Capítulo 3

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Estoy sentado en la mesa de la cocina, el sonido del agua corriendo en el fregadero llena el espacio mientras él tararea una canción que no puedo reconocer. Lo miro desde aquí, sus movimientos son ágiles, casi coreografiados, mientras enjuaga los platos. Cada tanto se da vuelta y me sonríe, esa sonrisa que siempre ilumina la habitación sin esfuerzo.

- ¿Por qué me miras así? - pregunta sin dejar de tararear, aunque ya lo sabe. Me encojo de hombros, sin saber muy bien qué responder. "Porque puedo", pienso, pero no lo digo.

La escena es tan cotidiana, tan simple, pero ahora me doy cuenta de cuánto significa. Él está de espaldas otra vez, luchando con una sartén que parece no querer limpiarse, pero lo hace con una paciencia infinita. Siempre fue así. Mientras yo solía desesperarme por los detalles, él encontraba la manera de sonreír a través de las pequeñas molestias del día.

- No necesitas hacerlo todo ahora. - le digo, aunque no con mucha convicción. En realidad, me encanta verlo hacer estas pequeñas cosas. Me hacía sentir que todo estaba bien, que estábamos bien.

- Si lo dejo para después, seguro tú lo harás mal. - responde en broma, riéndose mientras se gira, con la sartén aún en la mano, mojada y brillante. - No quiero otra sartén arruinada por tu "eficiente" lavado.

Me río, más fuerte de lo que esperaba. Su risa es contagiosa, y por un momento todo se siente como debería. Solo nosotros, compartiendo una tarde cualquiera, en nuestra pequeña burbuja. No hay preocupaciones, no hay urgencias, solo la paz de estar juntos.

Me levanto y me acerco, quitándole la sartén de las manos y dejándola a un lado. Él finge molestarse, pero sé que le gusta cuando hago esto. Lo abrazo por detrás, hundiendo mi rostro en su cuello, sintiendo su calor, el latido constante de su corazón.

- Te amo. - susurro contra su piel, y lo siento reír de nuevo, suave, como si esas palabras fueran suficientes para él.

- Y yo a ti. - responde, girándose en mis brazos para mirarme a los ojos, esa mirada que siempre me derrite. Todo parece tan perfecto, tan completo. Nos quedamos así, simplemente existiendo, sin necesidad de más.

Pero entonces, algo cambia. Lo siento. El aire se vuelve más frío, más pesado. Cuando vuelvo a parpadear, ya no estamos en nuestra cocina. Él no está entre mis brazos. Solo estoy yo, solo en la oscuridad.

Me despierto sobresaltado con el pecho vacío, dándome cuenta de que fue un sueño. Otro de esos sueños. Lo que daría por volver a ese momento, a su risa, a su calor.

Todavía era de madrugada, pero como no pude volver a dormirme agarre mi computadora y decidí ponerme a investigar.

Mi respiración se acelera mientras mis dedos vuelan sobre el teclado. Busco su nombre. Primero a ella, lo más fácil. Lo escribo y presiono "enter" sin pensarlo mucho, como si temiera que dudar me quitaría el valor. Su perfil aparece en la pantalla casi de inmediato, igual que siempre. Mismas fotos, misma sonrisa, la misma energía que tanto me reconfortaba. Mi corazón se acelera, un pequeño alivio me recorre el cuerpo. No me la imaginé, no me inventé todo esto.

Paso las fotos, una a una. Allí está ella, con otras personas. Pero... no estoy yo. No existo en su vida. Ni una sola foto, ni un comentario mío, como si nunca hubiera estado allí. Me invade un sentimiento extraño. Me alegra verla, saber que está bien, pero al mismo tiempo, es como si me hubieran arrancado de su vida. En esta realidad, no soy parte de su mundo.

Siento una presión en el pecho. Tengo que buscarlo a él. A mi esposo. Bueno, a quien fue mi esposo, en mi realidad. Miro la pantalla, dudando por un segundo. Si lo busco y no aparece, no sé qué haré. Pero si lo encuentro, si está ahí, y no me conoce, eso... tampoco sé cómo lo voy a manejar.

Si (no) te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora