencias, la paralizaba.

—Stefania... yo... —Danielle negó con la cabeza, apretando los puños—. No puedo. No podemos estar juntas. Mi padre... él haría cualquier cosa para separarnos. Me ha golpeado antes. Me ha hecho sentir como si no valiera nada. ¿Y sabes qué es lo peor? —Hizo una pausa, su voz rota—. Que a veces le creo. Creo que no soy suficiente para nadie.

Stefania sintió un dolor punzante en el pecho al escuchar esas palabras. Sabía que Danielle había sufrido, pero no había imaginado hasta qué punto. Extendió la mano hacia ella, tratando de alcanzarla, de hacer que entendiera lo equivocada que estaba.

—No digas eso —murmuró Stefania, su voz apenas audible pero llena de convicción—. Tú eres suficiente. Eres más que suficiente. Y si no puedes verlo por ti misma, entonces déjame ser yo quien te lo demuestre.

Danielle dio un paso hacia ella, pero aún mantenía cierta distancia. Sus ojos estaban cargados de tristeza y culpa.

—No merezco que me cuides así, Stefania —dijo, su voz entrecortada—. No merezco que alguien como tú se preocupe por mí. Tú mereces a alguien que te haga reír, que te valore, que te cuide. Alguien que no tenga el peso de una familia rota y un padre que arruina todo a su paso. Mereces algo mejor, algo que yo no puedo darte. Yo... yo estoy rota, no fui hecha para amar ni ser amada.

Stefania sonrió suavemente, una sonrisa cargada de ternura y dolor al mismo tiempo.

—Lo único que quiero es a ti, Danielle. —La frase salió sencilla, pero cargada de una honestidad brutal—. No busco a alguien perfecto, no busco una vida fácil. Solo quiero estar contigo. Todo lo demás... podemos enfrentarlo juntas. No importa lo que diga tu padre, ni lo que piense el mundo.

Danielle se quedó en silencio, sintiendo el peso de esas palabras. Sabía que Stefania no lo decía a la ligera, pero los fantasmas de su pasado y el control que su padre ejercía sobre su vida la hacían dudar de todo.

—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Danielle, su voz llena de incredulidad—. Mi padre no va a parar hasta destruirte también. No soportaría verte pasar por lo mismo que yo. Además, hay algo más... —Danielle hizo una pausa, sintiendo el nudo de la realidad apretarse en su garganta—. La prensa, los fans, nuestros contratos... ¿Qué va a pasar con todo eso? Sabes cómo es este mundo, Stefania. La rivalidad entre Ford y Chevrolet es intensa, y nosotras estamos en el centro. Es imposible que estemos juntas. Los patrocinadores nos dejarían en un segundo. No nos lo permitirían. ¿Qué pensarían? ¿Qué dirían?

Stefania la miró fijamente, sin dudar ni un segundo. Con una determinación feroz, levantó la mano de Danielle, entrelazándola con la suya nuevamente.

—Si la prensa quiere hablar, que hablen. Si los fans no lo entienden, los educaremos. Y si los contratos se rompen, pues que se rompan. —Stefania respiró hondo antes de continuar—. Juntas, seríamos el equipo más fuerte y poderoso de todos. Además, somos mujeres, somos humanas. Piensa en lo que podríamos lograr. Ni Ford ni Chevrolet, ni ninguna otra compañía podría detenernos si trabajamos juntas. Nos han visto como rivales todo este tiempo, pero juntas... seríamos imparables.

Danielle la miró, sorprendida por la confianza de Stefania. Parte de ella quería creer en esas palabras, en ese futuro donde podían ser libres y estar juntas. Pero la otra parte, la que había sido moldeada por el miedo y la represión de su padre, aún luchaba por aceptar que eso pudiera ser posible.

—No es tan fácil, Stefania —dijo finalmente, su voz temblando—. Tengo tanto miedo de lo que podría pasar. No quiero que tú termines pagando por mis errores... o por lo que mi padre podría hacer. No podría vivir sabiendo que te lastimó a ti también.

Stefania se inclinó hacia adelante, con una expresión seria pero tierna en su rostro.

—Escúchame, Danielle. —Su voz era firme, pero cálida—. No estoy asustada. Ya me he enfrentado a muchas cosas, y tú no eres un error. No tienes que decidir esto sola, y no tienes que llevar esa carga. Si quieres que estemos juntas, lo enfrentaremos todo, juntas. Si no, lo entenderé... pero no pienses por un segundo que lo que siento por ti va a cambiar.

Danielle, con lágrimas en los ojos, asintió levemente, dejándose llevar por la calidez de las palabras de Stefania. Sintió, por primera vez en mucho tiempo, que tal vez había una salida, una posibilidad de ser feliz, incluso si eso significaba desafiar todo lo que conocía.

Stefania sonrió, apretando su mano con ternura.

—¿Me permites cuidarte, protegerte, ser tu escudo y ver qué pasa en esta vida, rubia testaruda Savre?

Danielle esbozó una sonrisa débil, aún insegura pero con una chispa de esperanza.

—Juntas, Stefania. Lo haremos juntas.


Rivalidad -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora