Capítulo 44: El Reencuentro

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Danielle estaba agotada tras días de tensión y preocupación por Stefania. Sin embargo, cuando vio a Isabella en el hospital, un torrente de emociones la invadió. Hacía cinco años que no veía a su hermana, y el reencuentro fue inesperado pero necesario. Isabella, con su mirada siempre cálida pero reservada, se acercó a Danielle y la envolvió en un abrazo largo, lleno de sentimientos no expresados durante años.

—No puedo creer que estés aquí —susurró Danielle, sus ojos llenándose de lágrimas. Sentía que todo el peso de lo que había estado soportando se liberaba en ese instante.

Isabella, sin soltarla, respondió suavemente:

—No podía quedarme en Italia mientras pasabas por esto, Dani. Sabes que siempre estaré aquí para ti, aunque no lo diga todo el tiempo.

El abrazo se prolongó, cargado de la complicidad que las hermanas habían compartido de niñas, una conexión que no había desaparecido a pesar de la distancia y los años. Isabella acarició el rostro de Danielle, notando la cicatriz cubierta con un vendaje grueso.

—¿Qué te pasó? —preguntó con preocupación, examinando el vendaje más de cerca—. Parece profundo.

Danielle desvió la mirada, queriendo evitar más problemas. No estaba lista para hablar de lo que realmente había sucedido.

—No es nada, de verdad. —Intentó sonreír, pero Isabella no estaba convencida.

—¿Fue papá? —preguntó Isabella en un susurro tenso, sus ojos oscuros llenos de tristeza y rabia. Danielle no contestó, pero su silencio fue suficiente para que Isabella lo entendiera. La angustia se mezcló con la furia en su expresión—. ¿Papá te hizo eso? ¿Él es el culpable de ese corte?

Danielle bajó la cabeza, sin querer mirarla a los ojos. No podía soportar que Isabella supiera la verdad, pero sabía que no podía seguir ocultándoselo para siempre.

—No quiero hablar de eso ahora, Isa —dijo finalmente, su voz rota.

Isabella, con los ojos llenos de lágrimas de impotencia, asintió. Sabía que había una batalla más grande por delante, pero también sabía que Danielle necesitaba tiempo para lidiar con todo.

Ambas se dirigieron a la casa de Danielle. Al llegar, el hogar reflejaba un estilo moderno y lujoso, pero también una sensación de vacío. La casa, ubicada en un barrio exclusivo de Los Ángeles, era amplia y diseñada con un enfoque en la funcionalidad y el lujo.

El vestíbulo daba paso a un amplio salón con un sofá blanco de cuero, una mesa de vidrio y una chimenea minimalista incrustada en la pared. La sala principal contaba con grandes ventanales que dejaban entrar luz natural, resaltando la elegancia del espacio. A un lado, el comedor estaba decorado con una mesa de madera oscura rodeada por sillas de diseño contemporáneo.

Danielle guió a Isabella hacia la cocina, equipada con electrodomésticos de alta gama en acero inoxidable y encimeras de mármol, mostrando la eficiencia del espacio. La cocina se abría hacia una sala de entrenamiento, donde un simulador de carreras estaba instalado junto a pesas y una bicicleta estática. Esta sala también tenía una pared adornada con trofeos y recuerdos de sus logros en las pistas, un testimonio de la dedicación de Danielle a su carrera.

—Esto es impresionante, Dani —comentó Isabella, admirando el entorno—. Nunca imaginé que vivirías en un lugar así.

Danielle sonrió con nostalgia. —Han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Ya no soy la misma, Isa.

Isabella notó la gran piscina en el patio trasero, que ofrecía un espacio para relajarse y descomprimir, un lujo que Danielle utilizaba para despejarse. También observaron el cuarto de oficinas de Danielle, equipado con una gran mesa de trabajo, estantes llenos de documentos y una computadora de última generación, donde Danielle manejaba sus agendas y estrategias para las carreras.

Después de mostrarle la casa, Danielle se cambió de ropa y comenzó su rutina de entrenamiento en el simulador, pero su concentración no era la misma. El peso de todo lo que sucedía con Stefania la distraía constantemente. Aun así, sabía que necesitaba entrenar para despejar su mente.

—Voy a buscar algunas cosas al auto —dijo Isabella, dejando a Danielle en el simulador mientras ella bajaba.

Lo que ninguna de las dos esperaba era que, al entrar de nuevo a la casa, Richard Savre ya estuviera allí, esperando a Danielle. Su padre, con el ceño fruncido y el tono amenazante, no se anduvo con rodeos.

—Es hora de que vuelvas al autódromo, Danielle. Tienes que dejar de preocuparte por esa italiana —exigió, su voz grave resonando en la sala.

Danielle, ya agotada y emocionalmente al borde, no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.

—No voy a volver al autódromo, papá. No hasta que Stefania despierte —respondió con firmeza.

Richard, enfurecido, se acercó a ella con una agresividad que Danielle había visto antes, pero nunca así. —¡Tu única preocupación debería ser ganar, no una rival! ¡Deja de perder el tiempo!

—¡Stefania no es solo una rival! —gritó Danielle, sin poder contener más lo que sentía—. No lo entiendes, papá. ¡Nunca lo entenderías!

El intercambio de palabras subió de tono, hasta que, sin previo aviso, Richard levantó la mano y abofeteó a Danielle con fuerza, dejándole una marca roja en la mejilla. La violencia del golpe hizo que Danielle retrocediera, tambaleándose por el impacto.

—¡Richard! —gritó Isabella desde la puerta, quien acababa de regresar y no podía creer lo que veía. Corrió hacia su hermana, mientras Richard permanecía inmóvil, su ira aún latente.

—Esto no se trata solo de ganar, papá —dijo Danielle, con los ojos llenos de lágrimas, su voz temblando por la rabia y el dolor—. Se trata de quién soy y lo que quiero. ¡Ya no soy una herramienta para ti!

Richard, con una expresión fría, se volvió hacia la puerta. —Si no vuelves a las pistas pronto, no serás nada, Danielle. Nada. —Y, con esas últimas palabras, salió de la casa, dejando a sus dos hijas en un silencio ensordecedor.

Isabella, horrorizada, abrazó a Danielle mientras ambas temblaban, todavía procesando lo que acababa de suceder.

—No puedo creer que te haya hecho esto —susurró Isabella, su voz entrecortada por la emoción—. Dani, no puedes seguir así. Esto tiene que parar.

Danielle, con los ojos cerrados, asintió lentamente. Sabía que tenía que ponerle un alto a su padre, pero el miedo y la culpa la mantenían atrapada en su mundo de carreras, presión y expectativas imposibles.

—Lo sé, Isa. Pero no sé cómo —murmuró, dejándose caer en el sofá, todavía temblando por el impacto del golpe y la situación.

—Vamos a salir de esto —prometió Isabella—. Juntas.

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Rivalidad -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora