-Capítulo 37-🦋

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Matt:

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Matt:

El primer año en Londres, vi pasar los días más tristes y lentos de mi vida. El vacío casi me gana, pero no saber de Hanna, me desesperó y sobre todo las noches, la cuales marcaban mi angustia.

—¡No puedes continuar con esto! ¿¡Estás loco!? —reclamaba mi padre, cuando pasado el primer mes, me encontró con una mochila colgada en mi hombro y mantenía en una de mis manos, un boleto de regreso hasta la casa del lago. Estaba en la puerta y listo para salir.

—Y ¿Qué harás? ¿Trabajar en qué? Con tu madre pagamos un dineral por tus estudios. ¡Vuelve a tu habitación! —indicó con la mano —¡No te iras de aquí, jovencito! —y mi cabizbajo cuerpo, subía por las escaleras derrotado. Tan solo tenía dieciocho años.

El tono con el que mi padre reclamaba cuando yo, hacia que mi voz se escuchara, era de temer. Aún tiemblo, solo recordarlo.

Le di un gran dolor a mamá, cuando apenas ingería alimentos y pasaba más encerrado en mi habitación, con la excusa que estudiaba. Era un zombi.

Pero la preocupación por «la chica del bote» me carcomía la cabeza, y mi única salida era mi melliza, que a duras penas me contaba sobre su amiga, a la que tanto amaba.

Al pasar los meses, las cosas no cambiaban, el trago y las fiestas de la universidad se apoderaron de mí. Quería borrar a Hanna, a como dé lugar. Me obligué a odiarla pero era imposible, aunque haya elegido a otro. Y junto con eso, me obligaba también a recordar la última imagen de ella, corriendo a los brazos de Dylan.

Mis padres optaron por salvar mi vida sin rumbo, y no encontraron nada mejor que pagar un «Internado psiquiátrico» el cual me adoptó por dos largos meses. Por hoy, ese suceso se convirtió en un tema tabú, el cual se trata no hablar en las reuniones familiares. Exacto, soy la vergüenza de la familia.

Nunca odie a Hanna, trate de sanar y continué con mi vida, pero cada que visitaba el pueblo, el aroma me llevaba a ella, su risa, su recuerdo remando en el lago, en dirección a su casa, esperándome sentada en el pórtico, enredando sus brazos en mi cuerpo y pidiéndome que me quedara un poco más.

Para dar un final a nuestra historia, recordé la promesa que hice el último día de nuestro primer verano.

Cuando pregunté a mi terapeuta, si era lo correcto, aconsejó: «¡Hazlo!» Y luego, movió el lápiz en su libreta, la cual estaba llena de garabatos, poco legibles.

Puse ahínco en cada trazo, cada corte, cada clavo y pintura que tiene ese bote. Pensando que quizás algún día, la volviera ver... entregárselo y cerrar el capítulo. Pero no podía.

Hay personas que después de un cierre, se marcan la piel con un tatuaje espiritual, o se escriben cosas estúpidas, fechas, símbolos, que los hacen recordar esa parte de su vida. Mas yo, construí un bote, el cual nunca quise soltar. Hubiese optado por el tatuaje.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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𝑫𝒆𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒎𝒆 𝑴𝒊 𝑻𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora