Capítulo 33

52 14 8
                                    

Sunny

Cuando cierro los ojos, todo vuelve a mi mente con una claridad que me asusta. 

Crecí bajo la sombra imponente de mi padre. Nunca fue un hombre fácil, ni mucho menos. Exigente, controlador, perfeccionista. Desde que tengo memoria, su voz resonaba en mi cabeza como una sentencia inquebrantable: "Serás abogado. Irás a Harvard". Nunca hubo otra opción para mí. No existía ningún otro camino.

Mi madre... ella era la única persona que me entendía, la única que podía suavizar un poco esa rigidez constante. Cuando murió, sentí que perdía no solo a mi madre, sino a mi única aliada. Con ella se fue todo rastro de calidez, de humanidad. Quedé solo en un mundo que me era hostil, rodeado de expectativas inalcanzables y un vacío que no lograba llenar. Me cerré. Me alejé de la gente, de todo el mundo. No soportaba estar rodeado de personas, me sentía sofocado, atrapado en un ambiente que no era el mío.

Así pasé los años. Mi vida se convirtió en un ciclo monótono de estudio y trabajo. Nunca hubo tiempo para conexiones reales, ni siquiera me lo permití. La idea de estar cerca de alguien, de abrirme, me resultaba imposible. No sabía cómo hacerlo, ni quería aprender. El trabajo me mantenía distraído, y eso era suficiente para mí.

O al menos, eso pensé.

Todo cambió el día que conocí a Tae.

Él entró en mi vida de una manera tan abrupta y desconcertante que aún no lo puedo procesar del todo. Aquel día, en el bufete, cuando llegó de imprevisto y me abrazó... sentí algo en mi cuerpo, como si me dieran una sacudida, como si hubiera despertado de un mal sueño. Fue tan intenso que casi me paralizó. Nadie me había abrazado así en años. Pero lo peor no fue el abrazo en sí, sino lo que provocó en mí. Tae, un completo extraño, me hizo sentir algo que había enterrado profundamente. Fue como si, de repente, el mundo hubiera recuperado color, un brillo que no recordaba que existía.

Por supuesto, no podía dejar que lo supiera. Ni él ni nadie. Así que hice lo que mejor sé hacer: mantener la compostura, alejarlo, tratarlo mal. Estaba aterrado. No por Tae, sino por lo que me hizo sentir en ese instante. El miedo me llevó a ser cruel con él, a distanciarme. Pero, en el fondo, no importaba cuán frío o distante intentara ser, siempre terminaba pensando en él. En ese hombre misterioso que llegó de la nada, que no me apartaba la mirada, como si yo fuera alguien importante, como si me conociera de toda la vida. Y, al mismo tiempo, yo no podía dejar de pensar en él.

El primer beso... ese primer beso que nos dimos cambió todo.

Nunca había sentido algo así en toda mi vida. Fue como si, en un instante, todo cobrara sentido, como si Tae fuera la pieza que me faltaba, la que encajaba perfecto conmigo. Lo que sentí en ese momento fue tan abrumador que casi me consume, pero de una manera hermosa, liberadora. Con Tae, por primera vez en mucho tiempo, me sentí diferente. Mejor. Como si, finalmente, no estuviera solo.

Cada vez que estoy con él, me siento más vivo. Tae me hace sentir que puedo lograr lo que sea, que tengo la capacidad de ser algo más que lo que mi padre siempre quiso que fuera. Gracias a él, recuperé ese amor por la fotografía que creía haber perdido para siempre. Tae me empujó a participar en el concurso, y ahora, con esa noticia, con la sensación de que he vuelto a encontrar algo que me apasiona... me siento completo, de una manera que nunca creí posible.

Pero, aun así, sigo teniendo miedo.

No solo por lo que siento por Tae, por estas emociones tan fuertes que me provocan vértigo, sino también por mi padre. Sé que nunca lo aceptaría. Él jamás aprobaría esto, jamás aprobaría a Tae, ni lo que me hace sentir. Y, por más que me esfuerzo por ignorar ese hecho, me pesa. Vivo con ese temor constante de que, tarde o temprano, todo colapse.

Si (no) te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora