Capitulo 5

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Alexandro
Mi mirada no pudo evitar seguirla cuando se alejó, la figura de la chica que acababa de chocar conmigo, moviéndose entre la multitud como si fuera la única persona que existiera en ese club.

No sabía qué me atraía más: su actitud desafiante o el brillo oculto en sus ojos que mostraba que no era tan fácil de impresionar.

No me importaba si había sido demasiado directo. Lo bueno de ser yo, era que no necesitaba pedir permiso para actuar. Y esta chica... ella no era como las demás.

Era diferente. Algo en su forma de moverse, de mirarme, me decía que no se dejaría controlar fácilmente. Algo que me desafiaba, y que, aunque me molestaba, también me atraía.

Mientras la observaba, pude ver cómo se tensaba, cómo se debatía entre mantener su fachada de frialdad o darme una respuesta mordaz. Esa tensión, esa lucha interna... me estaba volviendo loco.

Me acerqué sin dudar, a la distancia justa para que pudiera escucharme, pero no tanto como para intimidarla. Quería ver hasta dónde podía llegar. Un juego de poder. Y lo sabía.

Pero, por alguna razón, me sentía diferente. No era solo una chica más en mi radar; había algo en ella, algo que no sabía descifrar. Me acerqué un poco más, tan cerca que pude escuchar el latido acelerado de su corazón, sintiendo la misma electricidad en el aire entre nosotros.

— Tigressa... —le susurré, sintiendo su cuerpo tensarse, pero sin apartar la vista de sus ojos. No quería ser vulgar, pero había algo en su actitud que me decía que se estaba divirtiendo con esta interacción tanto como yo.

Lo observé por un momento. Sabía que ella estaba luchando por mantener su distancia, pero en sus ojos pude ver la curiosidad, una chispa que no se apagaba. No necesitaba decir más. La batalla estaba apenas comenzando, y ambos sabíamos que no saldríamos de esto tan fácilmente.

Después de ese breve pero intenso intercambio, me dirigí hacia la barra, buscando un trago fuerte que me ayudara a relajarme un poco. Me senté, observando el reflejo de la luz sobre las copas, mi mente todavía rondando sobre la chica que había chocado conmigo. La "tigresa", como la había llamado en mi mente.

No pude evitar una sonrisa torcida al recordar su mirada desafiante. No era mi tipo usual, pero había algo en ella que me intrigaba. La música del club continuaba retumbando en mis oídos, pero de alguna manera, mi atención seguía estando fija en ella, incluso cuando no estaba cerca. El simple hecho de saber que estaba en el mismo lugar me mantenía alerta.

Fue entonces cuando, al levantar la vista, la vi en la zona de la barra. El ambiente se había vuelto más denso. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, el ruido y la gente a nuestro alrededor parecieron desvanecerse.

Era un contacto visual tan intenso que podía sentir la electricidad entre nosotros, un juego silencioso que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder. La mirada de ella era desafiante, como si estuviera esperando que yo fuera el primero en moverme.

Y aunque mi mente decía que debía ser yo quien rompiera ese silencio, algo me decía que lo que estábamos compartiendo en ese preciso momento era suficiente.
Justo cuando creí que ella iba a acercarse, el camarero, un tipo simpático con una sonrisa demasiado amistosa, se acercó a ella.

— ¿Puedo ofrecerte algo más, preciosa? —le preguntó con un tono ligeramente coqueto.

Vi cómo ella lo miraba, pero no fue hasta ese instante que me di cuenta de que no me importaba lo que el tipo pudiera hacer. Sabía que no había lugar para competidores aquí. De alguna forma, me tenía en su mente, al igual que ella me estaba ocupando la mía. Pero era claro: nadie más que yo podría interesarle ahora.

— No, gracias —respondió ella con una sonrisa ligera, casi despectiva, sin apartar la vista de mí. Su tono fue claro, cortante, como si ya estuviera cansada de la interacción.

El camarero, sin perder la compostura, asintió rápidamente, sin insistir más. Sabía cuándo retirarse. Pero antes de irse, me dirigió una mirada rápida, casi evaluativa, como si tratara de hacer un juicio mental sobre la situación. Yo lo ignoré por completo, manteniendo mi atención fija en esa mujer, en mi tigressa

Ella no dijo nada más, pero su actitud lo decía todo: no tenía interés en el camarero ni en ningún otro. La tensión entre nosotros seguía flotando en el aire, más palpable que nunca. Podía ver en sus ojos que no había dudas sobre quién estaba en su mente. Y yo... yo no podía apartar la mía de ella.

Nos quedamos allí, en silencio, solo con la música de fondo, mirándonos el uno al otro, como si estuviéramos en una especie de desafío silencioso. Ninguno de los dos hacía el primer movimiento, pero la batalla interna estaba en marcha.

El rostro del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora