-Capítulo 35-🦋

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—¡No lo hagas, Anny! ¡Por favor!

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—¡No lo hagas, Anny! ¡Por favor!

Eran los gritos, entre llantos y suplicas, que se venían a mis recuerdos. Mientras conducía a la casa, que me vio crecer.

La voz de Nadia resonaba junto al recuerdo de Carl, sujetándola de su cintura... tan solo por llevarme a Ed... Dios ¿¡Que hice!?

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—¡No me mires con esa cara! —reclamó Ali, a un costado de su auto, el cual me prestaba para visitar a mi hermana.

—No quiero ir sola —repetía, incesante.

—Pues, tienes que hacerlo —aviso, mientras se daba media vuelta y regresaba a la puerta de su casa. —¡Quiero detalles! —gritó de espaldas.

Tome un hondo respiro y arranque el vehículo.

Ali, tenía razón, esto tenía que hacerlo sola, tenía que enfrentarlo. Aunque el miedo, muchas veces me paralizaba, porque sabía muy dentro de mí, que había cometido un error. Pero... ¡Quinceaños es mucho para una disculpa, un perdón!

La ilusión de mi hermana y de su eterno compañero, por traer una vida al mundo, desaparecieron cuando los doctores le dieron la noticia a Nadia, «No podrás ser mamá»

Se aferraron a Edward, como si mi hijo fuese de ellos. Amaba eso. Éramos la familia perfecta, sin importar lo rota que nos había dejado la vida, después de la partida de mamá, teníamos nuestro amor y con eso, nos bastaba para continuar.

Carl, tomaba de la mano a Ed, y lo llevaba por paseos y típicas conversaciones motivacionales.

—Crecerás fuerte, y podrás trepar todos los árboles. Solo si tú, te lo propones —incitaba Carl, a su sobrino.

—Al...Al —balbuceaba mi pequeño, tratando de nombrar a su tío.

Recordaba mirarlos desde el pórtico, cuando el sol caía y ellos se sentaban en el muelle. Eran amigos, compañeros y para Carl, era su propio hijo.

Nadia, a pesar de sus llegadas tardes del trabajo, cada noche se recostaba a su lado, y escuchaba su oración, mientras acariciaba su cabello.

«Dios, protege a Ed. Que nada falte en su vida...»

Se preocupaba de sus alimentos. Vestía, peinaba y perfumaba para luego llevarlo a pasear por las calles del pueblo, mientras las señoras de edad alagaban a mi pequeño, llenándolo de pequeños «regalos» caramelos, frutas... hasta flores, que al regresar me las entregaba, con cariño.

—¿¡Esto es para mí!? —preguntaba asombrada a mi pequeño, cuando alzaba los brazos al verme luego de su llegada.

—Mamá... Mamá —respondía mi hijo.

El día que hable de mi partida, Nadia pegó un grito al cielo y Carl, entendiendo su pena convertida en frustración, tomo de su mano.

—¡No puedes llevarte a Edward! ¡Solo nos tiene a nosotros! —reclamaba Nadia, y sus lágrimas, salían sin esfuerzo alguno.

𝑫𝒆𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒎𝒆 𝑴𝒊 𝑻𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora