Capítulo 2

110 12 1
                                    

Me despierto con el sol filtrándose entre las cortinas, un rayo de luz me da directo sobre mi cara como si me estuviera empujando suavemente a abrir los ojos. Está ahí, suave y dorada, pero no logro sentir su calidez. El aire que entra por la ventana entreabierta es fresco, el cuarto en completo silencio salvo por el sonido lejano de una melodía. Todo se siente distante, incluso yo mismo.

Me estiro despacio, pero no me siento más despierto. Mis músculos están pesados, como si cargar con este día fuera ya demasiado. La sábana está tibia, enredada a mis piernas. Bostezo, llevándome una mano al rostro mientras mis pensamientos empezaban a alinearse lentamente.

Otra mañana, un día nuevo. Tal vez hoy las cosas serían diferentes, o tal vez todo seguirá igual. Es como si cada día fuera una repetición del anterior, una rutina vacía que sólo sigue por inercia. Me quedó un momento observando el techo, preguntándome si alguna vez dejaría de sentir este peso en el pecho al despertar.

Hago el esfuerzo de levantarme, poner los pies en el suelo frío, porque sé que el mundo no se va a detener sólo porque yo lo haya hecho. Por un momento, me quedo ahí, sentado en el borde de la cama, sin saber bien qué hacer.

No sé cuánto tiempo me quedo así, escuchando mi propia respiración, sintiendo el peso de lo que no está. Pero al final, me levanto. Siempre lo hago, aunque cada vez cuesta un poco más.

Me detengo en seco cuando vuelvo a la realidad, y me percato que estoy en mi vieja habitación, en casa de mi padre en Seúl.

Quedo pensativo y petrificado, tratando de rememorar en qué momento tomé un vuelo hasta aquí. Lo último que recuerdo fue haberme ido a dormir, pero en mi casa, a kilómetros de aquí.

Estoy así 10 minutos hasta que me doy por vencido.

Suspiro y me llevo ambas manos al rostro, frotándolo. - Carajo. - me digo a mi mismo. - Erica tiene razón, estoy mal. Ya perdí la cabeza. Me muevo tan por inercia, que hasta olvido lo que hago.

Resoplo, llevándome las manos a la cintura. ¿Tan desolado estoy que me tomé un avión para pasar un tiempo con mi padre? Realmente me encuentro mal si pensé que esto era una buena idea.

Observo a mi alrededor mi vieja habitación, la cuál sigue igual a como la deje antes de irme a estudiar a Boston, donde he vivido desde entonces junto con Sun.

Frunzo el ceño cuando al posar mi vista en el corcho de pared que tengo sobre el escritorio, no están las fotos que tenía allí pegadas en las que estamos con él, y que fueron las primeras que nos tomamos juntos.

Más vale que mi padre tenga una buena explicación de por que las sacó de allí.

Bajo las escaleras a paso firme, e intentando controlar el enojo que siento dentro mío. Nada me molesta más que toquen mis cosas, y que encima las cambien de lugar.

- ¿¡Dónde están las fotos!? - exclamo molesto.

- Buenos días para ti también. - dice mi estrafalario padre, desayunando en el comedor. Se encuentra sentado en la silla, con sus piernas cruzadas encima de la mesa, y sobre estas tiene un lienzo en el cual pinta.

Mi progenitor es un reconocido artista plástico de renombre. Es un hombre de apariencia singular, difícil de ignorar. Alto y delgado, su silueta parece siempre moverse con una fluidez casi teatral. Su cabello es una melena salvaje y desordenada, es de un color indefinido entre el gris y el negro, como si estuviera en constante transformación, igual que sus obras. Sus ojos expresivos, brillan con una chispa de creatividad desbordante, casi como si pudieras ver sus ideas gestándose detrás de la mirada intensa y a veces desquiciada.

Si (no) te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora