Capítulo 60: El Reencuentro

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El suave sonido de la puerta abriéndose resonó en la habitación, y Stefania, aunque aún adolorida por su largo tiempo en coma, se preparó. Apenas había escuchado la voz de Danielle en el pasillo, su corazón dio un vuelco. "Es ahora", pensó, recordando las palabras de Carla. "Finge que estás dormida". Así que cerró los ojos y ralentizó su respiración, sintiendo cómo la adrenalina corría por su cuerpo a pesar de lo debilitada que aún se sentía.

Los pasos de Danielle se detuvieron al pie de la cama, y el silencio se volvió denso, casi insoportable. El aire entre ellas se cargó de una tensión que Stefania no había anticipado. Sabía que este momento llegaría, pero no esperaba sentir un torbellino de emociones, ni la necesidad de abrir los ojos y enfrentarse a lo que inevitablemente surgiría entre ellas.

Danielle no se movió durante varios segundos, como si estuviera evaluando la situación o, tal vez, reuniendo el coraje para hacer algo. Stefania deseó, por un momento, abrir los ojos y mirarla, pero se mantuvo firme en el plan. Si Danielle hablaba, si por fin decía lo que tenía que decir, ese sería el primer paso para resolver el caos que sentían.

Finalmente, Danielle suspiró, rompiendo el silencio.

—No sé por qué estoy aquí —susurró con voz temblorosa. No era la Danielle fuerte y altiva de la pista, ni la rival feroz que Stefania había enfrentado. Era alguien más, alguien más humano, más vulnerable—. No debería estar aquí... contigo.

Stefania permaneció inmóvil, resistiendo el impulso de abrir los ojos. Pero su corazón se aceleró al escuchar el dolor en la voz de Danielle. Quería gritarle que se quedara, que no huyera de lo que sentían, pero ese no era el momento. Ella debía dejar que Danielle descargara todo.

—Mi padre... —La voz de Danielle se quebró—. Me ha dicho tantas veces que soy débil... y por momentos le he creído. Me ha golpeado, me ha destruido por dentro. —Hubo una pausa mientras respiraba profundo—. Y todo porque no soy lo que él esperaba. Ni en la pista ni fuera de ella.

Danielle dio un paso más cerca de la cama, y Stefania sintió la presencia de su rival más cerca de ella, como una energía palpable que la rodeaba.

—Cuando desperté en este hospital, lo primero que pensé fue en ti. No debería haber sido así. Debería haber pensado en mi carrera, en la siguiente carrera, en demostrarle a mi padre que no soy débil... pero solo podía pensar en ti. —Danielle soltó un leve suspiro de frustración—. ¿Cómo puede ser posible que la persona que más odio sea la que más me importa?

Stefania, aún fingiendo estar dormida, apretó ligeramente los puños bajo las sábanas. El dolor en la voz de Danielle era casi insoportable, y su corazón latía con fuerza, no solo por lo que estaba escuchando, sino por lo que sentía por ella. No era odio lo que sentía, y lo sabía desde hace mucho. Era algo más, algo que aún no había querido reconocer por completo.

Danielle se acercó más, y Stefania sintió el calor de su mano sobre la cama, apenas rozando la suya. La respiración de Danielle se volvió más pesada, como si intentara contener las lágrimas.

—No quiero sentir esto, Stefania. No quiero que seas la razón por la que me derrumbo. No quiero que seas tú... —Su voz se desvaneció, rota por la confusión y el dolor que llevaba dentro—. Pero lo eres.

Stefania, sintiendo que ya no podía permanecer inmóvil, decidió dar el siguiente paso. Lentamente, abrió los ojos, parpadeando bajo la luz tenue de la habitación. Vio la figura de Danielle, de espaldas a ella, mirando hacia la ventana como si tratara de encontrar respuestas en el mundo exterior.

—Danielle... —su voz era suave, apenas un susurro, pero fue suficiente para hacer que Danielle se girara, sorprendida.

Los ojos de ambas se encontraron, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. No había carreras, no había contratos multimillonarios, no había apuestas ni rivalidades. Solo estaban ellas dos, frente a frente, después de un mes y medio de distancia, heridas, física y emocionalmente.

Danielle no dijo nada al principio, sus ojos azules llenos de sorpresa y algo más, algo que Stefania no había visto antes: una mezcla de miedo, culpa, pero también... ternura.

—Tú... —balbuceó Danielle—. Estás despierta.

Stefania asintió, sintiendo su garganta seca. Cada palabra le costaba un mundo, pero sabía que tenía que decir lo que había estado en su mente desde el momento en que escuchó la voz de Danielle fuera de la habitación.

—Estoy despierta... y te he escuchado.

Danielle palideció, dando un paso atrás como si hubiera sido atrapada. Su mirada cambió de sorpresa a algo más cercano al pánico.

—Yo... no... —comenzó a decir, pero Stefania la interrumpió.

—No te vayas —pidió, su voz saliendo más firme de lo que esperaba—. Por favor, quédate. Necesitamos hablar.

Danielle dudó, sus manos temblaban ligeramente. Había tanta confusión en su rostro, tanto miedo a lo que pudiera suceder entre ellas. Pero también había un deseo de resolver todo lo que estaba sin decir.

Finalmente, con un suspiro profundo, Danielle asintió y se sentó en la silla al lado de la cama de Stefania. Ambas se miraron durante unos segundos interminables, como si todo lo que había quedado en el aire entre ellas finalmente comenzara a cobrar sentido.

—Te he escuchado, Danielle —repitió Stefania, su mirada fija en la de su rival, pero ahora con una comprensión renovada—. Sé que no quieres sentir lo que sientes, pero no podemos seguir huyendo de esto.

Danielle bajó la mirada, y por un momento, Stefania temió que volviera a cerrar todas sus emociones. Pero cuando Danielle volvió a alzar los ojos, su expresión era diferente. Estaba rota, pero dispuesta a dejar que esas emociones salieran.

—No quiero odiarte más, Stefania —confesó Danielle en un murmullo—. Pero no sé qué hacer con todo lo que siento.

Stefania extendió su mano hacia la de Danielle, y por primera vez, no hubo resistencia. Sus dedos se entrelazaron suavemente, como una tregua silenciosa entre dos corazones en conflicto.

Rivalidad -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora