Capítulo 46: La Esperanza Renace

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Los días posteriores al pequeño movimiento de Stefania se sintieron diferentes para Danielle. Aunque aún estaba lejos de despertar por completo, ese leve apretón en su mano había sido suficiente para encender una chispa de esperanza que no había sentido en semanas. Cada día, Danielle regresaba al hospital, acompañada por Isabella, a veces en silencio, otras con conversaciones largas sobre el pasado y el futuro incierto.

—Todavía no puedo creerlo, Dani —dijo Isabella una mañana mientras conducían nuevamente hacia el hospital en el Camaro dorado y negro—. Estás tan distinta, preocupada por alguien más que no sea una carrera.

Danielle sonrió, pero no respondió de inmediato. Era cierto, algo en ella había cambiado profundamente, y aunque aún no podía ponerle nombre, lo sentía en cada visita al hospital.

—Nunca pensé que diría esto —confesó Danielle tras un largo silencio—, pero no me importa no estar en el autódromo. No me importa no estar entrenando. Todo lo que quiero es verla abrir los ojos.

Isabella la miró de reojo, conmovida por la sinceridad de su hermana. —Eso es más grande que cualquier carrera, Dani. Stefania significa algo importante para ti. No lo niegues más.

Danielle bajó la mirada, apretando los labios. Sabía que Isabella tenía razón, pero aún le costaba enfrentarlo. No quería ser vulnerable. Siempre había sido fuerte, siempre había ganado. Pero ahora, estaba en una carrera diferente, una que no podía controlar, y eso la aterraba.

Al llegar al hospital, se encontraron nuevamente con Luca en el pasillo. Él estaba sentado en una de las sillas de la sala de espera, con las manos entrelazadas y los ojos fijos en el suelo. Al verlas acercarse, se levantó lentamente.

—Savre —dijo con un tono que mezclaba sorpresa y un leve atisbo de respeto—. Sigues viniendo. A veces pienso que no vas a aguantar mucho más.

Danielle lo miró, sabiendo que sus palabras no eran una provocación, sino una especie de prueba.

—Voy a estar aquí hasta que ella despierte, Spampinato —respondió Danielle con seriedad—. No importa cuánto tiempo tome.

Luca asintió, evaluando la firmeza en su voz. —Bien. Solo asegúrate de estar lista para lo que venga después. Stefania no es fácil, y cuando despierte, querrá explicaciones.

Danielle tragó saliva, sabiendo que Luca tenía razón. Pero antes de poder responder, Isabella intervino con su característico tono ligero, intentando aliviar la tensión.

—Vamos, Luca, ¿en serio no tienes un poquito de fe en tu hermana? ¿No crees que podría despertarse y caer rendida a los pies de Danielle?

Luca soltó una carcajada seca, y Danielle apenas sonrió. El humor de Isabella siempre tenía un efecto, aunque fuese pequeño. Después de unos momentos más, Danielle se despidió de Luca y se dirigió hacia la habitación de Stefania.

Al entrar, el familiar pitido de los monitores y el suave murmullo de la ventilación eran las únicas señales de vida en la habitación. Stefania seguía igual de inmóvil, pero Danielle sintió una especie de conexión más fuerte cada vez que entraba allí. Se sentó en la misma silla al lado de la cama, tomando la mano de Stefania, como había hecho desde el primer día.

—Spampinato —susurró con la voz suave, temiendo romper el silencio—. Estamos en la semana tres, y sigo esperando. Sigo esperando que abras esos ojos y me lances una de esas miradas que me hacen cuestionar todo lo que creía saber.

Danielle hizo una pausa, respirando hondo mientras apretaba ligeramente la mano de Stefania, buscando una reacción que no llegaba.

—Te necesito, Stefania. Necesito que vuelvas a retarme, que vuelvas a ser esa italiana testaruda que nunca se rinde. No sé cómo llegamos aquí, pero ya no me importa. Lo único que quiero es verte despertar.

Danielle inclinó la cabeza y cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas. La desesperación comenzaba a pesarle, pero aún no estaba lista para rendirse. Justo cuando pensaba que no podía soportar más el silencio, sintió nuevamente un leve movimiento en la mano de Stefania. Fue débil, apenas perceptible, pero ahí estaba.

Danielle abrió los ojos de golpe, mirando con atención la mano de Stefania. —¡Otra vez! —murmuró, incapaz de contener su emoción.

Isabella, que estaba al otro lado de la habitación, se acercó rápidamente. —¿Otra vez? —preguntó, mirando a su hermana con asombro.

Danielle asintió emocionada, las lágrimas comenzando a caer por sus mejillas. —Sí, Isa. Otra vez. Está respondiendo.

Isabella se acercó aún más, tomando la otra mano de Stefania, y ambas hermanas esperaron en silencio, como si sus corazones estuvieran sincronizados con el de Stefania. El tiempo pareció detenerse por un instante, hasta que de repente, los dedos de Stefania se movieron de nuevo, más firmes esta vez.

Danielle sonrió, aún entre lágrimas. —Spampinato, sabía que no me dejarías colgada. Me lo dijiste con ese apretón.

Danielle miró el número de la habitación y no pudo evitar recordar su broma anterior. —Algo me dice que estamos unidas —dijo en voz baja, hablando a Stefania—. No lo sabes, pero tu número de habitación es el 1991... como nuestros autos. A diferencia de ellos, que están enfrentados, en este lugar estamos unidas.

Isabella la observó con una sonrisa afectuosa, comprendiendo lo importante que era ese momento para Danielle.

—Estás conectada a ella, Dani. Lo supe desde el principio.

Danielle asintió, apretando la mano de Stefania una vez más, con más fuerza, como si esa conexión invisible se fortaleciera en cada segundo.

Rivalidad -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora